Argentina, 1985, protagonizada por Ricardo Darín y Peter Lanzani, narra uno de los momentos más trascendentes de la democracia post-dictadura militar.
La sala llena se ha vuelto un acontecimiento muy curioso, especialmente para los cines más pequeños. Ni hablar cuando hablamos de películas argentinas, que de por sí acostumbran a ser una proporción menor de la cartelera. Sin embargo, la expectativa por Argentina, 1985 era alta por múltiples razones, y el público decidió ratificarlo con con más de 21.000 entradas vendidas en en su primer fin de semana (según el crítico Diego Batlle).
En la siguiente fila a la mía, una mujer se queja del volumen durante la tanda publicitaria. “Es como si estuviera a 1 barrita”, comparte frustrada a su acompañante. Una notable causa de la masiva concurrencia es quizás la menos obvia: la polémica por la exhibición en salas de cine. La película fue producida por Amazon Prime, y se espera que la película pueda verse en pantalla chica en 3 semanas (y al volumen que cada uno considere oportuno). A raíz de ello, las grandes cadenas locales optaron por no exhibirla, presentándose únicamente en cadenas intermedias y salas independientes, como Altas, Múltiplex, Cinema la Plata, por mencionar algunos (mirá acá la lista completa).
10, 15, 20 minutos de empezada la película, el público seguía entrando a la sala. El hombre a mi izquierda, visiblemente fastidiado, decide gritarle a un grupo de jóvenes que no atinaron a llegar en hora. La pinta de habitué de cine del caballero a mi siniestra me recuerda que Argentina, 1985 fue galardonada en el festival de San Sebastián. Ante la aparente mirada culta, el film ha llamado la atención. La consecuencia inevitable es el runrún de una posible candidatura al Oscar, hoy tan solo una preselección. La posibilidad de una tercera estatuilla flota en el aire, y las dos ocasiones anteriores fueron precisamente por películas con alguna vinculación con la dictadura militar argentina, ya sea directamente con La Historia Oficial, o indirectamente con El Secreto de sus Ojos.
Un muchacho que apenas pasa los veinte habla con un acomodador visiblemente estresado y desacostumbrado a la sala llena. Por lo que se logra leer entre líneas, el joven sacó para su enorme contingente buena parte de la fila uno con la esperanza de un upgrade con una ayudita del acomodador. Pero no, a diestra y siniestra, la sala esta llena de jóvenes y familias con adolescentes. Han pasado ya casi 40 años del momento que la película ilustra, y si bien el tema de la película, el juicio a las juntas militares, vive en la memoria de muchos, son ya unos cuantos los que no vivieron el hecho, convirtiendo este biodrama en un atractivo “histórico” para nuevas generaciones. Precisamente y con sus licencias, la película ficcionaliza el muy real proceso judicial llevado a cabo por el fiscal Strassera (Ricardo Darín) y Ortiz de Ocampo (Peter Lanzani), por lo que el relato goza de un carácter cuasi pedagógico, el de contar la historia reciente en forma de cine pochoclero.
Y entre ruido de pochoclos en la sala se escuchan tanto llantos como risas. El llanto se entiende por la crudeza de algunos segmentos: la película recrea testimonios verídicos de víctimas de tortura entre el año 1976 y 1983. Posiblemente de los puntos más altos, estos momentos pueden resultar estremecedores para algunas audiencias. Ahora, las risas se explican por las decisiones de Santiago Mitre, director y guionista (esto, en colaboración con Mariano Llinás). La película oscila entre suspenso y liviandad porque fue concebida para el gran público. Es decir, independientemente del rigor histórico, Argentina, 1985 está hecha para audiencias globales, algo evidente desde el guion como desde el casting. Ricardo Darín es, sin duda, el actor argentino más taquillero (y quizás quien mejor maldice en cámara), y Peter Lanzani demuestra inteligencia no solo a la hora de elegir sus papeles sino al momento de componerlos. El elenco se enriquece además con las actuaciones de Alejandra Flechner y Norman Briski. El elenco es talentoso, pero sobre todo, correcto: nadie sobresale por sobre sus compañeros.
La concurrencia del cine ha cambiado mucho. No solo los celulares lloran alguna atención ocasional sino que algunos no pueden evitar una pausa de baño a mitad del film. Ahora, en el caso específico de Argentina, 1985 no podemos responsabilizar únicamente a la audiencia de la intermitencia. La película, si bien entretenida y llevadera, tiene algunos hipos en cuanto a ritmo. Los momentos más fuertes ocurren al segundo y tercer cuarto de sus 140 minutos, haciendo que el último se desluzca un poco. Y un dato que quizás pasa desapercibido por la crudeza temática es que Argentina, 1985 es otra película sobre los ochentas. Si bien su tono no es el de nostalgia (como el grueso de las películas y series estadounidenses que añoran la década), sí incurre en el vicio de subrayar la temporalidad en la dirección artística y cinematográfica. No van a faltar personas fumando en interiores, temones del rock de la época y demás alusiones futbolísticas o de espectáculos contingentes que hablan más de un estilo de hacer cine de época más que de la época misma. Todo esto sin desmerecer el brillante trabajo de Matías Videla, director artístico, que logra un producto muy vistoso. La música, amen de los hits de los ochentas bien elegidos, sabe imprimirle la tónica a las escenas como silenciarse en los diálogos que no lo precisan.
El aplauso final a sala llena ya no se estila tanto. Por eso, cuando aparece, no deja de ser interesante. La película está pensada como tanque local, con una llegada a un público internacional. El abordaje temático es sensible y cuidado, y las actuaciones acompañan. El retrato de aquel año, la evolución de la noción pública de los crímenes de dictadura, y las fortalezas y debilidades de las figuras que llevaron adelante los juicios son los puntos más logrados. En contraste, sus momentos memorables pesan más por el rigor histórico que por lo cinematográfico.
Argentina, 1985 es un hito dentro de la historia del cine local. Su realización es el acierto más grande, y sus pequeños contratiempos cinematográficos no impiden su disfrute, ya sea en pantalla grande o chica.