Luego de mucha incertidumbre, Netflix estrenó finalmente la adaptación de Death Note, el popular manga/anime creado por Tsugumi Ōba.
Tras mucho especular llegó la fecha y Netflix liberó su live action de Death Note. La película ya venía siendo puesta en tela de juicio por la elección de los actores, en especial para el papel de L y la verdad es que lo que sucede en la poco más de hora y media de metraje solo sirve para confirmar que Hollywood no nació para adaptar obras japonesas.
Decir que la película de Death Note tiene algo que ver con lo que pasa en el anime o manga es casi una falta de respeto. Poco han usado del material original exceptuando los primeros 3 minutos cuando la libreta cae del cielo y tal vez los últimos 10 con una vuelta de tuerca interesante – para lo que es el bodrio de película – que nos hace acordar un poco más al Light que vimos en el anime.
Claramente Netflix decidió tomarse muchas, por no decir demasiadas licencias a la hora de hacer la película. Comenzando con los personajes, no han podido acertar ni siquiera un poco a las personalidades de cada uno. L (Lakeith Stanfield), un detective frío, calculador y brillante en el material original nos es presentado como un caprichoso emocional siendo que no le hemos visto siquiera titubear una gota de nervio en el manga/anime.
Light (Nat Wolff) por su parte pasa toda la película lloriqueando a la sombra de una Mia –Misa Amane en el anime– interpretada por Margaret Qualley. Vemos muy poco del personaje que se cree a sí mismo un Dios y en cuanto al personaje de Mia ¿Tanto fanservice para quinceañeras?, el personaje no tiene ni una gota de la sometida que creó Tsugumi Ōba y sin embargo sigue siendo de lo mejorcito de la película.
Punto aparte es el tema de Ryuk. A este personaje lo podemos analizar desde dos aspectos, el primero la voz de Willem Dafoe es claramente el punto alto de la cinta siendo que es lo que mejor le sienta al personaje. Ahora, en cuanto al aspecto del Shinigami, parece un muñeco sacado de una película barata de la década de los ’90, algo así como un Gremlin MUY pasado por agua y después de las 12:00.
Alejándonos un poco del concepto de adaptación y yendo a un análisis más propio del filme, la cinta tampoco es rescatable. Lenta, predecible (a excepción de la anteúltima escena, bastante bien propia del anime) y con un nivel de chiclé asombroso como el beso bajo la lluvia, la obra de Adam Wingard es bastante insostenible en la 01 hora 41 minutos que dura. El soundtrack tampoco ayuda a que la cinta destaque habiendo una paupérrima elección de canciones muy Prom Dance norteamericano nivel empalagoso.
El análisis final que deja la película es que Hollywood no puede encontrarle la mano a las adaptaciones de manga o anime. Pasó con Dragon Ball Evolution, pasó con Ghost in the Shell y vuelve a pasar ahora con Death Note, simplemente parece que occidente no puede extrapolar algunos conceptos o estereotipos orientales y no está ni cerca de hacerlo así que deberemos quedarnos con adaptaciones como la de Rurouni Kenshin y rezar que Hollywood haya aprendido la lección.