La nueva película de Mila Kunis y Kate McKinnon, Mi ex es un espía, se suma al muy transitado género de la comedia de espías ¿Se destaca o es una más del montón?
El peor enemigo que enfrentan Audrey (Milla Kunis) y Morgan (Kate McKinnon) en su aventura europea no es la gimnasta/asesina a sueldo ucraniana que las persigue sin descanso, o la red de mentiras y traiciones que las hace desconfiar de su propio gobierno, sino un comienzo lento y aburrido que tarda demasiado tiempo en establecer los elementos básicos de la trama y no le hace justicia a toda la diversión que termina por aparecer en la segunda mitad de la película. Una vez que toma ritmo, y aunque queda lejos del panteón de las comedias de espías, que incluye a Austin Powers y Spy de Melissa McCartney, Mi ex es un espía (The Spy Who Dump Me en el original inglés) resulta una película que cumple su cometido de provocar risas y hasta emocionar con sus logradas secuencias de acción.
Como suele ser en este tipo de comedias de enredos, Audrey y Morgan son dos mujeres de vidas poco trascendentes que por una serie de casualidades terminan involucradas en la más alta intriga internacional. En este caso, el exnovio de Audrey, Drew (Justin Theroux) dejó en su casa un trofeo de plástico que desean por igual un sindicato terrorista de Europa del Este llamado Highland, la CIA y MI6. Arrinconadas, las dos amigas no tendrán más remedio que viajar a Viena e intentar ellas poner a salvo el codiciado objeto y la seguridad de todo el mundo.
Quizás la razón por la cual la primera media hora de Mi ex es un espía no hace un buen trabajo de invitar a los espectadores a ver el resto del metraje es que contiene en demasía los dos puntos más flojos de la película. Primero, la relación entre Kunis y Theroux, que por falta de química entre los actores, por problemas de guión, o ambas, no termina de despegar en la pantalla. Esto es un problema serio en los cimientos de la historia, ya que toda la acción que se desencadena luego descansa en el hecho que nosotros creamos que hay suficiente atracción ahí. Segundo, los chistes verbales, que llegan a buen puerto menos de la mitad de las veces, a pesar del esfuerzo de los actores.
Viceversa, una vez dispensado el incómodo comienzo el film encuentra su centro y demuestra más confianza, más gracia y entretenimiento. Si bien los chistes fallan más veces de las que acierta, la mayor fuente de comedia de Mi ex es un espía es la parodia y el humor físico. Se recupera la tradición del humor escatológico interpretado por mujeres que llevó a Braidsmaid a la cima de la taquilla, pero también se recurre a la comicidad física habilitada por el género de acción.
La directora Susanna Fogel tiene muy buen ojo para la composición de la acción, y nos lleva a recorrer todos los destinos turísticos que suelen graciar la pantalla en el cine de espías sin dejar ningún cliché por explotar. Hasta este aspecto de “tour europeo” para el espectador primermundista es parodiado, como dejan ver la decena de parejas de amigas rubias mochileras entre las que pasan desapercibidas Audrey y Morgan.
La factura de la acción es tan buena que, por momentos, uno se olvida que está viendo una comedia. Ya decidido que la película tendría una calificación R en Estados Unidos por su humor subido de tono (pocas cosas crispan al MPAA como la mención del aparato reproductor femenino), Fogel y su equipo técnico de seguro tuvieron carta blanca para hacer la violencia tan verosímil como pudieran. Por ello un tiroteo en un café vienés no solo termina con ventanas y mesas rotas, sino con un mar de sangre que no desentonaría en una de Tarantino.
Otro punto fuerte de Mi ex es un espía son Kunis y McKinnon, la actriz cómica del momento. Ambas logran dotar de vida a los personajes, y realmente darle dimensión a partir de un guión que les permite pocos momentos de desarrollo emocional. Audrey es una chica común con baja autoestima que busca validación en sus relaciones sentimentales, un rol que los agentes de casting parecen creer Kunis nació para interpretar (ver Jupiter Ascending, Bad Moms), y que encuentra confianza y amor propio a lo largo de la película.
Este arco afirmativo planteado por la película, que tiene mucho del feminismo que Hollywood ha abrazado en los últimos años, es explicitado por la militancia de Morgan. En la piel de McKinnon, la postura es salvada de los tropos más repetidos, y hasta le da una consciencia de sí misma que habilita al chiste. El más gracioso entre ellos es el respeto rayano con la atracción que siente Morgan por la jefa de inteligencia ultra profesional del MI6 interpretada por Gillian “Scully” Anderson.
Los varones no salen tan bien parados con un Theroux que, como señalamos más arriba, no tiene buena química con la protagonista, el standapero Hassan Minhaj que no encuentra el tono del personaje y no termina ni por divertir ni intimidar y Sam Heughan, que con su porte de modelo de ropa interior termina más pareciendo una versión de la “chica Bond” con el género invertido y sin chispa, que un carismático agente secreto.
En definitiva, Mi ex es un espía es una buena comedia de acción que pierde varios puntos por sus problemas de guion y comienzo lento, pero que gana otros por su compromiso con la acción y por proponer dos mujeres como protagonistas, algo que aún hoy sigue siendo poco común en el género.