Gerard Butler vuelve al ruedo en Geo-tormenta, una película de desastre CGI que no se puede ver sin un tacho grande de pochoclo.
The Matrix marcó un quiebre en el cine comercial. Un tanque de Hollywood no tenía que solamente entretener, aseguraron los Wachoswkis, sino que también podía ser un film relevante. Decir algo acerca del mundo y la sociedad en que vivimos. Para cuando The Dark Knight se convirtió en la película más taquillera del año 2008, la tendencia era clara. Atrás habían quedado la incoherente diversión y espectacularidad FX que dominaron la década anterior.
Dean Devlin, director y escritor de Geo-tormenta, fue una pieza clave en esa maquinaria de pochoclos noventosa, oficiando de productor y guionista en películas como Stargate, Día de la Independencia y Godzilla, todas dirigidas por el alemán Roland Emmerich. Cuando Geo-tormenta funciona mejor es cuando recupera ese linaje pochoclero, sintiéndose cómoda siendo tonta y entretenida. De hecho, en replicar ese tono es mucho más exitosa que otros clones nostálgicos, como la producción reciente de Emmerich que incluye 2012, White House Down y secuela del Día de la Independencia, que escribió el mismo Devlin.
Geo-tormenta tiene todos los elementos clásicos presentes: la amenaza global que puede solucionarse cuando el héroe presiona un botón, las catástrofes naturales en ciudades turísticas de postal, protagonismo del gobierno norteamericano, el conteo regresivo antes de la destrucción mundial. Incluso la temática relevante, incluso urgente, del cambio climático es ficcionalizada a tal punto que la trama cambia del desquicio natural propio de clásicos del cable El Día Después de Mañana, por un mundo futuro donde el problema fue solucionado por una red global de satélites que envuelven a la Tierra como alambre tejido llamado “Dutch Boy” (“Niño holandés”). Obviamente es necesario un conflicto, por lo que el sistema comienza a funcionar mal y desatar tormentas y heladas, quedando en manos de su creador Jake Lawson (Gerard Butler) y su hermano Max Lawson (Jim Sturgess) salvar el mundo.
Como suele ser el caso, lo mejor de la película son sus efectos especiales. El planteo del sistema satelital permitió que los artistas digitales se pusieran inventivos, congelando el desierto afgano y la playas de Rio mientras que derritieron la nieve que adorna las cúpulas del Kremlin ruso. Si bien en las secuencias de catástrofes encuentro que el 3D digital puede jugar en contra (siento que reduce la escala, lo hace ver chiquito), las escenas de acción en el espacio se ven beneficiadas por la tecnología. El movimiento de la Estación Espacial Internacional y los transbordadores ganan en la perspectiva, probando una vez más que no hay mejor manera de aprovechar el 3D que con una de astronautas.
Donde Geo-tormenta es menos exitosa es en replicar la personalidad y encanto que nos hace recordar con cariño a los clásicos pochocleros de los noventa que hemos citado arriba. Por momentos, Devlin coquetea con la pseudo-seriedad de los peores tanques contemporáneos como la interminable saga Transformers de Michael Bay. Pero mayormente entiende que personajes tan caricaturescos y conceptos tan tirados de los pelos solo funcionan si la película no se toma en serio a sí misma. Si es consciente que no viene a cuestionar ideologías o cambiar pensamientos, sino a entretener dos horas y ya.
Ed Harris y Andy Garcia, veteranos de la trinchera ochentosa y noventosa, lo saben y actúan acorde. Ya con su sola presencia, ambos elevan la película pues saben donde están parados y para qué están actuando. Vuelan los discursos verborrágicos sobre planes elaborados y las reacciones sobreactuadas. Garcia, como el “lider del mundo libre”, le pega una trompada al derrotado villano y exclama: “I’m the goddam President of the United States of America”. Harris deja la sutileza de The Truman Show y Las Horas en su casa, y se pone en modo La Roca.
Lamentablemente, los tres protagonistas no están a la altura de estos veteranos. Porque si algo es necesario para “vender” al espectador premisas ridículas y huecos argumentales es el encanto de los actores principales, que con puro encanto distraen de la inconsistencia que estamos disfrutando. En ese respecto Butler y Sturgess son pobres sustitutos de duplas como Will Smith y Jeff Goldblum o Bruce Willis y Ben Affleck. Ambos en roles inverosímiles, les falta el carisma para dejarnos ignorar la imposibilidad que el tipo que personificó a Leónidas fuese capaz de liderar un equipo científico mundial en la creación de la obra de ingeniería más compleja de la historia humana. Abbie Cornish, en su rol de prometida de Max y miembro el Servicio Secreto yanki Sarah Wilson, esta bien en un intento de subvertir los roles de género clásicos de las películas de acción, pero tampoco aporta mucho magnetismo a la pantalla. Ni así lo hace la tripulación multiétnica de la Estación Espacial, que no pasan de bosquejos de personaje.
A la poca química del elenco no ayuda que los conflictos sentimentales propuestos (la pelea de hermanos entre Jake y Max, la relación romántica entre Max y Sarah) sean chatos y poco atractivos. En particular el nudo amoroso entre Sturgess y Cornish es bastante soso, esperando que el espectador se involucre con el drama de una pareja de personas blancas, exitosas, ricas, y atractivas que viven en Washington D.C. mientras desastres naturales se cobran decenas de millares de victimas en Asía, África y América Latina. Acaso sea más efectivo el golpe bajo del nene que logra sobrevivir los tornados que arrasan Mumbai para reencontrarse con su perrito.
El personaje interpretado por Daniel Wu viene a reflejar como ha cambiado la geopolítica hollywoodense desde los noventa. Si bien como siempre el llamado a armonía mundial capitalista se encuentra enterrado en una aventura hace héroes solo de norteamericanos, británicos, y el presidente de los Estados Unidos, la necesidad de apelar al mercado chino empuja a la inclusión de Cheng. Su sacrificio no solo permite iluminar en una luz amable a los compatriotas chinos, sino también filmar una parte de la película en Hong Kong.
Como las mejores de su clase, Geo-tormenta logra entretener durante sus dos horas con diversión que no pide del espectador más que un poco de credulidad. Sin embargo, su buena factura se ve disminuida en los aspectos más humanos de la película, eligiendo a actores sin el carisma necesario para representar conflictos emotivos que aparecen trillados y aburridos. Por suerte esos puntos en contra no impiden que explote todo, y para eso fuimos al cine.