Eli Roth abandona el gore podrido por el cine familiar de fantasía con la ayuda de Jack Black y Cate Blanchett.
Desde que se apaga la luz del cine y aparecen en pantalla los logos ochentosos de Universal y Amblin queda en claro que La casa con un reloj en sus paredes aspira a insertarse en esa moda del retromorbo que coloniza las salas de cine. Esta es una barra alta difícil de alcanzar hoy día, incluso para el mismo maestro Spielberg que dirigió y produjo la mayoría de esos clásicos del cine familiar (E.T., Los Goonies, Volver al Futuro, Gremlins, etc.).
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Lo interesante del caso de La casa con un reloj en sus paredes es que se produce una suerte de “inception” de nostalgia. La novela original de John Bellairs, que al igual que la película transcurre en una pequeña ciudad del medioeste norteamericano durante los cincuenta, fue publicada por primera vez en los setenta. Es decir, esta es una producción del 2018 que emula un estilo propio de 1983 para contar una historia escrita en 1973 sobre 1955.
La historia nos pone en el lugar de Lewis Barnavelt (Owen Vaccaro), un niño que debe mudarse a New Zebedee, Michigan a vivir en una inmensa casa gótica con su tío Jonathan (Jack Black) luego que sus padres murieran en un accidente. Allí, Lewis aprenderá que lo más raro de su nuevo hogar no son los cientos de relojes que adornan las paredes, sino que está embebido en magia. Magia que gracias a las enseñanzas de su tío y su mejor amiga, la señora Zimmerman (Cate Blanchett), comenzará a dominar, y que necesitará para enfrentar las amenazas que les esperan.
La nostalgia por los dorados años cincuenta está presente en La casa con un reloj en sus paredes mediante una fuente de soda, seriales de ciencia ficción en blanco y negro y niños yendo a la escuela solos sin miedo por la inseguridad (aunque dudo los chicos de 1955 trataran con tanto cariño a sus compañeritos negros y latinos).
Pero el tono que se impone es definitivamente aquel del cine de Amblin, que el director Eli Roth claramente busca emular. Que Roth use “rueditas” en esta película no es ninguna sorpresa, ya que representa un cambio de tono de 180° para un director más recordado por haber creado Hostel. Hasta la música de Nathan Barr por momentos tiene ribetes de John Williams.
Donde La casa con un reloj en sus paredes mejor logra su recuperar esa llama perdida de los ochenta es en crear un mundo que parece pensado específicamente para ser consumido por niños de entre 6 y 10 años. En particular es destacable el humor, con chistes inteligentes, pero al alcance de los chicos por no ser excesivamente referencial. Esto es un cambio bienvenido en tiempos cuando hacer comedia apuntada a chicos parece limitarse a golpes en la cabeza y pedos al estilo Minions. Lamentablemente, también hay chistes de pedos en esta película también.
Como elogio digo que en la construcción de suspenso y sustos que son efectivos pero medidos, la película me recordó mucho a la experiencia de mirar de chico Le Temes a la Oscuridad y Escalofríos, la última una franquicia que fue revivida recientemente también con Black a la cabeza.
En cuanto a los temas de fondo, también se vuelve a la cantera clásica del cine infantil y familiar, promoviendo la aceptación de uno mismo, festejando la diferencia y la diversidad. Un mensaje un poco trillado, sobre todo en la ejecución, pero que lamentablemente nunca de tener actualidad.
Allí donde la inspiración ochentosa de La casa con un reloj en sus paredes parece jugar en contra es a la hora de establecer el ritmo de la película. Más que lento, diría que las aventuras de Lewis se tornan por momento casi episódicas. Este problema en el guion de Eric Kripke (creador de Supernatural) se acentúa en los poco elegantes momentos de flashback expositivos, y sobre el final, con una resolución que podría haberse resuelto de manera más eficiente y dinámica en, por lo menos, 15 o 20 minutos menos.
Si bien podríamos excusar el CGI que deja bastante que desear a lo limitado del presupuesto, lo que resulta ser el talón de Aquiles de la película no es una cuestión tan atada al dinero. Con una (sobre)actuación que recuerda por momento a las primeras dos Harry Potter y falta de química entre los protagonistas, que incluyen a Tarby (Sunny Suljic) y Rose Rita (Vanessa Anne Williams), el pobre casting de los actores infantiles amenaza con deshacer mucho de lo bueno que tiene La casa con un reloj en sus paredes. Si Los Goonies nos hicieron sentir que estábamos viendo la aventura de niños de verdad, aquí nos da la sensación de estar presenciando una obra de teatro escolar donde los chicos actúan por primera vez.
Por suerte, el elenco adulto está a la altura, en particular Cate Blanchett, quien es capaz de dotar de vida y emoción incluso al personaje más inerte y bidimensional. También sorprende gratamente la aparición de Kyle MacLachlan, haciendo de un Voldemort sin acento british.
Al final, podríamos decir que los mejores elementos de La casa con un reloj en sus paredes cuanto menos empardan los errores, produciendo una película correcta y con cierto encanto que bien podría hacer las delicias de los más chicos en las matinées de la televisión abierta años futuros (si es que todavía existe la televisión abierta para ese entones).