Sony lanza una secuela de la excelente Sicario, pero sin el protagónico de Emily Blunt ni Denis Villeneuve detrás de la cámara. ¿Vale la pena Sicario 2: Soldado sin ellos?
Cuatro hombres de apariencia árabe bajan de una camioneta e ingresan en un supermercado. Se abren como un acordeón, cada uno caminando por un pasillo diferente. Se ve una primera explosión al fondo del comercio, luego otra, y otra. Una mujer ve a una niña sola que llora desconsolada entre el humo y la toma de la mano para sacarla. En la puerta la intercepta el cuarto hombre, ella implora por su vida, pero vuela por los aires junto con el terrorista suicida. Así comienza Sicario 2: Soldado.
Es fácil construir un villano en la pantalla grande. Solo hace falta mostrarlo ejerciendo violencia contra transeúntes indefensos. La potencia de la vista de un acto violento, mas no sea en imágenes en movimiento, es difícil de ignorar y hace atragantarse al espectador. La violencia se explica sola, y nos pone en contra de quien sea la infringe sin justificación. Por eso el cine de acción ha sido una maquina de propaganda perfecta para promover enemigos, fueran estos los nazis, los soviéticos, los talibanes, ISIS, las triadas, la mafia rusa, y un largo etc.
La Sicario original, dirigida por el canadiense Denis Villeneuve, es una obra maestra del cine de acción justamente porque logra evitar esa dicotomía que caracteriza al género. Complejiza el origen y el funcionamiento de la violencia en la frontera entre Estados Unidos y México, sin por eso incluir una voz en off o dejar de construir secuencias de alto octanaje. Clave para eso es la agente Kate Macer, el personaje interpretado por Emily Blunt, quien funciona como un proxy del espectador, y permite mostrar con igual horror los actos salvaje realizados por el cartel de drogas mexicano y la violencia ilegal infligida por los operativos de la CIA, Matt Graver (Josh Brolin) y Alejandro Gillick (Benicio del Toro).
En Sicario 2: Soldado, no solo falta Blunt sino también toda la sutileza en el guión. Taylor Sheridan, quien venía de escribir una seguidilla de películas muy respetables, abandona por completo la sutileza en la construcción de la violencia institucionalizada en la “guerra contra las drogas” de la primera parte. En su lugar, nos ofrece una narrativa más tradicional al género de acción, con una moral maniquea que ofrece buenos y malos.
Al elegir iniciar el film con el ataque terrorista, la reacción norteamericana aparece justificada, por más desmedida, y nada en las dos horas posteriores contribuye a cambiar ese juicio. Hasta el secuestro de una la inocente hija adolescente de un narco de la puerta de su escuela tiende a ser lavado de su significado al reforzar la relación del captor Gillick y la secuestrada Isabela (Isabela Moner) como una de protector y protegida.
Ocasionalmente se dejan ver algunos detalles que van en dirección de una crítica a la narrativa dicotómica, como por ejemplo la mamá rubia yanki que hace unos dólares como chofer de contrabandistas de personas. Pero por lo demás, Sicario 2: Soldado se reduce a ser una película de acción clase B, más en linea con la producción del difunto Tony Scott que con lo hecho por Villeneuve o incluso el mismo Sheridan. De hecho, la segunda mitad del film, que pone a Gillick y a Isabela Reyes en el desierto mejicano al acecho del cartel, parece un guiño a Man on Fire.
Políticamente hablando, esta secuela de Sicario parece servida para los más alarmistas entre los nacionalistas del país del norte, adelantando la hipótesis de terroristas musulmanes que cruzan la polémica frontera mezclados entre los migrantes ilegales para realizar ataques domésticos. Ya la sola presentación de un “eje del mal” formado por ISIS, piratas del cuerno de África y los carteles del narcotráfico mexicano parece una teoría geopolítica sacada de Rambo III.
Las actuaciones son correctas, en especial Brolin, a quien le sale muy bien hacer de tipo sin escrúpulos. Sin embargo, el arco que se plantea para los personajes de Graver y Gillick sigue la misma tendencia que el resto de la trama. Donde antes se los construyó como dos engranajes amorales de una maquinaria violenta, aquí aparecen como antihéroes, y hasta podría decirse que se los redime.
En el frente visual, el italiano Stefano Solima (Suburra) hace un sólido trabajo en la dirección, particularmente las secuencias de acción. Si bien se pierde la textura e inventiva que Villeneuve imprime en la primera Sicario, Solima logra mantener el impacto de los tiroteos y la tensión en el suspenso. La cinematografía Dariusz Wolski también esta a la altura, reteniendo los colores saturados del desierto y la oscuridad en la noche.
Hildur Gudnadottir, colaboradora usual del autor de la banda sonora de la primera parte, el recientemente fallecido Johann Johannsson, toma las riendas de la composición en la secuela. Más todavía que la música escrita por Johannsson para Sicario, aquí la saturación de sonidos electrónicos y graves en las melodías recuerdan al trabajo del maestro Zimmer para Dark Knight.
La buena factura, sin embargo, no rescata a la película de los errores en la concepción y en el guión. Lo que podría pasar por un thriller decente para ver en el canal Space se ve reducido a una decepción por la decisión de poner el nombre Sicario, y forzar la comparación con una primera parte. Con respecto a la cual esta secuela no solo es inferior, sino que además viene a pisotear sobre las bondades que hicieron a la anterior tan buena. No ayuda que el final inconcluso deje la puerta abierta para una aún más innecesaria tercera parte.