La catarata de estrenos postergados que terminaron en streaming continua con The Mitchells vs. the Machines. ¿Estamos ante una joya animada?
Cualquier espectador avezado sabe que, por regla general, hay que desconfiar de películas que, como The Mitchells vs. the Machines, terminan siendo un caso más de “dumping” de los estudios hollywoodenses en plataformas de streaming. Sin embargo, la firma de los productores Phil Lord y Christopher Miller, maestros que nos trajeron joyas animadas como The Lego Movie y Spider-Man: Into the Spider-Verse, ya te hice parar el escroleo. Unos treinta segundos del preview que ofrece Netflix, y no te queda más remedio que darle play. Apretá tranquilo, acá no hay nada más que hermosa animación, un guión ajustado y, quizás, la necesidad de alguna carilina.
Como toda buena obra de género, The Mitchells vs. the Machines nos presenta con dos conflictos. El primero de ellos involucra a Katie Mitchell, una joven de Michigan que está por emprender una nueva vida en la otra punta del país estudiando cine, y su padre Rick, un amante de la vida ruprestre que simplemente no entiende el arte que su hija hace y sube Youtube. De hecho, ni siquiera sabe cómo abrir Youtube. Pero este no es un dramón familiar, sino una comedia de ciencia ficción, así que el viaje familiar a través de los Estados Unidos se ve interrumpido cuando el lanzamiento del asistente artificial PAL por parte de una empresa que no es Apple (guiño, guiño) termina iniciando un apocalipsis robot.
Lo primero que salta a la vista es el convulsionado estilo visual que distingue a la película. Imitando el estilo frenético y random que prodiga en las redes sociales, The Mitchells vs. the Machines nos presenta con una explosión de colores y elementos visuales que hace parecer la pantalla de tu televisión como un posteo lleno de stickers en IG. Sony Pictures Animation parece haber redoblado las lecciones aprendidas con Spiderverse, abandonando definitivamente la carrera del fotorrealismo y abrazando todas las posibilidades que la animación ofrece. Una decisión que no podría ponernos más contentos.
En su lenguaje visual, en la filosofía de diseño, en los miles de referencias contemporáneas, pero incluso más en su honestidad emotiva, The Mitchells vs. the Machines recuerda mucho a la sensibilidad de las series con las que Cartoon Network nos deleitó toda la década pasada. (Después de terminar de ver la película, estuve un buen rato tratando de encontrar el nombre de J. G. Quintel u algun otro artista involucrado en Regular Show en los créditos). El film se siente nuevo en este sentido, el salto de esa emocionante generación de artistas desde la pantalla chica a la grande (o casi), donde se tratan temas actuales de una manera descontracturada y sin moralejas metidas a presión
En lo de la emotividad juega un poco el excelente elenco de actores que ponen las voces, entre los que se cuentan Abbi Jacobson, Danny McBride, Maya Rudolph, Eric Andre y Olivia Colman. Ayuda también la música de Mark Mothersbaugh, ex Devo e historiado productor de banda sonoras, quien además de ser el compositor recurrente de Wes Anderson tiene décadas poniéndole la musiquita a series animadas como Rugrats, Rocket Power y, si, también Regular Show.
Si bien últimamente se ha hecho una cantinela repetida en redes sociales que “no hay nada bueno para mirar en Netflix”, queda claro que la gente que lo dice no le gusta la animación. La gran N se ha convertido en un productor tan pródigo como aventurero a la hora de crear contenido animado, regalándonos desde Bojack Horseman y Tuca & Bertie hasta Castlevania y The Dragon Prince.
En este aspecto, es una pena que no pudimos ver en la pantalla grande a Mitchells vs. the Machines, que se llamaba Connected antes que la empresa de streaming dejara a los creadores del film Mike Rianda y Jeff Rowe. Pero de esta manera se suma a ese prestigioso catálogo, y probablemente termine siendo visto por más gente que si hubiera llegado a cines.
Con un DreamWorks desde hace años de capa caída y la desaparición de Blue Sky tras la compra de Fox por Disney, parecía que el Ratón tenía la pista despejada para hacer lo que quisiera. Pero Mitchells vs. the Machines prueba que lo de Spiderverse no fue casualidad, estableciendo a Sony Pictures Animation como un estudio al que hay que prestarle atención. Esperemos que este sea solo el comienzo.