A 36 años del estreno de la original, Tom Cruise regresa con Top Gun: Maverick. ¿El tiempo le juega a favor a la secuela?
Hoy puede escucharse en vivo a muchas bandas de renombre que se juntan después de 20, 30 años de su separación y salen a tocar cambiando legado por billete. Hay otras, pocas, que logran hacer del segundo sin manchar el primero. Y hay aún otras, menos todavía, que logran sacarle a la reunión la mejor música de su vida. En esta última categoría habría que poner a Top Gun: Maverick, la última de una serie de legacy sequel tan de moda en Hollywood, encabezada por el incombustible Tom Cruise.
Son tres los elementos que hacen de esta quizás inesperada parte dos un éxito. El primero es la precisión con la que la acción es puesta en pantalla. Los aviones no solo se ven hermosos (tan hermoso como puede verse una máquina diseñada para matar a la distancia), sino que su vuelo es fácil de seguir desde la butaca, y hasta se puede de sentir. En el cine estas adentro de la cabina.
La limpieza y elegancia con la que esta filmada Top Gun: Maverick siempre ha sido una marca de las películas del director Joseph Kosinski (Tron: Legacy, Oblivion), y aquí no decepciona. En una apertura que replica de cerca a la de la cinta original, los aviones son mirados con la cámara casi con lujuria, y eso se ve en los planos. En cuanto a la claridad de la acción, hay que aplaudir al cinematógrafo Claudio Miranda y el editor Eddie Hamilton, que la ponen en pantalla de manera que es inteligible, algo difícil si tenemos en cuenta que estas naves se mueven varias veces más rápido que el sonido.
El segundo elemento es un ajustado guion, cuyos créditos reconocen a Ehren Kruger, Eric Warren Singer y Christopher McQuarrie como autores. Como la original, Top Gun: Maverick va de lo emotivo a lo militar, de sacarle jugo al pasado a la misión con soltura. Aunque si se bajó varios grados el melodrama porque, reconozcámoslo, la primera película es básicamente una telenovela con aviones (o un shōjo si nos atenemos a lecturas posteriores del film, que destacan la latente tensión homoerótica entre los pilotos).
El mayor acierto de la secuela, y la razón por la cual es mejor película de acción que la primera, es que la progresión de la misma se desarrolla básicamente como una de robo de bancos. La estructura de este tipo de films sobre asaltos (heist en inglés) es clásica por una razón: ofrece una razón plausible para ir presentando de a uno a los personajes y sus habilidades, así como también la exposición de un plan que establece las expectativas del público, con las cuales luego puede jugar y/o romper. Es muy usada en Hollywood y fuera de él, y no siempre en historias de criminales. Endgame lo uso en su segundo acto con mucho éxito, por ejemplo.
En el caso de Top Gun: Maverick, el plan implica que un veterano Capitan Pete Mitchell (Tom Cruise) entrene una nueva generación de pilotos (Miles Teller, Glen Powell, Monica Barbaro, etc.) para realizar una misión que se parece mucho a uno de los bombardeos más famosos del cine (¿Los malos no vieron Star Wars?). Pero ni lo conocido del planteo, ni un final que nos obliga a soltar cualquier pretensión de verosimilitud y abrazar la lógica de película de acción ochentosa, le quitan lustre a una historieta bien construida y ejecutada.
Si, podría (y debería) hacerse análisis posteriores que reconozcan que este tipo de producciones tienen como consecuencia, o directamente objetivo, lavarle la cara al ejercito de los Estados Unidos. Un fin con el que este crítico no está éticamente de acuerdo. Pero también es cierto que, además de hacerlo por los incentivos estatales, la industria vuelve una y otra vez a estos temas porque la guerra es cinematográfica, y especialmente acá, donde está bien filmada. Por lo menos el guion es lo suficientemente piadoso de dejar al “enemigo” sin nombre y librado a la imaginación de los espectadores.
El tercero y último elemento que hace funcionar a Top Gun: Maverick es lo bien utilizada que está la nostalgia que conlleva una secuela de este tipo. Mucho mejor que en otros intentos recientes de revivir franquicias viejitas.
La música acá es clave, siendo la banda sonora de la original tan icónica. El compositor Harold Faltermeyer regresa, y con la ayuda del infalible Hans Zimmer y su discípulo Lorne Balfe deconstruyen esos sintetizadores (¡esa campana!) con gran efecto. Lady Gaga aporta la balada obligatoria, en reemplazo de “Take My Breatch Away”, aunque queda un poco enterrada como la canción del final. Por el contrario, “Danger Zone” hace su regreso triunfal con los créditos del comienzo, manteniendo intacta su potencia ochentosa.
Por sobre todo lo demás, la meditación sobre el paso del tiempo y los conflictos intergeneracionales implicados en los diálogos pegan más porque la cámara se queda posada sobre las arrugas de quienes los dicen. Casi como en una de las sagas humanas Richard Linklater (la trilogía de Before, Boyhood), se subraya que el tiempo es una de las materias primas del cine al poner a Cruise, Kilmer y otras estrellas que regresan contra la nueva camada (entre la que se destaca Powell como el “nuevo Iceman”). Eso, claro, eso si no tenemos en cuenta el cambio de interés romántico.
Que Top Gun: Maverick es un vehículo para Cruise está dicho en el título de, y él lo entiende mejor que nadie. Cuando al piloto se le cae una lagrima y dice que no puede soltar, que no puede dejar de volar, a uno le toca una fibra no porque este se haya disuelto en el rol cual actor de método, sino porque asocia esa afirmación con Cruise mismo. El pacto ficcional se baraja diferente con estrellas de este calibre, acaso “la última estrella de Hollywood”, y el actor saca gran rédito de su capacidad de comandar la pantalla, de ser (y no ser) él mismo.
Al final del día, como las últimas entregas de su excelente serie Missión: Impossible, la historia de Top Gun: Maverick se pregunta por la obsolescencia de las cosas (de Tom Cruise) de ayer en un tiempo que se presenta como radicalmente diferente. ¿Hay lugar todavía para una reliquia del pasado como él en la Marina (o en pantalla grande) actual? Si así va a ser los resultados, entonces la respuesta es un rotundo sí.