El Último Hombre es una película insólita por donde se la mire. ¿Será olvidada en los anaqueles de la historia o se convertirá en un objeto de culto por su misma rareza?
Argentina, se dice, es un país que da para todo ¿Acaso alguna vez pensaste que verías a Anakin Skywalker teniendo sexo con Liz Solari en una película posapocaliptica hablada en inglés, dirigida por el realizar del film Boca 3D y apoyada por el INCAA? Bueno, exactamente eso es El Último Hombre, o The Last Man, película que se materializa en los cines esta semana en salas argentinas ¿Cómo es que esta producción llegó a ser? ¿Por qué es que no salió en todos los diarios? ¿Cómo es que el Instituto Nacional de Cine y Artes Visuales pudo pagarle los cachés a Harvey Keitel y Hayden Christensen, por más devaluados que estén ellos, en tiempos de recesión y achicamiento del Estado?
Filmada en Buenos Aires, pero deliberadamente editada para que parezca que no ocurre en ningún lugar específico, es evidente que se buscó ampliar su atractivo en otros mercados. Otro tanto se reconoce en la única entrevista que pude encontrar al respecto, dónde se deja entender que este es un proyecto de pasión de su director Rodrigo Vila, quien buscó realizar el film durante ocho años.
El cambio de nombre de Numb a El Último Hombre, y que su estreno se haya retrasado más de catorce meses desde su fecha original en 2017, deja intuir que la producción encontró problemas de financiamiento y distribución. Hoy, es bastante claro que va a pasar sin pena ni gloria en nuestro país debido a la nula publicidad que se le hizo. Probablemente sea directamente estrenada en DVD o alguna plataforma de streaming en el país del norte, donde su mejor chance de ser relevante descansa en que se convierta en un objeto de culto por puro factor bizarro.
Cargando con una producción tan llamativa y una impronta de baja presupuesto que un trabajo de cinematografía esmerado no puede terminar de ocultar, lo único que podría salvar a El Último Hombre de sus limitaciones materiales sería un guion muy original y una ejecución sin reproches. Lamentablemente, ese no es el caso.
La historia tiene como protagonista a Kurt Matheson (Hayden Christensen), veterano de una guerra nuclear futurista que sufre trastorno de estrés post traumático por no haber podido salvar a su mejor amigo de una muerte en las trincheras. Viviendo en un mundo posapocalíptico, su paranoia acerca del fin del mundo parece más que justificada, y a través de ella conoce a Noé (Harvey Keitel), una especia de profeta survivalista. Para poder construir un bunker que lo proteja del final, consigue un empleo como seguridad de una empresa, donde conoce al interés romántico, Jessica (Liz Solari), y al villano, el matón Gómez (Rafael Spregelburd).
Con su tono ominoso y paleta de colores apagada, con lluvia y noche constante, la influencia de Vila es innegablemente el cine de ciencia ficción de los ochenta y noventa de autores como Ridley Scott, Alex Proyas y Luc Besson. Hasta el pelo de Solari parece inspirado en aquel de Milla Jovovich en El Quinto Elemento.
Sin embargo, el relato cinematográfico se apropia de muchos clichés provenientes de esa tradición sin reinterpretarlos ni proponer una impronta propia. Es entendible que el presupuesto disponible podría limitar la cantidad de acción en pantalla, pero no se propone tampoco demasiado desarrollo de personaje o subtexto para compensarlo. Claramente hay un mensaje político/filosófico en el material, pero no logra trascender ni impactar totalmente.
No se desarrolla realmente a nadie por fuera de Matheson, quien habla a la audiencia constantemente mediante una voz en off que resulta, cuanto menos, demodé. No se hace tampoco nada particularmente original con el tratamiento del PTSD, en términos visuales o de guion. Christensen, cuya carrera continúa atormentada por el fantasma de la trilogía precuela de Star Wars, realmente pone garra en la composición del protagonista, aunque como dijimos, no lo lleve a ningún lugar muy original.
Keitel le pone menos ganas, o por lo menos en esta etapa de su carrera está lejos de alcanzar la intensidad que logró sacarle Tarantino, pero es correcto. Todas las actuaciones en realidad son correctas, salvo quizás Marco Leonardi como el padre de Jessica, Antonio, y el niño actor que interpreta una aparición fantasmagórica, quien parece sacado de The Room.
Quizás la sorpresa más grata sea el excelente acento y pronunciación del idioma inglés de Liz Solari. No puede decirse lo mismo de Spregelburd, quien parece estar canalizando un villano italoamericano de una película de Stallone o Chuck Norris. Mientras menos digamos del hombre que vive en la calle interpretado por Fernán Mirás, listado como Crazy Man en IMDB, mejor.
El problema no es la actuación de Solari, quien hace bastante con lo poco que se le da para trabajar, sino que su personaje es la mayor víctima de una política de género que también parece salida de una película de los ochenta. Jessica solo existe como un objeto de deseo que dinamiza las decisiones tomadas por el protagonista, y como una excusa para montar una escena de sexo softcore. Solo le faltó un saxofón para terminar de parecer una función de trasnoche en The Film Zone o Cinemax.
Es que, en realidad, El Último Hombre funciona a la perfección como una especie de homenaje fidedigno de ese cine de acción y ciencia ficción de los ochenta que se repetía hasta el hartazgo en Space, antes que el canal descubriera el cine oriental. Una narrativa visual que refiere a tiempos más sencillos, donde el cine de género era clase B, los personajes femeninos solo existían para el placer de la mirada del espectador masculino, y los miedos sociales se reforzaban sin descaro (el único personaje afroamericano de la película es un recluso que quiere violar a toda persona con quien interactúa). Explicaría mucho si me enterara luego que la producción estuvo basada en una historieta editada en Fierro durante los ochenta.
Pienso que, con la promoción correcta en redes sociales, El Último Hombre podría llegar a gozar de una segunda vida como objeto de culto, en sintonía con la mencionada The Room o Sharknado. Claramente hay un mercado para el consumo irónico de cine retro lleno de testosterona en el mercado hogareño, sino pregúntele a Van Damme o Wesley Snipes. Porque, por otro lado, la película no puede aspirar a competir con otros films de ciencia ficción sofisticado y de presupuesto modesto, como Primer, I Origins o Another Earth.
Por esa razón califico la película con la mitad de una puntuación perfecta. Para algunos, será un intento bienintencionado, pero ulteriormente incapaz de producir una buena película de ciencia ficción en el siglo XXI. Para otros, será un placer culposo que podría disfrutar de buena recepción en el circuito especializado del cine clase B que disfruta de serlo.