Comienza una nueva saga en Dragon Ball Color, y nuestros héroes viajan al espacio.

Dragon Ball Color, de la mano de La Nación Coleccionables e Ivrea, nos llevan al espacio. Y vamos a estar en el plantea Namek por un buen rato, ya que con este libro se abre la segunda saga del coleccionable, Saga Freezer, que abarca 5 libros en total. Si bien las próximas sagas son más largas, con 6 tomos cada una, al ser este periplo espacial una continuación natural de la Saga Saiyajin (de hecho, el viaje comenzó en el libro anterior) nos encontramos ante la aventura más épica de toda la obra de Toriyama.

De hecho, comenzamos leyendo acerca de que fue de Vegeta luego de huir del planeta Tierra. Malherido, llega a uno de los tantos planetas bajo el control de Freezer, donde se recupera en tiempo record porque tecnología alienígena, el príncipe Saiyajin se pone rumbo al planeta Namek al descubrir que otros están detrás de la pista de las esferas del dragón y su plan para alcanzar la vida eterna ha sido puesto en riesgo.

De a poco se nos va a introduciendo a la esfera cósmica del mundo Dragon Ball, más precisamente el imperio intergaláctico regenteado por Freezer. Vemos la tecnología que usan, y algo de la lógica organizativa de ese universo más grande. No hay que esperar nada tan complejo como un organigrama con instituciones y funcionarios, pero es una ampliación bienvenida en una serie que se caracteriza por planteos más bien simples (“ese es el malo, ganémosle”).

También tenemos un paisaje extraterrestre en el planeta Namek que gana mucha profundidad gracias a que estamos leyendo Dragon Ball Color. Sus cielos verdosos y sus aguas aún más verdes, los planetas naranjas que orbitan a su alrededor, aportan un bienvenido cambio de escenario. Nuevamente en el caso de la sociedad namekiana, no nos encontramos con una organización poseedora de una sociología profunda, pero es lo suficiente para darle un marco a la carrera por las esferas del dragón.

El salto espacial permite a Toriyama estirar sus músculos como diseñador, al punto que uno sospecha que primero vinieron las ganas de dibujar extraterrestres y luego la historia. Los diseños extravagantes también ganan mucho en esta edición a color. El fucsia rabioso de Dodoria o el verde agua de Zarbon realmente venden que estamos lidiando con otro nivel de enemigos. De todos modos, no olvidemos que esto es Dragon Ball, donde el presidente del mundo es un perro con traje.

Y no solo a la paleta estrambótica de colores distingue a los nuevos enemigos. Rápidamente es establecido que estos villanos tienen un poder tan grande, que en comparación Vegeta aparece como un mal menor. Sobre todo, Freezer, cuya fuerza es tal que Kaioh-sama le hace prometer a los protagonistas de manera ominosa que intentarán evitarlo a toda costa.

Es justamente el planteo de esta saga lo que la hace tan dinámica y entretenida. Complejizando un poco la cuestión de los bandos, esta vez tenemos tres grupos en juego: nuestros héroes (Krillin, Gohan y Bulma), Freezer y sus súbditos, pero también Vegeta que juega como un tercer en discordia. Una fuerza impredecible que puede terciar en una u otra dirección según le convenga.

Como señale en la reseña pasada, me gusta mucho el grupo de Krillin, Gohan y Bulma, que trae ecos del primer Dragon Ball. Permite cambiar un poco el tono por uno más aventurero e introducir una dosis saludable de comedia. Además, las amenazas se sienten más reales y la tensión más tangible, ya que no se encuentra en escena Goku con su poder sin fondo.

De hecho, que Toriyama vuelva a utilizar el recurso de ubicar a Goku lejos de la acción, convaleciente y en entrenamiento, en una carrera contra el tiempo por llegar al lugar de los hechos, devela que él mismo se había dado cuenta para estas alturas que su protagonista se había convertido en un deus ex machina con pelo puntiagudo.

Aquello que lo distingue, esa capacidad de superar todos los obstáculos que se le pongan en frente con su fuerza de voluntad y autosuperación infinita, se termina convirtiendo en el peor enemigo de la historia, ya que anula la tensión. Solo la noción de la espera a que Goku llegue o se recupere (en futuras sagas será porque está enfermo, o porque está muerto…de nuevo), logra restaurar cierto nivel de tensión al relato.

Goku es una fuerza tan potente, no solo en cantidad de ki, sino de carisma, que lo devora todo. En este libro, por ejemplo, tenemos un gran momento donde Gohan, imbuido con un gran sentido de justicia, se arroja a salvar a un pequeño namekiano llamado Dende, sin pensar en las consecuencias sobre su propia vida. A lo largo de esta saga, y especialmente de las subsiguientes, veremos que Toriyama intenta construir en Gohan un heredero para su protagonista, que tome el manto que le dejó su padre. Pero una y otra vez esos intentos prueban ser infructuosos, condenando al hijo a vivir a la sombra del padre, como si de Migue Garcia o el hijo de Pappo se tratase.

Lo que sí me parece interesante es como a través de la introducción a Vegeta, ese deseo de lucha sin fin de Goku, así como su habilidad por siempre volverse más poderoso es explicado como características de la raza Saiyajin, Si bien hoy ya está asumido que el héroe es un alienígena, este desarrollo fue gran cosa al momento de publicación original de la serie. Lo interesante es que este nuevo origen termina por alejar a la mitología del manga con respecto a su idea primigenia, una reversión del clásico chino Viaje al Oeste, convirtiendo a Goku en una suerte de análogo de Superman.

Con un Goku en camino, Vegeta en plena pelea contra Zarbon, Krillin en busca de la última esfera en juego y el resto de los guerreros Z entrenándose en el pequeño planeta de Kaio-sama, son muchas las bolas que se encuentra en el aire de cara a la próxima entrega de esta saga, la segunda de la colección Dragon Ball Color. Solo queda esperar dos semanas para ver cómo sigue ¡Nos leemos entonces!

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