En la sexta entrega de la colección de Nippur de Lagash el héroe sumerio deambula todavía sin rumbo fijo, aunque se topa con una novedad con la llegada del color a sus páginas.
La colección de Editorial Planeta-DeAgostini continúa avanzando a través de los años iniciales de Nippur de Lagash en la revista D’Artagnan, siempre con el equipo original de Robin Wood y Lucho Olivera. Esta vez, el tomo incluye los capítulos impresos originalmente entre octubre de 1870 y marzo de 1871.
Los ocho episodios reimpresos en este libro continúan las tendencias que se comenzaron a gestar en el último par de entregas. Primero, seguimos viendo la evolución de la narrativa gráfica de Olivera, quien cada vez más rompe la copiosa prosa de los guiones de Wood en más acciones y viñetas. Esto queda claro desde las primeras páginas de la primera historia, la titular “Oráculo”, donde el dibujante llega a incluir hasta una docena de viñetas por carilla. El saldo es positivo, disipando cada vez más la pesadez en la lectura que caracterizó los capítulos iniciales, ralentizados por grandes bloques de texto.
Esta primera historia, “Oráculo”, es la más resonante de todo el libro. Reflexiva y trágica, envía a Nippur a un templo donde se venera a un joven enfermizo y pálido como un oráculo capaz de ver el futuro y el corazón de los hombres. Se lo invita al guerrero a hundir sus brazos en un pozo de aceite, y mirándolo a los ojos, el oráculo le dice: “No seas como las montañas inaccesibles. Deja que tu espíritu baje a las llanuras humanas”. El llamado de humanidad sumerge al Errante en una crisis existencial y un sueño reflexivo y “satisfecho”, como él mismo lo llama. ¿Cómo puedo dejarme sentir cuando he visto tantos horrores?, se pregunta el protagonista
Por supuesto, no pasa mucho tiempo para que se desate la acción, cuando una banda intenta secuestrar al pálido oráculo para lucrar con su poder profético. Sin embargo, en lugar de una secuencia de pugilato triunfante, Wood pone a Nippur como bestia de carga que empuja el carro del secuestrado. La historia termina con la muerte trágica del niño santo, y para sorpresa de él mismo, con el llanto desconsolado del Errante, quien parece haber hecho carne de las palabras que le fueron regaladas.
Más allá de este capítulo, el resto del libro se ve damnificado por el carácter episódico de la serie, que ya a esta altura de la colección comienza a resultar un punto en contra. “Los guijarros de la muerte”, ofrecen otra variación de la historia de un reyezuelo injusto y despiadado, esta vez con un Nippur puramente espectador. “El hombre necesario para Larsa” también repite la trama de la usurpación ilegitima de una corona, iterada varias veces a esta parte.
Obviamente, no se puede elevar esta crítica hasta los autores, quienes nunca imaginaron su obra coleccionada en un formato de lujo como este. Ellos trabajaban en el contexto de una revista mensual que no solo favorecía, sino que exigía la serialización ligera y autocontenida, atendiendo principalmente al lector casual que levantaba un ejemplar de D’Artagnan cada tanto. En todo caso, es una crítica al formato, que no ha envejecido bien a la luz de la evolución de la historieta durante los últimos cincuenta años, fuertemente orientada al libro o “novela gráfica”.
Como en las últimas entregas, el libro se beneficia del nuevo registro cómico que Wood viene ensayando en esta época de la historieta. La alternancia entre drama y comedia ayuda a romper la monotonía y apaciguar el efecto de la repetición arriba señalada. Por ejemplo, en “La Feria”, Nippur juega simpáticamente el rol de gladiador y cupido a la vez, ayudando a que un pastor y una joven esclava puedan estar el uno con el otro. De este capítulo se destacan las visuales de Olivera, quien juega con las tintas y los blancos en la pelea entre el héroe y el gladiador negro Callus.
A pesar de la muy seria y ominosa portada, “Crónica desesperante de Jacodeo” también incursiona en la comedia de enredos, introduciendo las desventuras del titular inepto soldado. Aquí, también, encontramos otro elemento que hemos marcado más de una vez en las reseñas anteriores: lo mal que ha envejecido la política de género que despliega Wood en Nippur de Lagash. En una escena en particular del capítulo, el Errante llega a presenciar el secuestro de una mujer atosigada por “pretendientes” que desean desposarla para heredar las tierras de su padre. Mientras ella grita por ayuda, desesperada, y nuestro héroe dice con una sonrisa en la cara que no intercederá en lo que llama “cuestiones amorosas”.
Ni hablar de la imprecisión histórica, por no decir racismo, de que un ochenta por ciento de las veces que se presente a un personaje femenino como hermosa o en especial bella, aparezca ella dibujada como una mujer blanca, rubia y de ojos claros. Algo llamativo cuando la historia se desarrolla en el Oriente Próximo de la antigüedad. Estamos ante un gran sesgo en la mirada de los autores, no preocupados por la precisión histórica, o Wood sabe acerca de una gran migración escandinava hacia Sumeria en los tiempos antes de Cristo que es ignoran aun los historiadores.
La gran novedad del sexto libro es la inclusión de la primera historia a color de Nippur de Lagash, “Las huellas del hombre de ojos amarillos” fue editada como especialmente en el Anuario D’Artagnan de 1971. El coloreado, sin embargo, es tosco, con una paleta de colores plenos y poco atractivos, sin sombreado más allá de las tintas originales. Por problemas de comunicación por el impresor, o por falta de cuidado en el coloreado, el pelo del protagonista aparece con reflejos de tres colores diferentes en la misma página, como se puede ver arriba.
Aunque en otras situaciones, el coloreado presta casi a la psicodelia, con cielos fucsia, aguas verdes y playas celestes. Un estilo que, por accidente o elección, presagia al adelanto que Planeta DeAgostini nos invitó cuando regaló el tomo 25 con la segunda entrega.