Assassin’s Creed: Valhalla es un paso adelante en la franquicia, que al mismo tiempo arrastra viejas costumbres.
Assassin’s Creed tuvo un fuerte cambio de aires a partir de 2017 con el lanzamiento de AC: Origins. Esto no solo significó un lavado de cara para la franquicia, sino que también modificó gran parte de su estructura en pos de modernizar su jugabilidad, intentando no perder las bases emblemáticas de la saga, como la lucha eterna entre asesinos y templarios, el sígilo, y la exploración de inmensas ciudades. Gran parte de esta reestructuración apostaba por mantener el estilo plataformero, pero con una inyección de action-rpg abrumadora, con decenas de misiones y sidequest para pasar una suculenta cantidad de horas inmersos en la propuesta.
Tras el buen lanzamiento de Origins, Ubisoft continúo por este camino -aunque retomó con el vicio de la entrega anual- con Assassin’s Creed: Odyssey en 2018. Una aventura que por primera vez proponía la posibilidad elegir personaje, Kassandra o Alexios -esto se debió a una decisión gerencial de no apostar excluyentemente por una protagonista femenina- y una cantidad de cosas para hacer por metro cuadrado bestial.
2 años después, Ubisoft tomó nota de muchos de sus errores y con Assassin’s Creed: Valhalla plantea coronar todo lo sembrado en los últimos años con una coronación absoluta de su propuesta, en este cierre de trilogía que tuvo como protagonista paralela a Layla Hassan, que a través del Animus siguió descubriendo los secretos de la organización de asesinos, llevándonos desde sus orígenes hasta su expansión a través de todo el planeta.
Valhalla es un producto mucho más redondo y conciso. Hay varios territorios para explorar, cada uno con un nivel de detalles geográficos y edilicios espectaculares, que se traduce un paso completamente hacia adelante en la franquicia. El combate también fue mejorado, con un estilo más vehemente y crudo, con varios agregados que van de la mano con la cuestión vikinga a nuestras espaladas. Hay varias innovaciones y cosas que aportan frescura a la ecuación, pero también continúa arrastrando algunos vicios que les cuesta erradicar a la fórmula ya concebida.
El viaje de Eivor
Assassin’s Creed: Valhalla deja atrás la mitología griega y egipcia para posar su eje argumental en las invasiones vikingas a Gran Bretaña durante el siglo IX. El protagonista de turno será Eivor -que puede ser hombre o mujer, algo que podemos cambiar de forma indistinta las veces que queramos durante la partida- que se une a su hermanastro Sigurd en la conquista de tierras británicas en buscar de forjar su propio destino y dejar su huella en la historia de su comunidad.
Lo que más me gustó de esta decisión histórica es que, cuando pisamos suelo inglés, ya pasaron varios años desde que las primeras comunidades vikingas comenzaron con la invasión del territorio, entonces llegamos arribamos en medio de un clima de colonización, conflictos, lucha constante de los reinos británicos por expulsar a los invasores y ese deseo de las naciones escandinavas por explorar y colonizar todo lo que hay en el horizonte.
El viaje de Eivor comienza en su niñez y cómo las guerras internas por el dominio de las naciones nórdicas llevaron su propio impulso de forjar un nombre en la historia, sin estar mancillado en el honor pero con un sentido de la justicia y la posteridad. Sigurd será el gran aliado en esta contienda pero también conoceremos a varios personajes que funcionan como nuestro nexo e iniciación dentro del culto de Asesinos y la lucha contra la Orden, ese hilo invisible que tenía una gran fuerza durante las primeras entregas de la franquicia pero que desde Origins, si bien ha estado presente, mantuvo una senda paralela.
Sin entrar en spoilers, el grueso del juego nos llevará por toda Inglaterra, fragmentada en 4 grandes reinos y sus respectivas ciudades, aunque también pasaremos una buena cantidad de horas en Noruega, principalmente durante el extenso prólogo de la aventura, y también por algunas regiones que prefiero que las descubran por ustedes mismos.
De las tres entregas que forman esta reinvención de Assassin’s Creed, Valhalla es la que le aporta un peso más significativo al Animus, a toda la historia que acarrea la franquicia y en especial a Layla, que tiene mayores escenas en este juego, con una relevancia mucho más marcada. Esto implica también que para los veteranos de la saga hay muchos guiños y referencias, pero que están incluidas un tanto de forma opcional, con mails y mensajes en computadoras o diálogos secundarios, así que tampoco deja afuera a aquellos que por primera vez juegan un AC.
Una de las principales innovaciones respecto a sus antecesores es la posibilidad de crear nuestro asentamiento. Apenas pisamos un pie en tierras inglesas nos ubicaremos en una aldea dentro del corazón de la nación, y a partir de ahí iremos explorando los diferentes territorios para forjar alianzas que permitan un desarrollo prospero de la comunidad. Podremos mejorar los diferentes aspectos de la aldea para que traen ciertos beneficios activos como pasivos, y podremos ver cómo -gracias a la contribución de recursos, cómo se construyen nuevos edificios para ampliar el poderío de nuestras fuerzas
El hilo principal del argumento del juego nos lleva por este viaje que Eivor realiza por todas las regiones británicas, su vinculación con la dogma de asesinos y su relación con Sigurd, pero Assassin’s Creed: Valhalla toma la decisión de separar las diferentes misiones principales en arcos argumentales. Historias contenidas con un inicio, nudo y desenlace, que hacen que su argumento sea más llevadero, con una resolución conclusiva y casi sin conexión. Cada vez que elegimos un nuevo territorio para enhebrar una alianza, nos inmiscuiremos en diferentes historias donde tendremos que pasar del diálogo a la acción en cuestión de instantes. Esta estructura permite que la aventura sea más ordenada y que, a pesar de lo apabullante de su mapa, mantengamos un eje al momento de elegir qué territorios explorar.
El progreso de Eivor se olvida por completo del sistema de niveles implementado en Origins y Odyssey para presentar un “sistema de poder”, que iremos aumentando cuando aplicamos Puntos de Habilidad en un árbol de habilidades completamente unificado. En los papeles, el cambio es más simbólico que tangible, pero lo interesante es que esta enorme estructura tiene varias ramificaciones y caminos que podemos tomar, así que nosotros decidimos la orientación de habilidades que le queremos implementar a Eivor. En paralelo a este árbol, también tenemos una serie de destrezas que iremos aprendiendo al encontrar unos libros escondidos en diferentes asentamientos y que potenciar el poderío del protagonista durante el combate.
Este sistema de poder, más allá de darle un sentido de evolución al personaje, es la barrera invisible que utiliza el juego para que no vayamos a cualquier rincón del mapa sin sentir un peligro constante. Por mencionar un ejemplo, en las primeras horas de la aventura, me adentré en una zona con nivel de poder 240 (yo estaba en un cómodo 22) y duré segundos ante el primer enemigo que se me cruzó.
Otra de las grandes innovaciones que emplea Assassin’s Creed: Valhalla son los asedios, saqueos a diferentes ciudades que podemos asestar con nuestras fuerzas vikingas desembarcando con nuestro drakkar, la pequeña barcaza que utilizamos para transportar a los ejércitos. Los saqueos funcionan principalmente para obtener recursos y suministros en abultadas cantidades para fortalecer nuestro asentamiento. Estas incursiones son completamente viscerales y vehementes, es realmente inmersivo ver cómo los aldeanos corren a refugiarse mientras los desprevenidos soldados salen a combatir.
Que todo se desarrolle de forma orgánica hace que los asedios sean atractivos y completamente verticales. A ver, hay momentos en que la IA no acompaña del todo a complementar la experiencia, pero ver a nuestras tropas actuar, sin darles ninguna orden, y quemar casas o pelear contra el enemigo es una arista sumamente positiva para la aventura. Después de 5 o 6 asedios la cosa ya más o menos es la misma y tampoco busca deslumbrarnos con algo fuera de la ecuación, pero logra transmitir esa vehemencia vikinga al llegar a nuevos territorios para atacar y robar de forma sistemática.
Uno de los problemas que acarreaba Assassin’s Creed desde su concepción es la repetición constante de cosas para hacer. En Odyssey fue uno de los puntos más problemáticos de la aventura, que no solo sentíamos que todo el tiempo hacíamos lo mismo, sino que la cantidad de misiones secundarias y tareas a realizar era abrumadora.
Valhalla toma la correcta decisión de volar casi por completo las sidequest y los reemplaza con tareas a explorar en el mapa, divididas en Riquezas, Misterios y Artefactos. Las Riquezas y Artefactos son en su mayoría tesoros e items para encontrar, donde hallaremos nuevas equipaciones, cosméticos, nuevas destrezas, mientras que los Misterios son actividades más puntuales, alguna pequeña misión que nos pide algún aldeano o vikingo, algún enfrentamiento con una criatura o enemigo único, entre otros. Las versatilidad de tareas asciende a más de 10, y eso le da una pequeña inyección de frescura a la exploración, que si bien peca de repetitivo en sus quehaceres, logra maquillar esa sensación de hacer siempre lo mismo.
Al margen de estas 3 aristas que complementan las misiones principales, hay muchas más cosas para hacer en Valhalla, así que es demasiado fácil desviarnos del camino central del juego para perdernos en otros quehaceres. Las ciudades cuentan con varios desafíos, como lucha de rimas, que gana el que hace el comentario más ofensivo al rival, competencia de cerveza y un juego de dados bastante copado, fácil de aprender y que resulta bastante entretenido.
El combate siempre ha sido ese punto a mejorar en Assassin’s Creed y con Valhalla no hay excepción. Sin embargo, con la llegada de los vikingos esta arista tomo una puesta en escena mucho más visceral, que extrae parte del estilo cinematográfico de Uncharted para sacar a relucir unos ataques y remates sencillamente espectaculares. Dónde se rompe un poco la inmersión es en lo predecible que se vuelven los enemigos. No hay patrones de ataques directos pero después de un par de incursiones no vamos a tener problemas contra rivales que tengan el mismo poder o inferior al nuestro.
Otro de lo aspectos que se han simplificado es el equipamiento. Origins y Odyssey maximizaron esta variante al punto del absurdo, y llegábamos a un punto de la aventura con docenas de armas que ni siquiera utilizábamos. Ahora el armamento y las armaduras se obtienen de forma mucho más segmentada y espaciosa (generalmente en el segmento de Riquezas en el mapa) y el arsenal varía desde hachas, martillos, mandobles, dagas, lanzas, escudos, entre otros. Ahora podremos equipar 2 armas en simultáneo, logrando una serie de combinaciones y técnicas completamente devastadoras.
Ubisoft prometía con esta entrega el regreso triunfal del sigilo, una mecánica insignia de Assassin’s Creed pero que con la inclusión de mecánicas de rpg de mundo abierto se había desdibujado. AC: Valhalla hace el intento de volver a incitarnos a utilizar técnicas de infiltración pero una vez más pasa a un segundo plano. En las ciudades podremos mezclarnos entre los aldeanos, utilizar una capucha para que no nos detecten y meternos entre arbustos para que no nos vean. Pero realmente no es una mecánica que sea funcional al adn vikingo, y en 9 de cada 10 situaciones vamos a priorizar desenvainar las hachas y limpiar la zona sin tanta complejidad táctica.
Los bugs siempre fueron un tema complejo al momento de evaluar las diferentes aventuras de Ubisoft y con Assassin’s Creed: Valhalla me pasó algo bastante particular. Diferentes colegas y conocidos me contaron los problemas a nivel técnico que tuvieron durante el desarrollo de la aventura y que les entorpeció la experiencia. En mi caso, la situación fue completamente inversa y los bugs que me surgieron durante las más de 55 horas que estuve con el juego no frustraron mi periplo con Eivor.
A nivel audiovisual, Assassin’s Creed: Valhalla es despampanante. Desde la frías montañas en Noruega hasta las pantaonas tierras británicas, Ubisoft nos regala unos escenarios imponentes y plagados de detalles.
Todavía está un escalón por debajo en animaciones faciales y gestos de los npc, pero hay una recreación de ciudades y escenarios que son alucinantes. Es increíble que, todo lo que veamos en el horizonte, se pueda explorar con un despliegue de territorios que una vez más vuelven a mostrar su imponencia con una sentida verticalidad. El análisis lo hice con una PlayStation 4 Pro y sumado al hermoso apartado gráfico le quiero agregar un rendimiento estable, incluso en los momentos de asedios, con mínimo y esporádicos bajones de fps.
Quizás la Antigua Grecia de AC: Odyssey nos regaló escenarios más vistosos, pero incluso con estas ruinas medievales que exploramos o los oscuros territorios que exploramos en el sur de Inglaterra tienen un encanto maravilloso. Lo que si le puedo llegar a reprochar es los similares que se ven varias de las aldeas, y son pocas las ciudades que logran mostrar algún elemento diferenciador.
Conclusión
Assassin’s Creed: Valhalla impone pocos cambios y novedades con respecto a su antecesor, pero Ubisoft apostó a lo seguro y nos regaló unas experiencias más inmersivas de toda la franquicia. El combate avanza unos casilleros y se agradece que hayan reducido drásticamente la cantidad de sidequests innecesarias y el exceso de loot. Queda todavía en el debe una reinvención del sigilo, algo que todavía no ha podido volver a la saga como corresponde.
De los viejos AC solo quedan algunas cosas, los saltos de fé, la visión perimetral con el ave de turno, la hoja oculta, entre otros. En este contexto de mirar hacia adelante y de reinvención, la franquicia tiene que terminar de patear el tablero pero tiene las herramientas necesarias para terminar de coronarse como la aventura definitiva. La próxima generación de consolas puede ser trascendental y si bien estamos ante una aventura inmensa y por momentos inabarcable, con Valhalla hay una pequeña señal de que a veces menos es más.