Un niño con la capacidad de planear y tres mecánicas nos permiten recorrer bellos niveles, utilizando la precisión y manejando los tiempos.
En agosto del año pasado Serenity Forge lanzó para PC The King’s Bird, un juego de plataformas con todos los aires de la vieja escuela, que llega ahora a consolas sin mayores modificaciones. Pero como no hay que dejar pasar ningún título, acá estamos para refrescar la memoria y contarles qué tal está la aventura del Rey Pájaro.
En este juego controlamos a un niño (o niña, ya que no se especifica su género) que debe escapar de una serie de templos, dominados por una entidad superior que lo bloquea cada vez que lo intenta. Pero la cosa da un giro luego de que el protagonista consigue tomar parte de los poderes de este ser, adquiriendo así la habilidad de planear y de superar todos aquellos obstáculos que antes se habían presentado.
Poco que contar, mucho para jugar
Esta trama que les hemos contado, aunque genérica en sí, es lo que hemos interpretado a partir de lo que vimos durante la aventura. Es que el equipo de Serenity Forge no ha querido contarnos una historia clara, ni de cerca. El juego nos invita, casi como en un ejercicio de construcción perezosa, a entender que es lo que pasa en este mundo tan particular. No hay cinemáticas ni diálogos, no hay ningún tipo de secuencia que nos de alguna pista sobre lo que está pasando a nuestro alrededor. ¿Por qué? Bueno, porque el foco del juego está puesto en la jugabilidad.
En este sentido, The King’s Bird nos pone en las manos tres mecánicas básicas: saltar, planear y deslizarnos. A partir de esto el asunto puede no parecer muy complejo, pero acá es cuando entra lo interesante, ya que para avanzar deberemos hacer uso de estos tres movimientos constantemente y combinarlos de forma precisa. La distancia que recorremos planeando, el momento en que decidimos saltar o la plataforma que elegimos para deslizarnos, todo es cuestión de precisión, de exactitud, de manejar los tiempos minuciosamente. De esta forma, el título nos pone en apuros muchas veces y termina resultando en una experiencia realmente desafiante en ocasiones.
En cada uno de los niveles, cinco en total, moriremos en incontables ocasiones. En este sentido, tenemos que agradecer que han distribuido muy bien los faroles que hacen de checkpoint, invitándonos a rejugar constantemente las mismas partes, todas las veces que sea necesario. Es que conforme avanzamos en la aventura, las zonas cubiertas de espinas aumentan junto con la mortalidad de las mismas y a esto hay que agregarle las limitaciones de cada una de ellas, como cuando se nos impide planear y debemos utilizar nuestro ingenio para resolver las cosas de formas alternativas.
Y esto de rejugar ciertas partes no es algo que pese poco en un título que nos invita en incontables ocasiones a jugar contra el reloj. Es que cada nivel presenta una serie de pueblos en los que debemos reunir luciérnagas o una especie de jarrones, pudiendo hacernos con más de ellos conforme mejoremos las marcas. Un desafío verdaderamente interesante para todos aquellos que les guste jugar a contrarreloj.
Por suerte para The King’s Bird, los controles responden bastante bien a nuestras órdenes. Y decimos “bastante” porque, si bien en líneas generales el avance está dominado por la fluidez, sí que notamos ciertos problemas específicos. Caso claro es el salto justo en el borde de las plataformas, que por momentos hace que nuestro personaje se precipite al vacío por más veces que hayamos reventado el botón de la acción.
Belleza, repetición y cansancio
Vamos a aclararlo desde el principio, el apartado artístico de The King’s Bird es sobresaliente. Comenzando por la banda sonora, debemos decir que es un elemento fundamental a la hora de generar una atmósfera única para el juego, cada una de las canciones que se van sucediendo son bellas y consiguen sumergirnos en el universo que se nos muestra. Visualmente está al mismo nivel, con un diseño de niveles que parece combinar culturas aztecas, mayas y romanas, mientras que juegan con paletas de colores que se mezclan con el negro y generan un acabado realmente precioso.
El problema es que parece que los autores se han enamorado de su propia creación. Como en una consecuencia de la vanidad, los niveles comienzan a parecerse demasiado los unos a los otros, no solamente en su diseño sino también en los colores que manejan. Lo mismo ocurre con la música, que es bella por donde se la mire pero que acaba cansando a niveles inimaginables, sobre todo cuando estamos en las zonas más complejas y cada vez que morimos debemos escucharlas una y otra vez. ¿Poner el juego sin volumen es una mala opción?
The King’s Bird, el veredicto final
Serenity Forge nos trae un juego de plataformas con todos los elementos de los títulos clásicos del género, mientras que utiliza la combinación de tres mecánicas para que podamos jugar con ellas y así consigamos avanzar a través de niveles, por momentos, realmente desafiantes. La fluidez en la jugabilidad permite que la experiencia sea placentera, aún cuando podemos morir una y otra vez sin cesar.
En cuanto al apartado artístico, The King’s Bird es realmente bello. Sin embargo, toda esa belleza acaba por volverse repetitiva cuando las zonas empiezan a parecerse en exceso las unas a las otras. Lo mismo ocurre con su música, que al principio es un verdadero deleite para los oídos, pero que termina por cansar cuando suena una y otra vez la misma melodía.