Caroline Walker vuelve en Tormented Souls 2 con una propuesta que abraza los viejos placeres del género y sostiene con su ritmo una aventura difícil y sin concesiones.
El Survival Horror podrá evolucionar, innovar, patear el tablero cuando se lo permite, pero es uno de los pocos géneros al que todavía se vuelve y se idolatra propuestas que se inspiran (y a veces con excesiva inspiración) en la era dorada del género, desde 1996 hasta los comienzos de siglo.
En este contexto, Tormented Souls 2 nos hace viajar por el tiempo a esa boca, en una propuesta que viene a cimentar los argumento expuestos en la primera entrega, con una ambientación y atmósfera opresiva y una jugabilidad intensa y exigente, con recursos escasos y enemigos que nos la va a hacer parir. Con el complemento de la oscuridad como casi un enemigo más, esta secuela no oculta sus errores sino que los abraza dentro de toda su esctructura.
Entre criaturas, puzzles y supervivencia.
Caroline Walker vuelve a embarcarse en una peligrosa historia con todo los chiches con lo que tiene contemplado el abc de los survival horror tradicionales de la década del ’90: cámaras fijas que condiciona la visión, munición escasa que convierte cada bala en una decisión, ambientes opresivos que jamás te dejan relajarte, puzles que obligan a mirar con detenimineto cada rincón. Una fórmula que de por sí llama la atención desde el vamos y la invitación a disfrutar está servida. El estudio chileno Dual Effect entrega una secuela que no sólo rinde homenaje al legado del género, sino que toma esa base, la pule, le agrega identidad propia y nos pone de nuevo en el umbral del miedo. Esta nueva entrega es mucho más que nostalgia: es una oportunidad para revivir el terror.
Desde el momento en que Caroline Walker entra en escena, uno siente que el juego lo sabe: esta no es la primera vez que la protagonista se enfrenta al horror, pero sí es el momento en que el terror deja de ser solo exterior y se vuelve íntimo, personal. Más que monstruos, la amenaza somos nosotros mismos, nuestra decisión de entrar en habitaciones mal iluminadas, cruzar pasillos vacíos, abrir puertas que preferiríamos dejar cerradas. Y Tormented Souls II lo ejecuta con convicción.

La historia arranca con una misión fraternal: ayudar a su hermana Anna que se encuentra siendo atormentada por visiones y pesadillas, trazos que alguien plasmó con su inocencia y que ahora se materializan en pesadillas vivientes. Caroline la lleva hasta Villa Hess, un pueblo remoto en el sur de Chile que promete salvación… pero lo que encuentra es una puerta abierta al caos. El relato no busca innovar con giros extravagantes; en cambio, lo que hace es reafirmar la coherencia del género: las monjas que sonríen demasiado, los murales con símbolos que no entendés, los ruidos en la noche que no se explican de inmediato. Y mientras caminás por pasillos vacíos, sentís que no sabés si lo que esperás es un salto o un silencio. Esa ambigüedad es su gran fortaleza. La narrativa no te hace sentir omnisciente; te hace sentir vulnerable. Y eso es la esencia de un buen survival horror.
La continuidad con la primera parte es clara, pero no excluyente: podés jugar este segundo episodio sin haber vivido el primero, aunque reconocerás detalles y guiños, plasmados más fuertemente en su jugabilidad. Al mismo tiempo, el juego tiene suficiente identidad propia para sentirse autosuficiente.

Lo que más me atrapó de Tormented Souls II es lo que sucede cuando creés que podés relajarte. Porque no podés. La exploración vuelve a hacer su aparición como mecanismo de miedo: no estás corriendo de un jefe cada dos minutos, estás caminando por un edificio donde las cámaras fijas te limitan la visión, donde la munición es un recurso que cuidás, donde el inventario es un rompecabezas por sí mismo.
Los puzles, por supuesto, tienen un protagonismo que muchos juegos modernos ya no se animan a darles. Pero aquí no son meros oasis de raciocinio: están perfectamente integrados en los escenarios, y a veces se vuelven tan exigentes que casi parecen pruebas de paciencia. Uno los resuelve, respira… y sigue caminando hacia la siguiente sección sabiendo que puede haber otro reto oculto. Esa continuidad mantiene el ritmo y evita que el terror se pierda entre fases de relleno.
No quiero decir que los puzles sean imposibles: el juego ofrece distintos niveles de dificultad, y hay más opciones para aquellos que prefieren avanzar sin tanta tortura cerebral. Pero la ambición está ahí, para quienes gustan de pensar, de volver atrás, de revisar mapas, de tener que combinar objetos de formas poco convencionales. Ese sabor del survival horror de los 90 (la partitura incómoda, la ficha de cassette para guardar, los trucos de cámara) vuelve, pero sin sentirse arcaico.

Los escenarios merecen una mención especial y es una de las bases por las que Tormented Souls 2 es una secuela superadora. Villa Hess, con sus apariencias de sanatorio tranquilo, su iglesia abandonada, la escuela con sonidos que no esperás, los laboratorios escondidos… todo está diseñado para que no quieras entrar, pero lo hacés de todos modos. Esa tensión se construye con su iluminación ambivalente, con espacios que combinan lo familiar con lo incómodo, con cámaras que ocultan más de lo que muestran. Visualmente, el salto respecto de la primera parte es real. Estamos lejos de un AAA que garantiza una mayor cantidad de detalles y elementos afines a un presupuesto astronómico, pero sí ante un juego que entiende la luz, las sombras, los reflejos y el espacio vacío como escultores de sensaciones. Hay momentos en que te parás, sin querer, porque el escenario te detuvo: un espejo agrietado, un desván cuya puerta cruza la luz de una bombilla, una sala donde el eco parece un tercer personaje. Y ahí está la maestría: no en el susto barato, sino en la espera, en el sonido que no escuchás, en la sensación de que algo puede aparecer detrás de la puerta en cualquier segundo.
También el diseño de enemigos se reviste de crudeza y distorsión: criaturas híbridas, cuerpos que no terminan de ser humanos, gestos que dan lo que no esperás. El contraste entre las criaturas amorfas que caminan, los pasillos silenciosos y los gritos que irrumpen rompe tu ritmo. Y como nosotros estamos en control de Caroline —una mujer que empieza en control y termina en el margen—, el juego logra que la vulnerabilidad sea parte de la mecánica.

Tormented Souls II, fiel a sus raíces, se destaca por un combate que sigue siendo un poco torpe, heredero de una época en la que el horror no combinaba con la fluidez total. Pero también se reconoce que ese torpecismo es intencional: el juego quiere que sientas que podés perder, que cada encuentro es un riesgo. Las armas son limitadas, los enemigos pueden sorprenderte y muchas veces evitar la pelea es la mejor opción. Y eso está bien.
¿Se podría haber modernizado más? Sí, desde ya. Hay momentos en que los controles tanque, o la cámara fija, pujan por volvernos lentos frente a otros títulos. Pero esa lentitud no es error, sino parte de un estilo que lo justifica. Y Tormented Souls II introduce mejoras: un acceso más rápido a armas, esquives que funcionan mejor, mejoras en la interfaz. Por lo tanto, quienes temían un estancamiento quedense tranquilos: el juego sigue siendo clásico, pero juega con mayor soltura.
El ritmo está calculado. No es un desfile de jumpscares ni de horror de acción constante. Es más bien una cadencia pausada donde el silencio importa tanto como el rugido. Y en ese espacio de espera —un pasillo largo, una puerta cerrada, una habitación a oscuras— se genera el vértigo. El equilibrio entre la exploración, la resolución de puzles y los enfrentamientos está logrado: no se siente que sobra nada, aunque sí puede sentirse que falta explosividad para quienes buscan “horror‑acción”.

La campaña principal oscila entre las 14 y 16 horas según el ritmo de juego, la dificultad elegida y cuánto te detengas a explorar. Para el género, es una duración adecuada: lo corto favorece la tensión, evita que pierda energía. Pero lo interesante es que el juego incluye niveles de dificultad ajustables —desde modos asistidos hasta los más puros— lo que permite que tanto novatos como veteranos disfruten sin que la cadena de puzles o enemigos los frustre por completo.
Además, hay secretos, finales múltiples, exploración adicional, lo que invita a volver. No es un juego para “pasar y tirar”, sino para revisitar, descubrir lo que te perdiste, ver cómo cambiar el enfoque o incluso añadir un capa extra de dificultad.
Sin embargo, hay elementos que brillan y otros que podrían brillar más. Los aciertos: la ambientación es sobresaliente, los puzles inteligentes, la sensación de vulnerabilidad auténtica, los escenarios bien conectados, la atmósfera que literalmente te acompaña para dormir mal. En esos puntos, Tormented Souls II se coloca entre lo mejor del género reciente.
Por otro lado, los detalles a pulir existen: las animaciones faciales podrían estar mejor, algo que se agrava con varios bugs en cutscenes que te sacan por momentos de la inmersión que el juego mismo promete. El combate, aunque funcional, puede sentirse lento para ciertos jugadores. Pero si aceptás que esa es la letra chica de esta aventura, la experiencia lo vale.

Conclusión
Tormented Souls II no sólo nos devuelve a esos días gloriosos del survival horror y nuestra infancia, sino que lo hace con oficio, con respeto y dosis de ambición . Es el tipo de secuela que entiende que el horror no necesita velocidad ni ostentación, acepta la restricción como parte del diseño y convierte cada exploración en una apuesta personal. Caroline Walker se esmera por ponerle personalidad al juego y por consiguiente tiene algunos momentos de brillo, pero su carisma sigue brillando por su ausencia.
Si sos de los que extrañaban esa sensación de caminar despacio, de abrir un cajón sin saber si habrá una bala o un monstruo, de pasarte un buen rato resolviendo puzzles, entonces esta secuela te habla a vos. No es perfecto, pero lo que entrega lo hace con convicción.
Si el terror es cuestión de atmósfera, exploración y decisión, esta es una cita que no deberías perderte. Apagá la luz, poné audífonos, subí el volumen y… alejate de la oscuridad.
