Jennifer Lawrence se reúne con el director de Los Juegos del Hambre para crear un thriller de espionaje que escatima en sangre llamado Operación Red Sparrow.
Cuando el tráiler apareció en Internet, muchos se agarraron de las similitudes (una protagonista que es una letal agente secreta rusa con la capacidad de engañar y seducir a sus objetivos) para llamar a Operación Red Sparrow la película de Black Widow que Marvel sigue sin querer hacer realidad. En realidad, la Dominika Egorova que interpreta Jennifer Lawrence quiere parecerse más a Elizabeth Jennings de The Americans que a Natasha Romanoff. Al final de cuentas, el film queda lejos de ambos role-models, conformándose con ser un thriller bien ejecutado y no mucho más que eso.
Operación Red Sparrow nos cuenta la historia de Dominika, una bailarina del ballet Bolshoi que pierde su carrera debido a un accidente durante una actuación. Con sus sueños destruidos y la necesidad imperiosa de procurar el sustento para su madre enferma Nina (Joely Richardson), la joven rusa recurre al favor de su tío Ivan (Matthias Schoenaerts), un alto cargo en la agencia de inteligencia de Rusia. A partir de ese momento, Dominika cae en una espiral de traición y violencia que no tendrá fin. La llevará a un instituto de entrenamiento para los Sparrows (gorriones), agentes secretos entrenados para seducir, extraer información y matar a sus objetivos sin sentir nada, como por ejemplo al agente de la CIA Nate Nash (Joel Edgerton).
La trama, un tanto lenta después que Lawrence termina su entrenamiento, intenta enredarse como todo thriller, pero un espectador avizorado puede ver la resolución desde lejos. Más allá de los pormenores de la historia de espionaje, la caracterización de los rusos y los americanos es lo suficientemente estereotípica que no desentonaría en una película de acción clase B de los ochentas. La historia juega con la fantasía norteamericana (justificada o no) de que la Rusia de Putin es la URSS Stalin (a quien se menciona como quien no quiere la cosa) con otra bandera. J Law es entonces una antiheroína que rompe el molde para imponer su individualismo y libre albedrío a la voluntad arbitraria del estado Ruso.
El guión poco inspirado de Justin Haythe, basado en la novela de Jason Matthews, es elevado por un gran reparto que incluye a Charlotte Rampling, Mary-Louise Parker, Jeremy Irons y Ciaran Hinds entre otros. También eleva el material el ojo del director Francis Lawrence, de quien siempre se puede esperar competencia y un poco más detrás de la cámara.
Originalmente director de videoclips musicales, Lawrence sabe como capturar imágenes hermosas y esto es justamente lo que hace con la ayuda del cinematógrafo Jo Willems, el mismo con quien trabajó en Los Juegos del Hambre. Tanto la opulencia de palacios, hoteles y salas VIP así como la crudeza del invierno ruso aparecen en todo su esplendor cinematográfico.
Igual de detallista es el ojo que filma las escenas de violencia, que incluyen múltiples intentos de violación y una maquina que pela fetas de piel humana. Un espectador sensible podría llamar a Operación Red Sparrow un tanto sádica y no estaría tan errado. Sin la dirección vertiginosa y la coreografía marcial de por ejemplo Atomic Blonde, la película se reduce a filmar con cruel firmeza mientras los personajes, y en particular Jennifer Lawrence, sufren vejaciones físicas y psicológicas.
Pero en todo caso el problema con la violencia en Operación Red Sparrow no se desprende de su presentación gráfica, sino en la incapacidad de elevarla de mero gore gratuito a algo más con la trama y el desarrollo de personajes. Como ya hemos comparado más arriba, el modelo del desarrollo de personajes aparenta ser la excelente serie The Americans y su exploración de la deshumanización de los espías soviéticos y americanos durante la Guerra Fría.
Pero sin el tiempo que otorga la televisión para construir la psiquis de los protagonistas ni la capacidad de comprimir un arco satisfactorio que nos haga sentir empatía por Dominika, solo queda un guión de acción de una película clase B con una puesta de prestigio.
No ayuda a la historia que Operación Red Sparrow se estire demasiado, con dos horas y veinte de metraje difíciles de justificar. La intriga simplemente no sostiene el interés con fuerza suficiente, y mientras más demora la resolución más va perdiendo la película la capacidad de retener al espectador. Esperemos que la agente Romanoff tenga más suerte.