Continúan las aventuras espaciales de nuestros héroes en la segunda saga de Dragon Ball Color.
Gracias a La Nación Coleccionables e Ivrea, continuamos disfrutando de las aventuras namekianas de los guerreros Z, en este segundo de los 5 libros en total que abarca la Saga Freezer. En este libro en concreto tenemos el debut de las fuerzas Ginyu quizás uno de los villanos más memorables de toda la serie.
Comenzamos el libro justo donde nos dejó el anterior, en medio de la pelea entre Zarbon y Vegeta. Contra intuitivamente, el príncipe de los Saiyajin pierde ante un lugarteniente de Freezer que sacrifica su belleza a cambio de conseguir más poder en una suerte de Dr. Jekyll/Mr. Hyde marciano.
Aunque golpeado, derrotado y secuestrado, Vegeta es el protagonista indiscutible de este libro. Si bien ya viene siendo un ingrediente principal de los últimos tomos de Dragon Ball Color, en estas páginas por primera vez comenzamos a conocerlo más allá de su poder y su soberbia.
Si una característica del frenemy trasluce aquí es tanto su astucia, capaz de hilvanar estrategias en los momentos de mayor apremio, como queda claro en la treta con la que logra robar las cinco esferas del dragón en poder de Freezer.
(Merece un paréntesis la decisión de Toriyama de hacer las esferas namekianas gigantes en tamaño. Luego de múltiples búsquedas de las esferas terrestres las cuales pueden guardarse tranquilamente en una mochila, el cambio de dimensión del objeto plantea nuevos desafíos para los personajes y nuevas oportunidades narrativas para la serie).
Pero más importante aún, aquí aprendemos hasta qué punto Vegeta es capaz de llegar con tal de ganar. Un “bilardista”, le podríamos decir en criollo. Esto significa no solo hacer trampa, tirar tierra en los ojos de su oponente o inmiscuirse en la pelea de otros, siempre que el resultado sea de su conveniencia. Sino también tragarse su orgullo y saber diferenciar cuándo es mejor huir y cuando mejor pelear.
En este último punto, Vegeta aparece como el opuesto perfecto a Goku, quien va de frente y pelea sin recaudo alguno, como si supiese que por ser protagonista de la historia no puede perder. Quizás por eso la combinación de ambos funcionó también, al punto de convertirse en uno de los ejes de la historia de aquí en adelante.
Mientras tanto, Krillin llega con Dende al refugio del gran patriarca de los namekianos, quien reside en la punta de una alta montaña con forma de torre. Allí, él no solo consigue una esfera del dragón y “despertar” poder que tenía escondido, sino que escucha por primera vez la mención de un “Super Saiyajin”. Concepto que, como todo fan sabe, será clave en la resolución de esta saga.
Si bien al costo de hacer quedar a Krillin como tonto, es muy bueno como los primeros capítulos van tejiendo en paralelo la historia de los terrícolas, Vegeta y los esbirros de Freezer, para finalmente hacerlos colisionar a los tres grupos promediando la mitad del libro.
Finalmente, este choque termina con Zarbon muerto, así como los primeros indicios de un Vegeta que actúa más como un comodín que como un villano tradicional en el sentido blanco/negro, bueno/malo, que suele prevalecer en el relato de Dragon Ball.
Sin embargo, previendo este desenlace, así como obedeciendo un “mal augurio” atado al ya mencionado “Super Saiyajin”, Freezer llamó a su cuerpo de élite, las fuerzas Ginyu. Compuesta por 5 miembros, todos se dice más fuertes que Vegeta, las fuerzas Ginyu ofrecen a Toriyama la licencia para volver a jugar con el diseño de extraterrestres multicolor y con poderes que van más allá de la pura fuerza o velocidad.
El tono cómico del equipo, además de en sus nombres inspirados en derivados lácteos en inglés, es subrayado por su dinámica, que recuerda en las poses ridículas y exageradas a las series Super Sentai (piense la versión original de los Power Rangers).
Si bien presentan batalla, el trio de Vegeta, Krillin y Gohan cae ante los guerreros de Freezer, dejando todo servido para la dramática entrada de Goku. Quien, gracias a la tecnología de su nave, no solo ha entrenado la pasada semana a 100 veces la gravedad de la Tierra, sino que ha multiplicado su poder llevándose a sí mismo al borde de la muerte y recuperándose con las semillas del ermitaño.
Si bien estos momentos dramáticos son los que hacen que Dragon Ball sea lo que es, también es cierto que se siente un poco calcado de su entrada triunfante anterior, la cual leímos solo dos libros antes (es decir, hace solo un mes). Particularmente molesta un poco la “derrota digna” de Gohan, quien había “destrabado su poder gracias al gran patriarca namekiano, pero que cae sin meter, aunque sea una técnica vistosa. Apenas estamos comenzando la serie, y el “síndrome de Gohan” ya está a plena vista.
Medio rara es también la actitud de Goku, quien quizás para presagiar su futura ascensión en calidad de Super Saiyajin, se muestra con una actitud casi beata. En particular, no recuerdo cómo se resuelve, o si se resuelve, la aparente capacidad del protagonista de leer la mente de Krillin. Por el momento, se lee como una decisión extraña por parte de Toriyama.
Con un Goku finalmente en Namek y las fuerzas Ginyu enfrente, este libro sienta las bases para un tomo 3 a pura acción y pelea. Nos volvemos a encontrar en quince días cuando llegue a los kioskos la tercera entrega de la Saga de Freezer, lo que nos ubicará en la mitad de la misma ¡Nos leemos entonces!