Assassin’s Creed: Shadows absorbe los aprendizajes de las últimas entregas para hacer una aventura equilibrada entre la exploración, la acción, el sigilo y los elementos tradicionales de la saga.
Entre varias demoras, ambientación y tráilers interesantes, Ubisoft logró colocar una enorme expectativa con Assassin’s Creed: Shadows, que supone el regreso de la franquicia tras AC: Mirage, pero que de cierta forma continúa lo que la empresa francesa comenzó con Origins en Egipto, Odyssey en la Antigua Grecia y Valhalla en tierras nórdicas.
La intencionalidad de seguir recorriendo el planeta en diferentes momentos históricos nos sitúa ahora en el tan esperado Japón Feudal, no sin esto venir cargado de polémicas sobre la representación cultural y la elección de los protagonistas que van a llevar adelante esta historia de secretismos, acción, giros y por sobre todas las cosas muchas cosas por hacer. Porque si hay algo que caracterizó a la saga en la casi última década en la sobre población de misiones, sidequest, coleciconables y tareas para realizar en mapas gigantes y que por momentos parecía inabarcable. Assassin’s Creed: Shadows no reniega de esto pero sí se nota que Ubisoft aprendió de los errores y encontró un balance en la extensión de tareas con el atractivo de su mundo y también, dato no menor, lo divertido que se siente su gameplay.
En esta triqueta es donde el juego sienta sus bases para transformarse, en una primera mirada, en el AC más redondo de las últimas ediciones, y el que logra también sentar algunos buenos precedentes para el corto y mediano plazo. Una franquicia que, como siempre, tiene más cartas para ofrecer.
El equilibrio entre el combate y la exploración dentro de la dicotomía de sus protagonistas.
A medida que avanzamos por su historia, los elementos de acción y combate fueron tomando un rol cada vez más preponderante dentro de la franquicia, hasta el punto máximo en AC: Valhalla, en donde como líder de nuestra comunidad vikinga nos metimos de lleno en invasiones y saqueos con numerosos grupos de soldados, y llevando combates vertiginosos durante largos tramos del juego.
Esto llevo a un punto de inflexión, ¿a dónde quedó el sigilo y el honor silencioso del Credo de los Asesinos? Esta disyuntiva Assassin’s Creed: Shadows la resuelve partiendo su esquema jugable en una dicotomía simple de resolver: colocando a dos protagonistas jugables con sus propias características y que cada uno represente el camino que la saga viene allanando desde hace 18 años.
Naoe y Yasuke se embarcan en esta historia que nos transporta al Japón del período Sengoku tardío, aproximadamente entre las décadas de 1570 y 1600. Es una era marcada por el intento de unificación liderado por Oda Nobunaga, el influjo de comerciantes portugueses y la llegada de misioneros jesuitas. El juego toma esta dualidad histórica y la traslada al corazón de su narrativa: venganza, desarraigo, identidad y propósito se entrelazan en cada misión. Y si de dualidades se trata, esta dupla traza caminos separados pero paralelos desde el comienzo y que inevitablemente se unen cuando sus destinos y objetivos mantienen un mismo curso.
A diferencia de Odyssey o Valhalla, controlamos a los dos personajes a través de diferentes momentos y cada uno también contará con sus propias sub tramas. Para mantener la llama intacta de Assassin’s Creed, el primer puñado de horas será protagonizado por Naoe, que mantiene el linaje del Credo y permite al mismo tiempo ser un tutorial viviente de todas las novedades que hay en esta aventura. Tanto el sigilo como el parkour son dos de las principales bases en las que la asesina se apoyará para pasar desapercibida en Templos y asentamientos, y armada, además de la característica hoja, de otros elementos como un grappling hook que permitirá escalar terrenos con mayor facilidad.
El factor silencioso de Naoe trae muy buenas sensaciones para adentrarnos sin pasar desapercibidos, pero chocan de lleno con una IA que todavía corre por detrás con el realismo que busca imprimir la aventura y que poro momentos logra conseguir. Ella es una asesina completamente entrenada (una kunoichi) y las sensaciones que imprime su jugabilidad en el joystick son realmente alucinantes y logran traer ese brillo perdido en los últimos AC
Toda la danza ninja que tiene la protagonista femenina choca con su contrapeso. Yasuke, considerado históricamente como el primer Samurai negro de Japón, es una mole que usa la brutalidad y su presencia física para dominar el combate, prescindiendo del sígilo casi por completo. Esta contraparte permite reflejar los escenarios más crudos y virulentos del juego, de cómo rompe las cadenas de la esclavitud para abrirse paso en una tierra sembrada por el honor, el respeto, y el código de los Samurais que lo marcará a fuego.
El juego también destaca por cómo representa el sentimiento de pertenencia. Mientras Naoe es casi invisible en aldeas y ciudades, Yasuke genera reacciones opuestas: respeto, temor, curiosidad. Algunos aldeanos lo saludan con reverencia, otros pronuncian su nombre con admiración. Cambiar de personaje y observar estas diferencias le da vida al mundo, y corrige una crítica frecuente en la saga: la desconexión entre el protagonista y el entorno.
A pesar de los estilos marcados y la posibilidad de rejugar las misiones para palpar las diferencias, tanto ambientales como de jugabilidades, hay un sentido desbalance en la experiencia que ofrecen ambos personajes. Si bien Yasuke impone su presencia y su brutalidad en combate está muy bien coreografiada, prescinde de casi toda la destreza y rituales de Asesina que en Naoe florecen, lo que termina en cierta parte decantando en esa sensación que jugar con el sígilo y bajo las reglas de pasar desapercibido son más gratificantes que un juego más directo y que no tiene las mismas cartas para sostenerse.
El mapa de Assassin’s Creed: Shadows está dividido en nueve grandes regiones: Harima, Iga, Kii, Omi, Settsu, Tamha, Yamashiro, Yamato y Wakasa; pero que su cantidad de zonas no te engañe. Eestamos hablando de un título de proporciones mucho más reducidas que las anteriores entregas y esto también impacta en su duración. Entre 32 y 36 horas lleva completar su campaña principal, pero como todo buen AC completar todo al 100% nos llevará casi el doble de horas.
En esta experiencia de dualidades y choques, Assassin’s Creed: Shadows arrastra ese mal que acarrean gran parte de los RPG de mundo abierto y que se viene transformando en una propia trampa para la franquicia: la repetición de encargos, misiones e incluso de locaciones, algo que golpea muy fuerte en el detallo y precioso Japón Feudal que retratan en esta entrega. Todo el atractivo de cumplir encargos entre Yasuke y Naoe se mantiene a flote durante varias horas porque la diferencia de estilos mantiene cierta frescura, pero cuando eso se ya se vuelve moneda corriente, Shadows pierde fuerza y entramos en un loop en donde ni el loot que encontramos justifica la hazaña ni tampoco hay misiones que presenten matices pasadas el Ecuador de la aventura.
Y este no es un problema de Shadows, es un mal que Assassin’s Creed no ha sabido sortear y, si sirve de consuelo, al tratarse de una aventura un poco más corta que Origins, Odyssey y Valhalla, no tiene el mismo peso y connotación.
Más allá del combate o el sigilo, las misiones secundarias (necesarias para subir de nivel y obtener mejor equipo) se vuelven predecibles. Castillos con daimyos que parecen clones entre sí, búsquedas de botines legendarios que se resuelven siempre de la misma manera, y actividades que no evolucionan con el tiempo, como orar en santuarios, encontrar pergaminos perdidos o saquear fortalezas. Lo que una vez fue novedoso, hoy se siente como una obligación mecánica más que como una aventura.
Hay momentos brillantes, como cuando Naoe participa de una ceremonia del té, el chanoyu. En esa misión, debemos elegir el regalo correcto para el anfitrión, aprender la etiqueta de la ceremonia y seleccionar un kosode adecuado. Las decisiones que tomamos influyen en la percepción que los invitados tienen de Naoe, dejando en evidencia que no pertenece del todo a ese mundo. Pero cuando llega la hora de actuar, vuelve a su identidad shinobi sin titubeos. Son esos momentos de contradicción y humanidad los que hacen que Shadows brille por momentos.
El juego también destaca por cómo representa el sentimiento de pertenencia. Mientras Naoe es casi invisible en aldeas y ciudades, Yasuke genera reacciones opuestas: respeto, temor, curiosidad. Algunos aldeanos lo saludan con reverencia, otros pronuncian su nombre con admiración. Cambiar de personaje y observar estas diferencias le da vida al mundo, y corrige una crítica frecuente en la saga: la desconexión entre el protagonista y el entorno.
No obstante, la exploración también sufre de cierta monotonía. Aunque al principio es fascinante interactuar con el entorno, pintar animales con técnica sumi-e, aprender katas con nuevos maestros o adentrarse en antiguos túmulos funerarios, estas actividades no tienen un impacto real en el progreso del personaje. Todo parece diseñado más para sumergirte en el Japón feudal que para ofrecer variedad jugable.
Y si bien Shadows brilla en su ambientación y compromiso con la representación histórica, sus sistemas de progresión y repetitividad terminan agotando. Es un juego atrapado entre el deseo de contar una gran historia y la necesidad de sostener una estructura RPG que ya muestra signos de desgaste.
Conclusión.
Pedíamos hace años y años un Assassin’s Creed ambientado en Japón y Shadows vino a cumplir nuestros sueños. A pesar de ese “desgaste” que comentamos en el análisis, propio del género y también de un juego que no se anima a patear el tablero con firmeza, esta nueva entrega de la franquicia revive la llama gracias a una jugabilidad atractiva y dos personajes que cargan con todo el peso de una historia que sabe regalar momentazos.
Naoe y Yasuke, cada uno con sus estilos, se cargan al hombro una aventura muy completa que, con sus elementos repetitivos e incluso con algunos momentos donde la IA de los enemigos podría hacer un mayor esfuerzo, plantean nuevos caminos para Assassin’s Creed, en donde se dejaron de cometer muchos errores conceptuales y en donde incluso su esencia estuvo en riesgo.
En sus primeros compases, Assassin’s Creed: Shadows logró presentar cartas para posicionarse como uno de los títulos más rutilantes del año, y si bien seguramente lo destaquemos entre lo mejor de 2025, va perdiendo fuerza con el paso de las horas y se conforma con ser la entrega que salvó a la franquicia y le da una brisa fresca con la cual seguir cambiando su rumbo.
Pedíamos hace años y años un Assassin's Creed ambientado en Japón y Shadows vino a cumplir nuestros sueños. A pesar de ese "desgaste" que comentamos en el análisis, propio del género y también de un juego que no se anima a patear el tablero con firmeza, esta nueva entrega de la franquicia revive la llama gracias a una jugabilidad atractiva y dos personajes que cargan con todo el peso de una historia que sabe regalar momentazos.
Naoe y Yasuke, cada uno con sus estilos, se cargan al hombro una aventura muy completa que, con sus elementos repetitivos e incluso con algunos momentos donde la IA de los enemigos podría hacer un mayor esfuerzo, plantean nuevos caminos para Assassin's Creed, en donde se dejaron de cometer muchos errores conceptuales y en donde incluso su esencia estuvo en riesgo.
En sus primeros compases, Assassin's Creed: Shadows logró presentar cartas para posicionarse como uno de los títulos más rutilantes del año, y si bien seguramente lo destaquemos entre lo mejor de 2025, va perdiendo fuerza con el paso de las horas y se conforma con ser la entrega que salvó a la franquicia y le da una brisa fresca con la cual seguir cambiando su rumbo.