Después de estrellarse con La Momia, Tom Cruise le pone su simpática cara a la historia de Barry Seal en American Made.
En una entrevista para promocionar su último film, Doug Liman (Mr & Mrs. Smith, Jumper, Edge of Tomorrow) describió a American Made como “una mentira divertida basada en una historia real”. Y aunque a esta altura del partido tengamos hasta en la sopa películas basadas en hechos reales, una buena parte de lo que hace que funcione American Made es su anclaje con la historia real de la lucha contra el narcotráfico encabezada por Ronald Reagan. La otra parte es justamente que todo sea una mentira divertida.
Barry Seal: American Made es el último film protagonizado por Tom Cruise y cuenta (una versión un poco más hollywoodense de) la vida de Barry Seal, uno de los contrabandistas de droga estadounidense más exitosos. El film es una suerte de comedia negra (aunque Wikipedia te la catalogue como una “bibliographical crime film”) que usa el inoxidable carisma de Cruise para llevar adelante una trama que no afloja durante sus casi dos horas de duración.
*Esta review tiene spoilers de American Made*
La historia: Barry Seal trabajaba como piloto para la empresa TWA y en simultáneo traficaba cigarros cubanos. En uno de sus viajes, un agente de la CIA (Domhnall Gleeson) lo intercepta y le ofrece trabajar para ellos. Su trabajo en sudamérica llama la atención del Cartel de Medellín, quienes de la mano de Pablo Escobar y Jorge Ochoa, le proponen trabajar para su bando. Barry se convertirá en un contrabandista de drogas, armas y en un lavador de dinero, consiguiendo el título de “el gringo que siempre cumple”.
El mito de Barry Seal tiene todo una historia en Estados Unidos que no ha llegado a esta parte del continente, pero sí hemos podido conocer gracias a series como Narcos o Escobar. Aún así con la historia real de Barry (la cuál es mucho menos interesante) no alcanzaba, por lo que los escritores decidieron influenciarse por otra pseudo-biografía hollywoodense sobre el trágico sueño americano como El Lobo de Wolf Street. Es imposible no hacer un paralelismo entre ambos films y su historia de un antiheroe que elude al sistema (o lo abraza, dependiendo de la situación) para amasar mucho dinero, drogas y sexo.
Pero si bien American Made no tiene la mirada de Scorsese detrás, se vale por sí sola. Tiene rock progresivo, planos grabados en VHS, cadenas nacionales de Reagan y toda una producción de época súper cuidada, pero lo que se destaca dentro de todo esto es el ritmo. Con una edición clara y precisa, el film se toma 2 minutos para explicarnos el trasfondo de Barry Seal, y a partir de ahí desarrolla una historia que no afloja hasta los últimos minutos.
Esto beneficia en parte al film, pero también marca alguna de sus falencias. Porque al centrarse en un personaje, Cruise tiene dos horas para encarnar a un Barry Seal que le cae como anillo al dedo y que es lo suficientemente creíble, carismático y divertido (sin hacer que desencaje dentro de su historia) como para cargarse la película al hombro. Y después del fiasco de La Momia, es agradable ver a Tom en un papel que obviamente le resultó divertido, y que logró transmitirlo en la pantalla.
Ahora bien, que American Made tenga un personaje tan presente opaca al resto de los participantes. Sobre todo a Domhnall Gleeson y a Sarah Wright, que tienen buenas actuaciones pero carecen de un desarrollo lo suficientemente interesante. Además, el ritmo acelerado deschava también algunas decisiones del director, como planos sin sentido o el uso de shaky-cams porque sí (algo que Liman arrastra de films anteriores).
American Made cumple. No estará llena de gags y puns, pero con todos sus condimentos es una historia que produce situaciones tan hilarantes como creibles y nos hace dudar hasta qué punto todo el film es una mentira divertida.