Disney continúa versionando sus dibujos animados con actores de carne y hueso, y esta vez les tocó el turno a Christopher Robin y su amigo Winnie the Pooh.
¿Qué pasaría si hiciéramos toda una película como los primeros cinco minutos de Up?, se preguntó alguien en los pasillos de Disney. El resultado es Christopher Robin, el último ejemplo en la serie de reversiones de sus clásicos animados en carne y hueso que viene haciendo la compañía desde el éxito arrollador en la taquilla de Alicia en el País de las Maravillas de 2010.
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A mitad de camino entre Hook y Finding Neverland, Christopher Robin se distancia de otras adaptaciones recientes como La Bella y la Bestia o El Libro de la Selva en cuanto no se atiene al pie de la letra a la versión animada. En su lugar, se nos cuenta la historia de cómo el protagonista creció mediante una serie de eventos traumáticos (lo envían a un colegio cama adentro, se muere su padre, lo envían a la guerra), y olvidó sus aventuras en el Bosque de los Cien Acres. Estresado e infeliz en un trabajo que no disfruta y desconectado de su esposa y su hija, dependerá de Pooh recordarle todo eso que ha olvidado.
El film, dirigido por el multifacético Marc Foster (Finding Neverland, Quantum of Solace, Stranger than Fiction, World War Z), ejecuta con experticia su cometido de construir una historia entre la nostalgia y la ternura. El guion, acreditado a Alex Ross Perry, Allison Schroeder y Tom McCarthy, quien ganó el Oscar por escribir Spotlight, explora muy bien esa zona temática pixariana de la vida adulta vista a través de los ojos de un niño, y viceversa.
La cinematografía de Matthias Koenigswieser le suma lustre poético a Christopher Robin, particularmente en el primer acto de la película, con tomas que parecen sacadas de una producción de El Árbol de la Vida. Quién diga que Winnie the Pooh y Terrence Malick es mala combinación, nunca notó la melancolía que recorre a los dibujos originales.
En cuanto a las actuaciones, Bronte Carmichael está muy bien como la hija Madeline Robin, pero por lo demás es un soliloquio de Ewan McGregor, quien hace un trabajo sólido como Christopher Robin aunque lejos de destacar en la carrera del actor.
La cuota de ternura infaltable en una historia sobre humanos jugando con animales del bosque que parecen peluches la ponen el muy buen trabajo de los actores que proporcionaron su voz, y de los muy bien logrados efectos especiales.
La textura de los pequeñitos amigos, fieltro gastado por años de abandono, y su integración al metraje filmado es impecable. Si bien el guion y los actores capturaron a la perfección el espíritu de todo el elenco de animalitos, es Igor el que se roba todas las risas con su humor desganado, entre el pesimismo y la ironía.
Acaso la mayor crítica que puede elevarse contra Christopher Robin es que estas risas tardan demasiado en llegar. Los primeros dos actos, que lo ven al protagonista crecer para ser un hombre amargado, su reencuentro con Pooh y el regreso al bosque, pecan de ser demasiado grises, tanto tonal como visualmente. Si bien este contraste es deliberado para resaltar el quiebre con lo anterior durante el ingreso del resto de la pandilla y la realización emocional del personaje, la decisión narrativa termina por arrastrar un poco la película.
Durante el tercer acto, que incluye una persecución por Londres llena de chistes y humor físico, uno siente que está viendo todo el potencial realizado de la idea, como no había sido hasta entonces.
Lo pesado de la primera hora de película es particularmente evidente en 2018, año donde Paddington 2, según Rotten Tomateos la mejor película jamás hecha, logró transmitir emoción y moraleja a través de un oso que habla sin sacrificar por un minuto color o alegría.
A diferencia del cine de Brad Bird o Pete Docter en Pixar, que logra recorrer con éxito ese filo entre los problemas de la vida adulta y los sueños infantiles en films como Los Increíbles, Up o Intensamente, acá la balanza se inclina demasiado por melodrama adulto, corriendo el riesgo de aburrir al niño parte del público familiar al que se apunta.
Dicho esto, la película es más que capaz de satisfacer a gente como uno, adultos con tanto cariño por Disney y Winnie the Pooh como desprecio por el crujir de los engranajes del trabajo asalariado y el capitalismo que nos va robando un poco más de nuestra alma cada día.