Justo a tiempo para las vacaciones de verano, llega la nueva producción animada de Pixar de inspiración mejicana llamada Coco
A esta altura del partido, Pixar se ha convertido en su peor enemigo. Habiendo creado desde Toy Story excelente cine con una consistencia poco común, entre ellas algunas de las mejores películas animadas (o películas a secas) de todos los tiempos, el público y la crítica juzga todo nueva producción con una vara increiblemente alta. La última década los ha visto complicados en sostener su propio estandar, lanzando una serie de secuelas y originales que a cualquier otro estudio lo hubiesen más que conformado. Pero Pixar es Pixar, y cualquier cosa por debajo de excelente tiene gusto a poco.
Da gusto entonces poder anunciar que Lassater y sus gente lo han logrado de nuevo. Coco, dirigida por Lee Unkrich (Toy Story 3) y codirigida y escrita por Adrian Molina, es digna del panteón que ocupan Wall-E, Up y lo mejor del estudio californiano. Esta vez, en lugar de una metrópolis habitada por monstruos o el interior de la mente de una preadolescente, los animadores nos invitan a viajar al colorido mundo de los muertos como es imaginado en la cultura mejicana.
Nuestro protagonista es Miguel (Anthony Gonzalez en inglés y Luis Ángel Gómez Jaramillo en el doblaje), un niño que vive en Santa Cecilia, México y sueña con ser músico. El conflicto surge debido a que en su familia, extendida, muy unida y a cargo de un negocio de confección de calzado, la música esta prohibida debido a que el tatarabuelo abandonó su familia para perseguir una carrera en el espectáculo dejando a Imelda (Alanna Ubach/Angélica Vale) y su hija Coco (Ana Ofelia Murguía/Elena Poniatowska). Resuelto a no abandonar su sueño, Miguel desafía el mandato familiar y se propone cantar en el festival del Día de los Muertos, la fecha en que los mejicanos hacen ofrendas a sus familiares muertos quienes regresan a visitarlos. Este acto lo terminará llevando a conocer su familia en el más allá y visitar el mundo de los muertos.
La decisión más valiente del estudio en Coco fue no solo minar la imagenería del país latinoamericano, tomando prestadas las calaveras de azúcar, las festividades morbosas y la estética de papel mache colorido, sino también con ellos honrar el sentido y valores que los acompañan. Esta es una película que sucede en México con personajes que parecen mejicanos, pero que también sienten y tienen prioridades mejicanas.
En ese sentido, esta es producción puede ser leída como la antítesis de los valores que el tío Walt nos ha vendido durante casi un siglo. Mientras el protagonista clásico de Disney emprende el viaje del héroe para descubrir su destino individual y vivir su sueño, Miguel debe ir y volver del mundo de los muertos para descubrir que lo más importante es la familia, y que incluso los sueños propios vienen segundos al bienestar de nuestra propia sangre.
Resulta extraño ver estos valores latinos, con los cuales nuestra cultura argentina concuerda en gran medida, en una película producida por la Casa del Ratón y probablemente la ayude a resonar como pocas producciones de Disney lo han hecho debajo del Rio Grande. De hecho, el film ya se convirtió en el más taquillero de todos los tiempos en México.
Pero decirlo no alcanza, por lo que Unkrich y Molina construyen una aventura con muchos giros, pero sobre todo corazón. Al espectador avizorado muchas de las sorpresas no lo agarrarán desprevenido, sin embargo el relato esta tan bien construido y los personajes aparecen tan llenos de vida que esto no importa. Como en las mejores historias, uno se abandona al desarrollo y simplemente acompaña a los personajes en su viaje. Semejante inmersión le debe mucho al expresivo trabajo de los actores, que entregan un trabajo tan expresivo como la animación de primer nivel de Pixar. Además de los mencionados Miguel e Imelda, Coco pone en el centro de la escena al famoso cantor Ernesto de la Cruz (Benjamin Bratt/¿¡¿¡Marco Antonio Solís!?!?) y a Héctor (Gael García Bernal en ambas versiones), quien por cuestiones de la suerte se encargará de guiar al joven en el más allá.
Como en las mejores películas de Pixar, Coco no solo cuenta una historia humana que te retuerce el corazón (y esta te lo retuerce en serio), sino que además nos sumergen en mundos sumamente imaginativos y visualmente atrapantes. Aunque en este caso el mundo de los muertos que presenta la película se apoya en folklore preexistencia en lugar de una idea original, la manera en que es puesto en escena deja sin aliento.
Cruzando el puente de pétalos que una vez al año se abre para dejar volver a los muertos se encuentra un mundo complejo y colorido, con disimiles habitantes y sus propias reglas. Hay burócratas y tranvías que cuelgan de vías en el aíre, espíritus guardianes coloreados de neón y clases sociales. Aquí la memoria es lo que cuenta, siendo los más recordados los acaudalados y los olvidados quienes son relegados a la vida marginal.
La música incidental de Michael Giacchino (Lost, Los Increibles, Doctor Strange, Rogue One) y las canciones de Germaine Franco, Adrian Molina, Robert Lopez y Kristen Anderson-Lopez también ayuda a darle vida al mundo, integrando varios números de música mejicana de manera natural, sin salir cantando de la nada como los musicales nos tienen acostumbrados.
Con Coco, Unkrich le pisa los talones a Pete Doctor (Up, Intensamente) y Molina entra por la puerta grande. Ambos nos ofrecen un film animado que funciona en todos los departamentos, y que de seguro se mete en la batea de los clásicos que vemos sin cansarnos.