Winston Churchill llega a la gran pantalla de la mano de Gary Oldman para Darkest Hour, una biopic que nos muestra el lado más humano del político británico.
Incontables personas y personalidades han pasado por diferentes cargos políticos en todo el globo y, sin lugar a dudas, entre ellas se puede destacar a Winston Churchill. Es por eso que Darkest Hour está más que justificada y no se encuentra dentro de ese cúmulo de producciones que forzosamente intentan rendir culto a quienes no lo merecen. Pero, ¿qué tal funciona para el espectador? Eso es lo que analizaremos en esta crítica.
Darkest Hour nos ubica en 1940. Con la Alemania de Adolf Hitler a punto de tomar Bélgica y Francia, el siguiente objetivo sería Inglaterra. En ese complejo momento Churchill es nombrado primer ministro del Reino Unido y, mientras lucha para conseguir el apoyo de quienes lo rodean, llevará sus ideales al límite para tomar una decisión crucial: firmar un tratado de paz con los nazis o resistir y liberar a Europa.
Drama político-bélico de pies a cabeza. Un género que desde el vamos puede ser difícil de llevar, pero que el director Joe Wright ha conseguido contar de una forma muy pintoresca. El filme resulta atrapante desde los primeros minutos y continúa así hasta el final, conociendo al personaje detrás del personaje, poniéndonos en los zapatos de ese hombre tan particular que lidió con un sinfín de inconvenientes mientras luchaba con su propia moral. Un drama con toques de humor que si bien están bien, por momentos nos alejan un poco de lo que en verdad fueron “las horas más oscuras”.
El guion -parte fundamental de una obra tan hablada y en manos de Anthony McCarten- no tiene prácticamente baches. Su función no es sumergirnos en los mínimos detalles de un hecho histórico más que conocido, sino enforcarnos en el discurso de Churchill y en sus convicciones. Gracias a esto, podemos comprender cómo vivió la situación este maestro de guerra y cuánto pesó sobre sus hombros definir el futuro de todo el mundo. Lamentablemente también esta decisión genera, por momentos, cierta sensación de linealidad y provoca que la película pase por varios pasajes un poco estáticos, carentes de emociones.
Pero tranquilos, si en algún momento se les escapa un bostezo allí estará Gary Oldman para volver a captar su atención. El reparto completo funciona a la perfección, pero es él quien destaca por encima incluso de la misma obra. Es carnal, es emotivo, es Winston Churchill y no el actor debajo del maquillaje. Aunque el resto de la producción fuese un desastre, él valdría pagar la entrada. Oldman está ante la interpretación de su carrera y que sigan lloviendo esos premios.
Aunque no a ese nivel, también se merecen reconocimiento Lily James, Kristin Scott Thomas, Stephen Dillane y Ronald Pickup en la piel del acabado Neville Chamberlain.
La fotografía es otro de los puntos altos de Darkest Hours. Cada una de las imágenes en esos diferentes y oscuros escenarios forman un combo sombrío que intercambia matices con el propio protagonista. La mano del director también se hace presente para algunos planos que parecen un tanto caprichosos, pero que al final de cuentas le dan un acabado distinto al filme de lo que normalmente nos entrega la industria.
Entonces, Darkest Hours es una biopic que afronta el difícil reto de hacer entretenido un drama político-bélico y que sale más que airosa en el resultado final. Quizás algunos chistes nos alejan un poco del verdadero clima que realmente existió durante “las horas más oscuras”, pero también ayudan para retratar a un político tan excéntrico como temperamental.
La película de Wright funciona en casi todo momento y en todos sus aspectos y cuenta con un elemento infalible: Gary Oldman. El actor británico llega a sus 59 años para una de las mejores interpretaciones de su vida y cubre cualquier falencia de la obra con un Winston Churchill que consigue sacar sus sentimientos por fuera de la pantalla. Si nos olvidamos de la persona debajo del maquillaje significa que todo está bien y con Oldman, definitivamente, todo está bien.