Sony Animation se lanza con una película para toda la familia sobre los emoji, protagonizada entre otros por una mano con cara y una caca que habla.
Si hay algo que excita a los ejecutivos de Hollywood más que ninguna otra cosa es lo que ellos llaman “brand awareness”, o en español, “reconocimiento de la marca”. Este concepto intenta cuantificar el hecho que las audiencias ya conozcan y les agrade el nombre, el personaje o el mundo en que una película se desarrolla. Según su racionalidad, si el espectador ya conoce la “propiedad intelectual” , la mitad de la venta ya está hecha.
Gracias a esta fiebre por explotar ideas anteriormente exitosas es que podemos disfrutar del Universo Cinemático Marvel y una nueva oleada de films ambientados hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana. Pero también es la razón por la que se intente hacer un film con cualquier libro, juguete, juego de mesa, marca, o en este caso, el lenguaje pictográfico de caritas y muñequitos con el cual nos podemos comunicar en las redes sociales llamado emoji.
Viendo el producto final, es claro que esta fue una mala idea. Particularmente desde un punto de vista artístico. Sin embargo en el origen de la producción hubo una guerra de ofertas entre Paramount, Warner y Sony por los derechos de los emoji, que ganó el último estudio con millones de dólares. Al frente de la cinta pusieron a Anthony “Tony” Leondis un animador veterano que se hizo del oficio en DisneyToons, el estudio de segunda linea de la “Casa del Ratón”.
Según Leondis, su principal influencia a la hora de encara la producción fue Toy Story. Sin embargo, tanto por desarrollo y diseño se parece más a Wreck-It Ralph, The Lego Movie, y por sobre todo a Inside Out. Al igual que ellas, la cinta cuenta la historia de personajes que viven en un “mundo interior” y que enfrentados a un conflicto deben madurar para superarlo. Pero lamentablemente las similitudes no llegan más lejos que el planteo.
Mientras que esas muy buenas películas animadas toman esa fórmula para apropiársela, inyectarle sentimiento y agregar su propia inventiva, esta cinta se contenta con unir los puntos hasta arribar a una conclusión previsible que sólo puede parecer satisfactoria a un infante de tres años que tuvo la mala suerte que sus padres eligieran Emoji: La Película para llevarlos por primera vez al cine.
La trama gira en torno al teléfono celular de Alex, dentro del cual habitan los emojis del título. Allí vive Gene (T.J. Miller en el original inglés), un emoji de “meh” que teme a su primer día de trabajo en el teclado del celular porque en lugar de limitarse a una sola emoción como debería, su redonda cara amarilla expresa una variedad de ellas. Sintiéndose inadecuado, y con la desaprobación sus padres, el protagonista se presenta al tablero y produce un desastre catastrófico cuando el adolescente dueño del teléfono le envía un emoticón raro a la chica que le gusta. Como resultado de ello, Alex desea formatear el celular al día siguiente, poniendo toda el mundo emoji en riesgo. Por su parte, Gene y Hi-5, el emoticón de “choque los cinco”, se embarcan en una aventura para encontrar un hacker que puede arreglar la “falla” que aqueja al protagonista.
Desde los cimientos la historia esta minada por la inviabilidad de la propiedad intelectual para construir un mundo coherente. A lo que se suma la falta de voluntad de los involucrados para hacer del interior de un celular un escenario atractivo. Mientras Inside Out traduce conceptos psicológicos complejos en un mundo imaginativo, aquí Android es un telón de fondo inerte para chistes fáciles que no pudieron tardar mas de cinco minutos en ser escritos. La página de emojis favoritos en un VIP, y un app que permite rootear el celular es un bar de mala muerte donde frecuentan virus y troyanos.
La lógica de la historia tampoco es muy hermética. ¿Cómo puede ser que un adolescente norteamericano de clase media necesite ir a una tienda de reparación para que le formateen el celular en lugar de hacerlo él mismo? ¿Es posible que tanto trolls como spam terminen en la papelera, siendo que los primeros son personas de carne y hueso y los segundos un conjunto de datos?
No vale la pena desmenuzar los arcos argumentales de cada personaje. Solo me gustaría sugerir a los productores que si deseaban subirse al carro de los personajes femeninos fuertes que tan bien le rindió en la taquilla a Wonder Woman, no debieron terminar la historia de Lady Hacker (Ana Farris en el original en inglés) con ella vestida de princesa y renunciando a sus sueños para estar al lado de Gene, emoji del cual “se enamoró” en el lapso de dos horas.
A quien vea la versión doblada, la caracterización trillada se ve empeorada por un doblaje que insiste en darle a cada personaje un acento del castellano distinto que no me puedo imaginar que función cumple, o como sería su paralelo en la versión original en inglés.
La mediocridad y falta de originalidad del argumento y los diálogos se repite en el departamento gráfico. A los limitados recursos gráficos se suman diseños literales y prosaicos, que reduce la potencia visual de un mundo virtual que tanto nutre a Tron y Wreck-it Ralph en un paseo por un complejo de monoblocks. Los emojis mismos son traducciones literales de los íconos, con el agregado palitos por brazos y piernas. El resultado de texturas pobres y diseño perezoso es una película, que en la era cinematográfica donde un simio digital merece un Oscar, está a la altura Thomas y sus amigos.
La moraleja que el film torpemente intenta hacer llegar a sus espectadores es que hay que ser uno mismo, y que la amistad verdadera es mejor que los likes que recibimos en las redes sociales. Es una noción trillada, pero loable si se tiene en cuenta el joven público al que apunta. Sin embargo, sin personajes atractivos, un mundo desarrollado y emociones bien escritas, da lo mismo escribir la enseñanza con tiza en un pizarrón de clase.
Es interesante que una idea mas potente sobre la cual construir la película sea insinuada a lo largo de la película. En una escena, un profesor de secundaria pregunta a que idioma de imágenes se parecen los pictogramas jeroglíficos egipcios, sin lograr que sus alumnos levanten la cabeza del celular .“Las palabras no son cool”, le dice inmediatamente un amigo de curso a Alex, incentivando que se comunique exclusivamente con emojis. El problema del lenguaje y sus posibilidades, mucho más rico y complejo, de seguro más presente en alguna versión tachoneada del guión, queda sepultado bajo decenas de chistes sobre caca leídos con acento británico por Sir Patrick Stewart.
Lo que de seguro no obviaron los ejecutivos fue la lucrativa oportunidad de negocio que presentaba realizar una película que sucede dentro de un celular. Aplicaciones como Candy Crush, Spotify, y Dropbox juegan un rol central en el desarrollo de la trama. Otros como Snapchat o Twitter nunca son nombrados, pero ven sus logos presentados prominentemente en pantalla. Todo esto, de seguro, por una módica suma que las empresas de tecnología pagaron a cambio de la exposición de su marca. Si hubiesen sabido que iban a aparecer en una de las peores películas del año, quizás hubieran gastado el dinero en un jingle de radio o un anuncio en el diario.