De la mano de Netflix llega a todo el mundo la produción live-action japonesa sobre el popular manga y animé Fullmetal Alchemist ¿Hay alquímia o no en la versión?
Si bien la adaptación de manga y anime en películas con actores de carne y hueso no es una novedad en Japón, donde la historieta ocupa el centro de la industria cultural y sirve de insumo para cine, televisión, videojuegos, teatro, etc., los últimos años han visto una maduración de las mismas. Al frente de esta tendencia se encuentra la filial japonesa de Warner Bros., que ni lentos ni perezosos han intentado capitalizar la popularidad mundial del manganime con producciones de calidad y bien financiadas. Comenzando en 2006 con Death Note y sus secuelas, y luego la trilogía de Rurouni Kenshin, el público occidental ha comenzado a cambiar su opinión sobre que puede ser el cine de género nipón y a consumirlo.
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Fullmetal Alchemist se inserta en este panorama con especial potencialidad, ya que el manga de Hiromu Arakawa y sus dos adaptaciones al anime gozan de particular popularidad en Occidente. Por la misma razón Netflix se anticipó a una posible distribución mundial (limitada) de la película, que estreno en Japón en diciembre de 2017, y compró los derechos fuera de la isla para su servicio de streaming.
El director elegido, Fumihiko Sori, no es ajeno ni al anime (Dragon Age: Dawn of the Seeker) ni a la puesta en escena live-action de mangas (Ichi, Ping Pong), y encabeza un producción respetable en envergadura.El fanboy desconfiado encontrará que a primera vista no se ha escatimado en gastos. Si bien es obvio que los efectos especiales no alcanzan la envergadura de un tanque hollywoodense, el CGI es correcto y salvo alguna contadas ocasiones se usa de manera prolija y mesurada. La buena caracterización de Al Elric es el mejor ejemplo esto. La alquimia también esta visualizada de manera decente, aunque con las limitaciones que impone el presupuesto pierde espectacularidad frente a las versiones animadas.
Lo mejor de la puesta sin embargo son los sets y vestuarios, recreados con fidelidad a partir del manga. Los uniformes, el automail de Ed Elric, Lior, la base de los Alquimistas Estatales, son reproducidos con respecto y atención al detalle. La apuesta es clara, yendo al extremo de ir a filmar a Italia, algo raro para una producción japonesa. La excepción son las pelucas, siendo las peores las de Envy y la versión infantil de los protagonistas, pero es un punto de difícil compromiso siendo las opciones desechar el look original o arriesgarse al ridículo.
Las actuaciones son decentes y ayudan a cimentar la verosimilitud de la historia. Cualquiera que frecuente cine japonés, y en particular cine de género, sabrá que los nipones tienen propensión a ser histriónicos y exagerados en su gesticulación, una herencia de la nutrida tradición nacional teatral. Aquí se destacan los protagonistas Ryosuke Yamada como Ed, el titular Fullmetal Alchemist y Dean Fujioka como Roy Mustang, que entregan representaciones medidas de los personajes que capturan su ánimo sin caer en la caricatura. En la otra punta del espectro encontramos a Tsubasa Honda como Winry Rockbell, abusando de las poses kawaii y hablando un par de octavas más agudo de lo recomendable.
Pero cuando la historia se pone en movimiento es el momento en que Fullmetal Alchemist comienza a perder lustre. El guión es exitoso en lograr condensar alrededor de cinco o seis horas de anime en una película de dos horas de manera más o menos coherente. Pero falla en justificar la producción como un film que se sostenga por sí mismo y valga la pena ver más allá de la asociación con el original manga y anime.
Fullmetal Alchemist sintetiza el comienzo de la historia de Ed y Al al modo de un greatest hits, reproduciendo en carne y hueso su intento de transmutación humana, su viaje a Lior, la introducción de Lust, Envy y Gluttony y el conflicto con los alquimistas Dr. Tucker y Dr. Marcoh. Para redondear la trama se retoca un personaje que funciona como antagonista principal y permite resolver el conflicto sin tener que traer futuros enemigos que se pueden ver en el anime. (Para los fans, la base de la mitología que vemos en la película es el manga, por lo que aparece La Verdad y el origen de los homúnculos es como visto en Fullmetal Alchemist: Brotherhood).
Se sacrifican algunos personajes que podemos ver durante estos conflictos en el anime y manga para estilizar la trama, significativamente Scar y el mayor Armstrong, pero no es allí donde reside el problema del guión escrito por Sori y Takeshi Miyamoto. En su búsqueda por complacer a los fans y condensar todos los momentos icónicos posibles en la pantalla grande se pierde mucho del peso dramático que los hizo icónicos en primer lugar.
En ningún caso esto es más claro que en el arco de Tucker y su hija Nina, que a tantos jóvenes a traumado alrededor del mundo en sus dos versiones animadas. En la necesidad de proceder a avanzar la trama y azuzar el conflicto final con los homúnculos y sus cómplices, el drama familiar alquímico queda reducido a un par de escenas en la primera mitad de la película, y se lo roba de catarsis y el horror que lo ha hecho un meme eterno en el fandom.
Otra víctima de la adaptación es el ritmo del film. Si bien es cierto que el cine oriental suele tener una cadencia más deliberado, sin tener que explotar algo cada veinte minutos para retener la atención como del otro lado del Pacífico, Fullmetal Alchemist ve toda la acción concentrada en la apertura y el final. Para cuando el último choque llega, cumple mayormente con las expectativas de peleas y CGI, pero tardo tanto que ya perdimos el interés (o pusimos La Casa de Papel, después de todo está en Netflix).
El producto final, entonces, es una producción esmerada y bien financiada que es un éxito en la puesta en escena pero que tropieza a la hora de ofrecer una historia entretenida que justifique su existencia más allá del fanservice o las necesidades financieras de la productora. Como adaptación es correcta, pero como película le falta ritmo y ofrecer algo nuevo.