Tras más de medio siglo de espera, El Eternauta finalmente tiene su merecida adaptación televisiva y pueden estar tranquilos porque no podría ser mejor.
68 años pasaron desde la primera publicación de El Eternauta, allá por 1957, cuando Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López dieron el puntapié inicial a lo que sería la obra maestra de la ciencia ficción jamás escrita en Argentina. Esta tirada inicial, que se publicó a lo largo de dos años, no fue la única: la historia tuvo dos reediciones, una en 1969, con la colaboración del uruguayo Alberto Breccia, y otra en 1976, poco antes de la desaparición de Oesterheld y su familia a manos de la última dictadura argentina.
En cuanto a los proyectos audiovisuales, si bien esta adaptación de Netflix es la primera en concretarse, no fue el primer intento: en los años ’60, Hugo Fregonese, director argentino que trabajaba en Hollywood, quiso hacer una película basada en la obra: no prosperó. Los siguientes intentos ocurrieron entre los ’90 y los 2000, cuando primero Adolfo Aristarain, también buscó adaptarla. Incluso llegó a trabajar con Elsa Sánchez, la viuda de Oesterheld, pero por problemas de derechos y presupuesto el proyecto quedó en la nada. Mismo destino vivió el proyecto de Luciano Saracino y Federico Sosa, quienes intentaron hacer una miniserie animada, que tampoco vio la luz.
El último intento antes de Netflix lo realizó Álex de la Iglesia (director español de El día de la bestia), quien planeaba producir una película e incluso habló de filmar en Argentina. Sin embargo, los problemas legales, económicos y cierta resistencia del público a una versión “extranjera” terminaron por cancelar el proyecto.

Finalmente, en 2020, Netflix anunció un acuerdo para adaptar la opera prima del sci-fi argentino, y cinco años después, de la mano de Bruno Stagnaro, guionista y director de películas como Pizza, Birra y Faso, y series como Okupas, El Eternauta está entre nosotros.
La versión de Stagnaro arranca enfrentando un desafío conceptual: aggiornar una obra de casi 70 años de antigüedad. Con este fin, se tomaron dos decisiones que, si bien al principio generaron algo de ruido, una vez empezada la serie queda claro que fueron acertadas: traer la historia a la actualidad y no atarse a las edades originales de los personajes.

Bajo la premisa de enamorar no solo a los fans devotos del cómic, sino también a las nuevas generaciones, una historia centrada en los finales de los ’50 y principios de los ’60 hubiese tenido más dificultades para captar a las nuevas audiencias, es por eso que traer a la actualidad los sucesos que narra la novela gráfica, se siente como una decisión correcta. Además, no es un cambio que altere la trama ni afecte la narrativa: El Eternauta sigue estando ahí, solo que con más elementos del presente que los que imaginaban Oesterheld y Solano López en sus páginas.
Siguiendo esta tónica, poco sentido tendría seguir hablando de un protagonista de 35 años. Así como pasaron las generaciones, el hombre de 30 años de aquella época no es el mismo que hoy en día. Adaptar la edad del personaje a lo que hoy se considera un adulto era fundamental para que la aventura tuviera sentido. Y, aunque muchos creían que Ricardo Darín solo estaba para vender la serie al exterior, lo cierto es que su Juan Salvo resulta tan real como aquel que Solano López dibujó por primera vez en las páginas de Hora Cero.

Si bien no pudimos ver (aún) la serie completa, los primeros cuatro capítulos son un pantallazo más que completo para darnos cuenta del nivel de producción que estamos viendo. El Eternauta no tiene NADA que envidiarle a Stranger Things u otros tanques de la plataforma. A nivel producción está a la altura de las mejores, y demuestra (una vez más) que en Argentina no tenemos nada que envidiarle a nadie.
Una Buenos Aires cubierta en nieve de punta a punta que nos hace dudar si realmente no nieva en la ciudad y sus periferias, un cielo envuelto en llamas ante el atento descenso de los invasores, y los escarabajos, tal vez eso que a quienes leyeron el cómic le hacían pensar “¿Y como irán a adaptarlos?”. Creados con una solemnidad y calidad digna de los grandes tanques de Hollywood, nos llevan a realmente vivir esta historia como la merecíamos, haciéndonos sentir que todos los intentos frustrados de llevarla al cine o a la tv fueron necesarios para que hoy en día tengamos esta serie.

Aunque todo lo que hace a El Eternauta está presente, manteniendo viva la llama del fuego sagrado que heredamos de Solano López y Oesterheld, la adaptación de Netflix se permite ciertas licencias. Por ejemplo, el trasfondo de Juan Salvo y la mochila emocional que carga, así como también las historias de otros personajes como Pablo y Favalli. Son pequeños ajustes que suman verosimilitud a una historia que fue trasladada setenta años desde aquella época en que fue escrita hasta nuestra actualidad.
Pero más allá de todos estos elementos fantásticos que hacen de El Eternauta probablemente la próxima gran serie argentina, lo que realmente enamora es eso mismo: el ser argentino. Una historia de apocalipsis que no transcurre en Nueva York ni en una metrópolis del primer mundo. No, es una historia nuestra, que sucede en nuestras tierras, con paisajes y escenas que caminamos todos los días. Si uno no puede sentirse identificado con eso, con un plano apocalíptico donde aparece una heladería conocida de zona norte o un colectivo 59 dado vuelta en la General Paz, ¿con qué nos vamos a identificar? ¿Con un pueblito de Indiana?

Aún nos quedan dos episodios en el tintero de esta primera temporada, pero hasta el momento El Eternauta de Héctor Germán Oesterheld, Francisco Solano López y ahora Bruno Stagnaro, es la serie que esperábamos, queríamos y necesitaramos que fuese. Una obra maestra del sci-fi.