Paul Thomas Anderson, una de los maestros del cine norteamericano actual, vuelve a la pantalla con la nominada al Oscar El Hilo Fantasma.
Los directores de cine tienen fama de ser personas obsesivas, controladoras y egocéntricas. Por eso, pareciese, que aman contar historias sobre personajes que son obsesivos, controladores y egocéntricos. En otras palabras, les encanta hablar de ellos mismos. Paul Thomas Anderson, uno de los verdaderos auteurs que han surgido del cine norteamericano en el siglo XXI, cierra una trilogía informal sobre tales hombres iniciada con There Will Be Blood y The Master con El Hilo Fantasma (Phantom Thread en el original).
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Ambientada en el Londres de 1954, la película se centra en un renombrado diseñador de modas llamado Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis). Junto con su hermana Cyril (Lesley Manville), quien maneja la vida privada y pública de Woodcock con apropiado detallismo y obsesión, el modisto crea los vestidos que adornan a la realeza y élites europeas. La historia comienza con un viaje de descanso al campo, durante el cual el diseñador conoce a Alma (Vicky Krieps), una mesera que captura su atención y se convertirá en su musa y amante.
La trama del El Hilo Fantasma, mínima al centrarse en el cortejo entre Reynolds y Alma con el trasfondo de algunos encargos de diseño a la Casa Woodcock, sienta bien al ojo con que Anderson se dispone a narrar la película. Rumoreándose que fue su propio cinematógrafo, el director nos invita a recorrer el florecer de la relación entre los protagonistas con una mirada preciosista.
Deteniéndose en las texturas de las telas, las habitaciones y los exteriores, la luz toma un protagonismo en la pantalla que recuerda el cine de Terrence Mallick. Esta es una decisión estética deliberada, en pos de construir los pequeños, y grandes, simbolismos que dibujan las raíces de las obsesiones de Woodcock. Anderson, como todo maestro del medio, prefiere contar con imágenes y no con palabras, dejando la cámara permanecer un poco de más en los bordados que el diseñador oculta en sus vestidos, o en una foto blanco y negro que encierra el secreto del Edipo que atormenta al personaje de Day-Lewis.
Otro tanto del El Hilo Fantasma transcurre en planos cerradísimos, que llenan la pantalla grande con la cara del trío de actores. Sin espacio para ocultarse Day-Lewis, Krieps y Manville construyen con excelencia sus personajes mediante los gestos más sutiles, expresando sus motivos interiores con miradas cómplices. Al igual que en The Master, lo que más le interesa a Anderson es explorar la dinámica entre su tres protagonistas, anclados en este caso por el genio magnético del modisto, que funciona tanto como bendición y maldición.
El otro elemento constitutivo es la banda sonora aportada por Jonny Greenwood, guitarrista de Radiohead y colaborador asiduo en la filmografía del director. En El Hilo Fantasma, el músico se aparta de la disonancia que ha caracterizado su labor con Anderson y se inspira en la década de los cincuenta para componer melodías con una influencia de Gershwin que hasta un amateur como uno puede identificar.
Una cinta de conflictos mucho más sutiles e interiorizados que The Master, la gran apuesta de El Hilo Fantasma se da en la reinvención de la dinámica entre los personajes durante un tercer acto que involucra hongos venenosos y una aparición. Es en este giro de los acontecimientos, que llega a tiempo para sacudir una película que comenzaba a parecer demasiado estática, que todo lo que Anderson quiere decir Reynolds Woodcock se nos aparece en la pantalla con toda su potencia.
Una película elaborada de manera exquisita y con actuación antológicas, quizás lo que más reste a El Hilo Fantasma es que aparece como el eslabón más débil de una trilogía gigantesca. Sin el enfrentamiento volcánico de Day-Lewis y Paul Dano en There Will Be Blood o el duelo de personalidades entre el fallecido Philip Seymour Hoffman, Joaquin Phoenix y Amy Adams en The Master, esta película palidece en la comparación. Al mismo tiempo, se podría argumentar que en esta delicadeza y contención descansa su mayor fortaleza. Como siempre, la belleza está en el ojo de quien la mira.