Al igual que el titular asesino, la saga se niega a morir y regresa con su primera entrega en siete años llamada Jigsaw.
Saw, o Juego del Miedo como se la conoció en Argentina, fue la serie de horror que dominó la taquilla mundial durante toda la década pasada. El éxito de la película original en 2004, un buen film independiente dirigido por James Wan, devino en una maquinaria de secuelas anualizadas, que llegaban a las pantallas yanquis cada Halloween con precisión propia de los mecanismos de tortura creados por el asesino protagonistas. El agotamiento del concepto, evidente para propios y extraños, y el sentido común llevó al estudio a declarar a Saw 3D, séptima de la saga, como el “capítulo final”.Pero aquí nos encontramos, siete años después, ante el relanzamiento de la serie, ahora titulada Jigsaw.
No se puede criticar a Lionsgate por procurar revivir una franquicia que supo dejar dividendos, sobre cuando el terror parece estar más de moda que nunca. La productora Blumhouse (Actividad Paranormal, Insidious, Sinister, La Purga) ha convertido al género en una fuente segura de dólares, y las dos sorpresas en la taquilla de este año han sido las onomatopéyicas Get Out (¡Huye! en Argentina) e It.
Pero a diferencias de esos éxitos la película dirigida por los hermanos Spierig (Daybreakers, Predestinantion), se niega a ofrecer ni la reinvención de Get Out, la nostalgia de It, o el lustre de una formula bien ejecutada de Sinister. Lo primero a destacar es que Jigsaw es apenas una película de terror, en el sentido tradicional del término. La fórmula está tan gastada, todos los recovecos de la psiquis del asesino John Kramer (Tobin Bell) tan explorados que no hay suspenso posible. Incluso no esta dirigida o editada como un ejemplar del género, de a momentos pareciendo más una película de acción hecha para cable o un episodio doble de CSI que la mitad de la película pase en un consultorio forense refuerza esta intuición.
Sin entrar en spoilers, podemos decir la película comienza diez años luego de la muerte de John Kramer, cuando un sospechoso en persecución activa por control remoto un juego que tendrá a cinco personas compitiendo por su vida (Mandela Van Peebles, Laura Vandervoort, Brittany Allen, Paul Braunstein). Simultáneamente, un grupo de detectives y forenses, encabezados por los detectives Halloran (Callum Keith Rennie) y el médico Logan Nelson (Matt Passmore) investigan las victimas que van apareciendo, dándose cuenta que es posible que Jigsaw haya vuelto a atacar.
Acaso la única tensión que es generada en la pantalla es la expectativa, el retorcijón en el estómago antes que alguna de las victimas encuentre su muerte horrorosa en los “juegos” de Jigsaw. Siendo sinceros, quien sea fanático de la serie no se siente atraído por las actuaciones apenas pasables, los estereotipos que pasan por personajes, ni siquiera los famosos giros argumentales que salen de la nada y dan vuelta todo en la conclusión. No, quien pague la entrada del cine será para ver de que nueva e inventiva manera el asesino se encargará de disponer de los “pecadores” que ha elegido para hacer “jugar”.
Justamente por ello fue a partir del éxito de la serie original de Saw que se acuño el término anglosajón “torture porn”, dejando en claro que sus espectadores disfrutan viendo el sufrimiento y agonía que los actores representan en pantalla. Pero incluso en ese frente los espectadores se encontrarán decepcionados. Sea porque los mecanismos no son tan elaborados o ingeniosos, o porque ya estamos insensibilizados a niveles insospechados, ninguno de los “juegos” de Jigsaw, ni las muertes que provocan, dejan una impresión memorable.
Más controversial incluso que la violencia de los asesinatos es el móvil detrás de ellos. La moral que envuelve los actos de John Kramer y sus seguidores, y la manera en que la película lidia con ella. Si bien se podría argumentar para la serie en general que estas películas terminan por tratar la ética retorcida del asesino como un argumento valedero y a Jigsaw como el héroe de las mismas, en esta última entrega eso queda más claro que nunca. Acaso esa sea una de las razones del éxito sostenido de la franquicia.
Siempre existió un elemento conservador en el género slasher, como ha sido repetidas veces señalado. Por eso mismo cuando Freddie o Jason se lanzaban en sus maratones asesinas siempre apuntaban contra los jóvenes que habían practicado sexo premarital (o mientras lo practicaban), y eran derrotados por la virginal heroína cuya pureza era escudo suficiente. Pero aquí, al obturarse la identificación del espectador con las víctimas, quienes son presentados como criminales y mentirosos, y prácticamente sacarse de la ecuación los sustos, las acciones de Jigsaw parecen acercarlo más a Punisher o Charles Bronson en El Vengador Anónimo.
Si se desestima moralmente las motivaciones de todos aquellos que se oponen al “juego” de Kramer, desde la corrupción de los detectives y las instituciones a los “pecados” de las victimas, solo nos queda creer en la moral retorcida del asesino del rompecabezas. No nos encontramos ante una sátira o crítica social acerca de la bancarrota moral del exceso de castigo (mírese el clásico ochentoso Running Man o el episodio de Black Mirror llamado White Bear), sino ante una fantasía de “justicia”.
Casi como una extensión lógica de los programas policiales yankis que inundan la pantalla del cable, esta película funciona como una mirada voyeurista al purgatorio, donde aquel que se siente libre de culpas disfruta viendo el sufrimiento de quienes “obraron mal”. No existen atenuantes, no hay explicación sociológica que ilumine porque esas personas cruzaron los límites impuestos por la sociedad. Bajo la mirada individualista del asesino solo existen individuos, sus decisiones, y la retorcida “justicia” que imponen los juegos perversos que diseña.
De seguro se han escrito miles de lineas relacionando la taquilla de films que contienen esta moral draconiana e implacable con el ascenso del conservadurismo religioso y republicano en Estados Unidos. Menos de seguro se habrá pensado como el repetido éxito en otros países, como el nuestro, podría relacionarse a una cultura punitivista que pide a diario la muerte de los criminales más comunes, o incluso aquellos con estilos de vida diferentes (por no repetir los epítetos que se usan cotidianamente).
Más allá de las críticas que nacen del análisis sociológico, como entretenimiento Jigsaw también falla sin lugar a dudas. Se encarga de replicar la fórmula de las siete (¡siete!) películas anteriores, sin agregar ningún elemento que justifique pagar la entrada de cine, y se agrega más giros en una historia que ya tiene más flashbacks que muertos. Si existiese verdadera justicia en este mundo, no tendríamos que volver a escuchar la voz del asesino del rompecabezas dictando las reglas del juego. Pero como no la hay, de seguro el año próximo nos encontrará aquí nuevo, lidiando con las consecuencias de más asesinatos realizados en Jigsaw II.