Hollywood refrita nuevamente a Kong, uno de sus personajes más icónicos, con resultado un poco desparejo pero siempre entretenido y visualmente atractivo.
Como es el caso a menudo con los films que produce Hollywood en la era del remake, el reboot y la secuela, es necesario un poco de contexto para entender como se gestó Kong: La isla calavera. Primero que nada, esta podría contarse como la cuarta o la quinta versión de King Kong, dependiendo si contamos como canónicas las co-producciones con Japón en que el gran simio pelea con Godzilla.
La criatura fue creada por Edgar Wallace y Merian C. Cooper para el film de 1933, dirigido por Cooper junto con Ernest B. Schoedsack. El concepto original sería adaptado en 1976 por John Guillermin con protagonico de Jeff Bridges y Jessica Lange, y nuevamente en 2005 por Peter Jackson con Naomi Watts, Jack Black y Adrian Brody.
Un segundo punto a tener en cuenta es que La isla calavera, como toda superproducción que se precie hoy en día, se desarrolla en un universo cinemático compartido con otras películas. En este caso, la última remake de Godzilla dirigida por Gareth Edwards (Rogue One) y estrenada en 2014. Este MonsterVerse o“universo cinemático de monstruos gigantes” es el intento de Legendary Pictures, subsidiaria del conglomerado Wanda y propiedad del hombre más rico de China Wang Jianlin, de emular el modelo de Disney y Marvel. Por suerte, la conexión entre los films se reserva para la obligatoria escena postcréditos, y la necesidad de establecer un futuro crossover entre los gigantes no pesa sobre la trama.
Luego de un pequeño prólogo que se desarrolla en 1944, que enfrenta a un piloto norteamericano y uno japonés con el titular simio, la trama da un salto temporal hasta 1973 y el ocaso de la guerra que Estados Unidos libró en Vietnam. Bill Randa (John Goodman) está al frente de la oficina gubernamental llamada Monarch, y los primeros momentos de la película nos muestran cómo junto con geólogo Houston Brooks (Corey Hawkins) logra financiar y reclutar una misión de reconocimiento a la hasta entonces oculta isla del Pacífico llamada Calavera. La expedición está integrada por Randa, Brooks y su colega San Lin (Jing Tian), un equipo de Landsat, el apoyo militar de la unidad dirigida por el teniente coronel Preston Packard (Samuel L. Jackson), la periodista gráfica Mason Weaver (Brie Larson) y el británico explorador experto James Conrad (Tom Hiddleston). Randa, quien espera encontrar en la isla la prueba de que los monstruos existen, esconde sus motivos y presenta la misión a todos los involucrados como un simple viaje de relevamiento.
Pero la mentira se sostiene poco tiempo. Una vez sorteada el sistema de tormentas eléctricas que esconde la isla, el bombardeo de cargas geológicas llama Kong ha de hacerse presente en toda su inmensidad. Además de presentar una de las escenas con más adrenalina de la película, el enfrentamiento del simio con el escuadrón de helicópteros permite apreciar la escala colosal de los desafíos que los personajes deberán enfrentar, estableciendo que los vehículos militares no son más que pequeños colibries a los ojos del rey mono. De allí en adelante, los protagonistas se ven empujados a una carrera para escapar de la isla, con un Kong que podría ser tanto su mayor amenaza como su mejor aliado.
El ritmo del film es uno de sus mejores atributos, logrando frenar ocasionalmente para introducir diálogo y desarrollar las relaciones, pero nunca al punto de aburrir o perder impetu. A pesar de ello, el elemento humano es la parte más floja de la película. Los supuestos protagonistas, la fotografa Mason Weaver y exsoldado James Conrad, son personajes chatos y que no ven mucho desarrollo a lo largo de las dos horas que están en pantalla. Buenos y heróicos porque sí, su aporte en la historia se limita a ser jóvenes, lindos y un interés romántico, para quién desee ver eso en una película de bestias gigantes batallando sin reparo. Esto no es una crítica directa sobre Tom Hiddleston y Brie Larson, quienes hacen lo que pueden con el guión que se les dio. Particularmente Larson hace un gran trabajo al transmitir verdadera emoción y sentimiento en sus interacciones con Kong. Tarea difícil si se tiene en cuenta que actuó mirando una pared de color verde.
Mucho más desarrollo se les otorgo a los personajes secundarios, empezando por Jackson. Su interpretación del militar empecinado en vengar a sus soldados caídos es una de las lineas argumentales que empujan la película hacia adelante. Mas su interpretación, que bien parece una interpretación moderna del Capitán Ahab de Moby Dick, no termina de convencer, siendo al mismo tiempo demasiado poco o simplemente demasiado. Bill Randa, interpretado por John Goodman peca un poco de lo mismo. En cambio, la interpretación de John C. Reilly de Hank Marlow, el piloto que cae en la isla en 1944 y ha pasado los últimos 30 años allí atrapado convivendo con los nativos, es todo un éxito. Cargado con la tarea de aportar tanto las risas y los momentos emotivos, Reilly logra ambos cometidos con soltura. Gracias a Jackson, Goodman, pero sobre todo a Reilly, La isla calavera no se transforma en la visual de simulador de parque de diversiones como Jurassic World.
Este es un debut auspicioso en las grandes ligas para el joven director Jordan Vogt-Roberts, cuya experiencia se limita prácticamente al pequeño film indie The Kings of Summer de 2013. Un salto que ha arruinado a más de uno (no hace falta ver más lejos que la desastrosa producción de Josh Trank que osa llamarse Los 4 Fantásticos), Vogt-Roberts hace la transición con gracia. Pierde algo de corazón en la llegada al cine de grandes presupuestos, pero su manejo de la cinematografía y los efectos especiales es envidiable para un primerizo.
El diseño de producción es muy bueno, manteniendo una paleta de color saturada de rojos y verdes que le da una personalidad propia. Especialmente las criaturas son reconocibles pero originales, claramente inspirándose en La Princesa Mononoke de Hayao Miyazaki. La fotografía también resalta, transmitiendo escala y vertigo sin perder nitidez en la acción. Ambos puntos son destacables en la era de los Transformers, donde una pelota de metal ininteligible animada con la última tecnología pasa por escena de acción.
Otros críticos dan como negativo que Vogt-Roberts y sus guionistas intenten incluir un mensaje más social mediante la ambientación en la guerra de Vietnam y las referencias visuales a Apocalipsis Now de Francis Ford Coppola. Es claro que si su intención era hacer un film político se quedaron más que cortos. Lo que es decir, Kong: La isla calavera no puede pretender tener la carga simbólico acerca de la guerra de Vietnam que el Godzilla original tiene para los ataques nucleares en Hiroshima y Nagasaki. Pero el contexto y la ambientación en los años ‘70 le agrega estilo, logrando que la cinta tenga una identidad propia. En especial la banda sonora, integrada por clásicos de la época como Led Zeppelin.
En definitiva, Kong: La isla calavera es una muy buena película de monstruos. Si bien no logra las alturas dramáticas que podrían esperarse del cine de género hoy en día, pensamos en las películas de Christopher Nolan o Ryan Johnson, es entretenida y tiene acción, ritmo y un diseño visual muy bueno. Lo que más deja que desear es la incapacidad de los personajes principales de generar interés humano en el desarrollo de la trama. Pero por suerte, esta vacante la cubre con carisma y oficio John C. Reilly, quien como se dice desde antaño, se roba la película.