La nueva comedia dramática La Batalla de los Sexos con Emma Stone y Steve Carell recrea el histórico partido de tenis jugado entre Billie Jean King y Bobby Riggs en la década del setenta.
En 1973 el tenista retirado Bobby Riggs, ganador de varios Grand Slams, desafió a Billie Jean King, quien probablemente fuera entonces la mejor tenista del mundo, a un duelo televisado por un premio de cien mil dólares (que por entonces era todavía más guita que ahora). Se lo llamo La Batalla de los Sexos. Por supuesto, en el contexto de la lucha de las mujeres por igualdad en la sociedad occidental, aún librándose allí y en todo el mundo, el valor del triunfo trascendía el efectivo.
Mucho del humor de la comedia es minado del anacrónico machismo explícito con el que se mueven los personajes masculinos, como el mismo Riggs (Steve Carell) o el presidente de la sociedad de tenis norteamericana, Jack Kramer (Bill Pullman). La potencia dramática nace del mismo lugar, a partir de situaciones que son reproducidas en el film como una reflexión de cuan parecida es aún nuestra sociedad a aquella de los años setenta. En particular la actitud hacia la orientación sexual de King (Emma Stone).
La Batalla de los Sexos apuesta todo a sus protagonistas, construyendo de cerca en torno a las actuaciones de Carell y Stone, y es mejor por ello. Steve Carrell esta muy bien como Riggs, luciendo unas patillas que hacen la mayoría de la caracterización por él. Combinado con el vestuario más la actitud inmadura y chauvinista, el tenista retirado aparece casi como un Austin Powers de la vida real. Si bien no se puede contar entre las actuaciones más potentes de Carell (para eso vean Foxcatcher), la responsabilidad cae sobre el papel, que le demanda más recaer en su dotes de comedia que las dramáticas.
En el reverso, si bien Emma Stone no pierde el ritmo humorístico al momento de medirse contra los hombres en sparring verbales, lo destacado de su performance se concentra en los momentos dramáticos. Sin los desbordes emocionales que les gusta a los jurados del Oscar, Stone transmite en mirada y gestos toda la frustración, el hambre, las ansias y el deseo que sacuden a King en los eventos retratados por el film. Diversos críticos han salido a llamar a ésta la mejor actuación de su carrera y tienen armas para hacerlo. Ciertamente es una actuación superior a aquella que le ganó la estatuilla de oro el año pasado.
En torno a los protagonistas se despliega un elenco secundario de lujo, que incluye a Andrea Riseborough, Sarah Silverman, Bill Pullman, Alan Cumming, Elisabeth Shue, Austin Stowell, Jessica McNamee, Fred Armisen, Chris Parnell y siguen las firmas. Si bien la mayoría ocupan roles pequeños, la solidez del trabajo consolida un reparto sin eslabones débiles y hace de lo actoral uno de los puntos más altos de La Batalla de los Sexos.
El guión de Simon Beaufoy (The Full Monty, Slumdog Millonaire) provee una base firma para el elenco, así como lo hace la dirección segura del matrimonio Jonathan Dayton y Valerie Faris. Más conocidos por su éxito Little Miss Sunshine, la dupla directorial logra combinar con éxito su sensibilidad indie con la producción de época. Filmando con un pulso retro y una imagen levemente granulada, Dayton y Faris, junto con el equipo de diseño de producción, reconstruyen con verosimilitud el pasado pero sin convertirse en una clase de historia. De hecho en algunas tomas puntuales la cinematografía captura encuadres preciosos, una cualidad que no esta tan presente en trabajos anteriores de los directores.
Partiendo de sus puntos fuertes, Dayton y Faris construyen la película como una comedia dramática, subrayando los roces en las relaciones interpersonales. En el centro del conflicto se encuentra la relación amorosa entre Billie Jean, y la estilista Marilyn (Andrea Riseborough), apareciendo el comprensivo marido Larry King (Austin Stowell) como un tercero en discordia. Es claro que para un film que quiere decir algo acerca de la desigualdad de género en la sociedad contemporánea, dramatizar la homosexualidad de King es una tentación casi irresistible.
Si bien promediando La Batalla de los Sexos hay un momento donde el melodrama amenaza con descarrillar el ritmo de lo que esencialmente se propone como un drama deportivo, la resolución del conflicto finalmente remendó los peores temores que el romance me había generado. Como le explica Larry a Marilyn en una confrontación tensa, en todo caso ellos estaban compitiendo por un segundo lugar en el corazón de Billie Jean. El primero siempre sería del tenis.
Lamentablemente es cuando llega el momento de jugar al tenis que la dirección de Dayton y Faris flaquea. Mientras clásicos del cine deportivo, se me viene a la cabeza Ali o Creed, encuentran su potencia en el momento del deporte, aquí la emoción del match debe ser constantemente subrayada con la inserción de tomas con la reacción de los personajes secundarios. Claramente la dupla directorial está mucho más interesada por el drama humano en torno al partido, el cual es realzado con creces por la melancólica banda de sonido de Nicholas Britell, que por el tenis mismo. Esta es en mi opinión una oportunidad perdida, pues como dice y hace la misma King durante el film, su potencia de lo que ella venía a representar no estaba afuera de la cancha sino dentro.
En definitiva eso es lo que Billie Jean y sus compañeras deportistas (y la película) vienen a decir: la mujer puede no ser definida por su relación amoroso, por su maternidad, sino ser definida por hacer eso que ama. Sin embargo, los directores no están a la altura de este pedido. Quizás hubiese sido mejor un director de acción, como los mencionados Michael Mann o Ryan Coogler (quien prepara Black Panther mientras lees esto) para retratar de manera kinética al duelo entre Riggs y King. Este es el único punto débil de un film de otros modos excelentemente realizado, y la razón por la cual no termina de trepar al panteón del cine que trasciende.
Finalmente La Batalla de los Sexos termina, no voy a decir como por sí no entraron en Wikipedia, y el film se queda corto al buscar capturar esa catarsis en movimiento cobre la cancha (se deben conformar con decirla). Por supuesto, los derechos de las mujeres no fueron ni son contingentes al resultado de un partido de tenis. Pero todos sabemos cuanto le gusta a los yanquis darle la razón a los ganadores.