La oferta de terror en la cartelera no para de crecer, y La Casa Oscura es una buena opción para seguir asustándose en las salas locales
Siempre ha habido un poco de drama, de trauma, en las películas de terror. Por lo menos, en las mejorcitas. Pero, quizás atribuible al impacto que la “revolución A24” ha tenido en el género durante los últimos años (con el nuevo clásico Hereditary de Ari Aster a la cabeza), la proporción que le corresponde a cada ingrediente en la fórmula de lo que pensamos un buen ejemplo del género ha ido cambiando.
Allí reside la mayor fortaleza de La Casa Oscura (The Night House, literalmente La Casa Nocturna o La Casa de la Noche), la nueva película de David Bruckner (El Ritual). En dejar que el drama gane terreno ante los sustos, tanto en tiempo de metraje como en convenciones genéricas. Desde la primera escena, que nos muestra a Beth llegando a su casa junto al lago tras el funeral de su marido, queda claro que el drama humano es el centro de la historia.
Si la apuesta funciona, es porque las actuaciones están a la altura, particularmente la de la protagonista, Rebecca Hall (Iron Man 3, Godzilla vs. Kong). Su retrato de una mujer atormentada por el luto y la duda en que la sumerge el inesperado suicidio de su esposo ancla toda la película, que tiene un poco de unipersonal. Que Hall retrate el duelo no como el cliché de la tristeza lacrimógena, sino como una confusión llena de enojo, la frustración ante la imposibilidad de comprender una ruptura con la cotidianidad tan profunda, eleva la apuesta por el drama.
Ayuda también que el guion de Ben Collins y Luke Piotrowski, junto con dirección de Bruckner, ofrecen un par de escenas donde la actriz puede desatar toda la dimensión de las contradictorias emociones que atraviesan a Beth, como una salida after office con colegas de trabajo o un careo con una de las “amigas” de su difunto esposo. Es en esas escenas, tensas y llenas de conflicto humano, donde la comparación con Hereditary está más a mano.
El otro puntal de La Casa Noctura es su capacidad de crear una sensación del lugar, de hacernos habitar la modernosa, vidriada casa junto al lago en que Beth y su marido armaron una vida juntos. Esto es en gran medida un triunfo del equipo detrás del diseño de producción y de la cinematógrafa, Elisha Christian, quienes con encuadres justos y una locación con personalidad propia nos ubican siempre en tiempo y lugar. Ojo, no es Fincher en Panic Room, pero está muy bien.
De a poco, claro, el terror más tradicional se va metiendo en la película. Al principio, lo hace con elegancia, mediante algunos elementos de utilería excelentemente diseñados (un cuaderno de dibujo sospechoso, unos libros sobre ocultismo ominosos, una estatuilla perversa). Promediando el metraje es quizás donde estas dos fuerzas, el drama y el horror, aparecen mejor balanceados. Los primeros sustos son trillados, saltos en la butaca motivados por ruidos fuertes que rompen el silencio, pero bien que te hacen saltar.
Sin embargo, como suele ser el caso, la cosa se desarma hacia el tercer acto, cuando la necesidad (o imposición) de ofrecer explicaciones deletreadas y mostrar un “monstruo” final barren con la ambigüedad en la que habita con grandes resultados los primeros dos tercios de película. Y, en todo caso, si la idea era ir a fondo con las revelaciones, saturar el terrorometro, se quedan más bien cortos.
En definitiva, La Casa Oscura es una buena opción de terror dentro de una cartelera que se ha visto saludable en ese frente. Un tercer acto trillado y forzoso en sus explicaciones le impide aspirar a la altura que sugiere durante el nudo de la película. Pero aun así muy recomendada, especialmente para los fans del género.