La agenda de cine nacional de terror se viene con todo en 2018, y arranca con el estreno de la esperada Necronomicón.
Necronomicón, dirigida por Marcelo Schapces, parte de la buena voluntad que genera el concepto. En los cuentos del maestro del terror H.P. Lovecraft se menciona que una de las copias existentes del grimorio más maldito escrito por el árabe loco Abdul Alhazred se encuentra resguardada en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Partiendo de ese curioso dato bibliográfico, y sumando que Jorge Luis Borges fue tanto director de la Biblioteca como ávido lector de Lovecraft, todos los ingredientes están a la mano para crear una buena historia de suspenso, fantasía y terror. Sin embargo, a lo largo de su poco más de hora y veinte de metraje, el film logra dilapidar casi toda esa buena voluntad, y nos deja lamentando por los elementos que si funcionan y se pierden en el producto final.
En una Buenos Aires azotada por lluvias incesantes, el restaurador de libros Luis (Diego Velázquez) recibe el encargo de la directora de la Biblioteca Nacional de aventurarse en anaqueles perdidos y recién descubiertos de la institución en búsqueda de algún incunable. Lo que descubrirá ahí será el comienzo de un misterio que lo dirige directo al Necronomicón. En torno a ese evento, una serie de cosas raras empiezan a pasar en torno a Luis. Su hermana paralitíca Judit (María Laura Cali) comienza a oir voces de su madre muerta y parece estar enloqueciendo. Dieter (un Federico Luppi oculto bajo malos FX), el bibliófilo vecino de arriba muere, propiciando que su sobrina Mara (Victoria Maurette) se mude al edificio y traiga todavía mas tensión. De ahí, las cosas solo pueden empeorar para Luis.
Una vez que se pone a la Biblioteca como escenario, luego de un arranque un tanto endeble, la película es su mejor versión de sí misma. La arquitectura tan icónica como extraña del edificio de Clorindo Testa, los recovecos y las sombras que ellos proyectan casi invitan a la cámara a apoyarse en ángulos retorcidos y poco esperados. La desidia de los abandonados y oscuro depósito llaman a prender una linterna y caminar a tientas entre ellos. Uno realmente puede creer que el libro más infame de la historia está oculto en esos pasillos y nadie se ha dado cuento.
Ayudan a crear el misterio en torno al edificio la actuación de Cecilia Rossetto como Hipólita, la directora de la institución. Sus nervios cuando describe los vericuetos de los subsuelos sobre los planos azules realmente transmiten el suspenso y horror que la aparición del Necronomicón demanda. También se luce Daniel Fanego como el librero Baxter, experto en volúmenes de demonología y magia negra, y el mismo Velázquez le aporta con su actuación cierta verosimilitud a los desarrollos de la trama.
Pero cada vez que Luis sale de imponente Biblioteca y se aventura en las calles de Buenos Aires, la tensión se diluye. La lluvia y las nubes que oscurecen permanentemente la ciudad se han agregado digitalmente, pero de manera no muy convincente. Si bien la renderización de los monstruos y la magia también dejan mucho que desear, el caso del diluvio es peor. Una película de terror vive o muere por su ambientación, y estos efectos no hacen más que sacarnos de clima.
Queda claro que nadie espera espera que una producción argentina de horror tenga los niveles de producción de El Conjuro. Pero en lugar de apostarse en sus fortalezas, Necronomicón se empecina con desnudar sus debilidades. Teniendo en el centro de su historia un libro, la ambientación ya dada de la Biblioteca y una profunda mitología de la cual tomar fragmentos para narrar, prefiere una y otra vez mostrarnos los monstruos, los zombies y la magia negra que haría mejor en esconder.
Cuando Fanego narra la historia del grimorio sobre una secuencia animada muy bien lograda, la película muestra la potencia para el susto que tiene las ideas al centro de la historia y un dialogo bien actuado. Judit, quien es poseída sin mucha razón y luego desaparece sin haber aportado nada al desarrollo de la trama, expresa las peores tendencias de Necronomicon. Su arco parece solo existir para poder incluir una secuencia donde camina contorsionada en una escalera, en homenaje a El Exorcista.
Hay un momento en que Luis hojea un libro médico medieval que le dejó legado Dieter. Contiene horribles ilustraciones de cerdos biseccionados y fetos retorcidos. Como si no fuera a alcanzar un acercamiento con la cámara, se elige en posproducción hacer que los dibujos salgan de la página y chillen. En lugar de confiar en el elemento que se pone en pantalla, y en el espectador que está mirando, se resalta artificialmente el momento, y se mata al susto.
Al igual que el arco de Judit, luego del planteo del nudo, la trama se deshace y pierde todo hilo. La resolución del conflicto no solo llega sin involucrar las acciones de medio elenco, sino que viola reglas internas que habían sido establecidas un par de escenas antes. De todos modos, para cuando los detectives Ibañez y Menta entraron en escena haciendo una rutina digna del Coco Silly y Daniel Araoz, uno con camisa hawaiana y parche en el ojo, terminé de comprender que con Necronomicón Schapces apunta a entrar en el canon de cine B, Z tal vez.
Si faltaba confirmación, la siguiente escena la ve a Mara desnudarse en el patio de la Biblioteca y tener sexo con el protagonista en lo que se excusa como un “rito de iniciación”. El sexo gratuito, junto con la caracterización tenue del personaje femenino que la propone apenas como un objeto de deseo para Luis (y el espectador) vuelve a dejar en claro que el lenguaje que se pone aquí en juego es aquel del cine de bajo presupuesto de los años setenta y ochenta.
La combinación de terror poco sugerente y sexualización gratuita de la mujer me recordó estar leyendo una historieta de la primer época de Fierro, conexión acertada debido a que el guionista de historietas Luis Saracino coescribió junto al novelista Ricardo Romero, y porque Sasturain hace un cameo.
En lugar de confiar en los conceptos de Lovecraft y Borges, en la ambientación y en el criterio del espectador para construir un terror inteligente con poco (vease It Follows o The Witch) se apuesta por un lenguaje de genero vetusto al que casi se le ven las lineas de tracking del VHS. Involuntaria o deliberadamente, Necronomicón queda mas cerca de El Día de la Bestia que de El Bebe de Rosmary o La Novena Puerta, solo que no pretendía ser una comedia.
Esto es una verdadera pena porque se desperdicia una buena historia y una buena oportunidad. Existe en Argentina un público de adolescentes y jóvenes deseosos de ver películas de terror. Solo basta ver los números de taquilla de las series El Conjuro, Annabelle y Actividad Paranormal. Pero este público, que ve en videos de Slenderman y suicidas japoneses en Youtube no quiere un cine que le guiñe el ojo cuando se ve la costura del traje del monstruo. Quiere un terror que se tome a sí mismo en serio, pero por sobre todo, los tome en serio a ellos.