El director Álex de la Iglesia, un español favorito del público argentino, regresa con la nueva comedia Perfectos Desconocidos.
Un buen concepto puede darle a una comedia, un género en que usualmente se recurre a premisas sencillas, un plus que potencia los chistes y mantiene la historia en movimiento. Esto Álex de la Iglesia lo sabe muy bien, habiendo el español forjado su nombre con películas como El Día de la Bestia, Crimen Ferpecto o Las Brujas de Zugarramurdi.
En el caso de Perfectos Desconocidos, el concepto es tan sencillo como potente. Un grupo de viejos amigos se junta a cenar una noche, y deciden que para hacer más divertida la velada jugarán un juego durante la misma. Recordando a un matrimonio conocido que se terminó debido a un mensaje de texto, cada uno de los comensales acuerda a poner su teléfono celular sobre la mesa a la vista de todos. A lo largo de la comida cada llamada, mensaje y archivo recibido será compartido con para las delicias (u horror) del resto.
Como no podía ser de otra manera, Eva (Belén Rueda) y Alfonso (Eduard Fernández), Antonio (Ernesto Alterio) y Ana (Juana Acosta), Eduardo (Eduardo Noriega) y Blanca (Dafne Fernández), y al amigo solitario Pepe (Pepón Nieto) descubrirán en las pantallas de los pequeños smartphones cosas que hubieran preferido no saber de sus parejas y sus amigos.
La premisa, que hasta incluso tiene un elemento fantástico en la influencia enloquecedora de la “luna roja”, es puro Álex de la Iglesia. Por eso llama la atención descubrir que en realidad se trata de una remake de Perfetti Sconosciuti, una película de Paolo Genovese que logró gran repercusión en su Italia de origen.
El guión de Jorge Guerricaechevarría, un asiduo colaborador de de la Iglesia, juega a partir del concepto con las relaciones personales y de clase entre los comensales, usando los teléfonos como ventanas a la vida secreta de cada uno de los personajes. Son desnudados prejuicios y sentidos comunes, posturas asumidas son puestas a prueba confrontadas con la realidad de los secretos. Es decir, esa crítica de la clase media que tanto a minado el director para hacernos reís a lo largo de los años.
En cuanto a los aspectos de la dirección, Perfectos Desconocidos comprueba lo que ya sabíamos. De la Iglesia tiene dominado el pulso cómica del cine, montando las introducciones de las respectivas parejas con habilidad y empujando en la cena a la película hacía adelante sin perder momentum.
Ayuda también el elenco, que logra capturar el puñado de matices otorgado a sus personajes y equilibra el humor y el drama de las situaciones con gracia. De las actuaciones más meditadas (Eduard Fernández, Dafne Fernández) a las más caricaturescas (Ernesto Alterio y Pepón Nieto), las interacciones funcionan y no hay una combinación entre los siete actores que no saque alguna sonrisa, cuando no carcajada. Nunca había estado en una función de prensa con tanta risa, y eso es un indicador que la comedia funciona.
Lamentablemente, así como pasó en su última película El Bar, mucha de esa buena voluntad se va perdiendo sobre el final. Si bien he leído críticas que tiene problemas con el tercer acto de la cinta, en mi caso es la resolución de los últimos minutos la que conspira en desencantarme con los Perfectos Desconocidos a partir de una posible lectura del film.
Necesariamente entrando en terreno de spoilers, quedan advertidos, la escena sigue su curso natural luego que los secretos de pareja salgan a luz en la mesa compartida (no entro en detalles porque no viene al caso del argumento y es mejor verla sin saber). La cena se sume en el caos total y el drama llega a cotas tan altas que casi ahoga la comedia. Hasta ahí todo bien. Pero una vez que los invitados se retiran (en pedazos), Eva sale al balcón a mirar la “luna roja” y arrojar su celular a la calle. Es entonces sacudida por un poderoso viento que la vuela contra las paredes. Al entrar de nuevo al departamento, encuentra que por un giro fantástico, todo lo que pasó durante la última hora y media no pasó. La compañía recién se sentó a la mesa, y el juego aún no a iniciado. Entre incrédula y confundida, admite que se le cayó el celular y el juego se cancela, y la vida sigue adelante.
La mirada aliviada de Eva y la resolución fantástica nos quieren transmitir un mensaje que es bastante viejo, viejo por lo antiguo como por lo vetusto: que la ignorancia es felicidad. Confrontada con las consecuencias de la verdad, decide que es mejor “no saber” y seguir como si nada. Este mensaje conservador no cuadra con nuestros tiempos, donde el impulso es más bien el de tener el valor para sacar los muertos del placard y mirarlos a la cara.
La “ignorancia”, por lo demás, no es igual para todos. Porque como vimos durante la cena, no todos eran victimarios. En particular dos personajes aparecen como sinceros en su compromiso con la pareja y son traicionados por sus cónyuges. Un tercero tiene un secreto que no debería porque serlo. Para ellos, el sufrimiento de la verdad los hubiera eventualmente liberado. A ellos la “luna roja” no los salvó, sino simplemente les postergó el dolor de saber lo que el otro realmente está pensando.