La novela e investigación periodística realizada por Martín Caparrós es llevada a la pantalla como la opera prima de Agustina Macri.
Las vidas de la gente, como la de Soledad, por más que tienen un principio y un final, no son como las historias que creamos. No tienen un arco narrativo definido e inequívoco, no tienen un nudo, sino que tienen miles de ellos, miles de decisiones que tomamos para bien o para mal hasta el día en que dejamos de estar en este mundo. Sin embargo, nos encanta amarrar las vidas de las personas dentro de historias prolijas. En el cine, ese género se llama biopic, usualmente melodramático, y por el cual creo ya haber descrito mi falta de afinidad en alguna otra reseña en este sitio.
La directora y guionista Agustina Macri (si, de esos Macri), junto con su partenaire de escritura Paolo Logli, tuvieron una ventaja a la hora de adaptar la vida de Soledad Rosas a la pantalla, ya que existía una investigación periodística novelada sobre el caso. Amor y Anarquía, publicada por Martín Caparrós en 2003, que dio mayor relevancia al caso de una joven argentina que fue encarcelada como parte de una célula terrorista anarquista en Turín, Italia a fines de los noventa.
Pero, aun así, se deben tomar decisiones artísticas en la adaptación, pues una cosa es una investigación en formato libro y escrita en tercera persona, y otra una película que depende más de la imagen que de la palabra. En mi opinión, la mayor fortaleza del film es la toma de posición que toma Macri en este respecto, abandonando el mandato de contar la vida de Soledad (Vera Spinetta) como un cuento con principio, nudo y desenlace, y optando por buscar capturar la vida interna de esta chica porteña de clase media que termina por convertirse en una mártir del anarquismo.
La principal evidencia de ello es la decisión de romper con la temporalidad durante la edición, prácticamente comenzando directamente en Italia, e introduciendo módicamente flashbacks que van iluminando de a poco el pasado de Soledad. El resultado es un film económico en su metraje y ligero en la narración, o por lo menos tan ligero como puede ser una historia con esta carga dramática.
Por supuesto que esta decisión artística pone todo el peso de la película en Vera Spinetta. Ella debe cargarse la película al hombro y transmitir todo ese mundo interior con pocas palabras, lo que hace con aplomo y justeza, aunque sin destacarse tampoco.
El resto del elenco funcionan como satélites al mundo que es Soledad. Se destacan algunos de los actores italianos, como Edo (Giulio Maria Corso) y Silvano (Marco Cocci), y en particular destaca la decisión de filmar casi la totalidad de la película en ese idioma.
Ayuda mucho a capturar el mundo interior de la protagonista, saltando entre ciudades y temporalidades, la calidad de la cinematografía de Daniel Ortega. La mirada de la cámara siempre es introspectiva, y acompaña casi como si miráramos el mundo a través de los ojos de Soledad. La música también contribuye mucho, tanto la música incidental compuesta por Condor Maki, como la utilización de canciones populares de artistas como Luis Alberto Spinetta y Los Fabulosos Cadillacs.
Un precio que se paga por este aproximamiento a la narración es la pérdida de información o la descontextualización u ofuscación de algunas de las decisiones tomadas por el personaje principal. Habiendo leído el libro hace años, no puedo opinar como experimentará la historia un espectador que no conozca nada de la historia con anterioridad, pero supongo que podría sentir que los motivos de las decisiones de Soledad aparecen poco explicados.
En este respecto, fue muy inteligente reemplazar la clásica voz en off por metraje de una sesión de terapia donde la hermana intenta comprender las decisiones y acciones de Soledad.
Menos me convence el intento de darle mayor protagonismo a la familia, que se la muestra extrañando y sufriendo en Buenos Aires, o el intento de darle una vida interior al fiscal que la encarcela y la mujer guardia cárcel que la vigila. No solo no suman nada a la película, sino que traicionan el foco puesto en la protagonista y su búsqueda de identidad y libertad a toda costa.
¿Satisface la directora, que debuta con este primer largometraje, su ambiciosa meta cinematográfica? Podríamos decir que sí, pero tampoco se la trasciende, nunca atrapándonos inequívocamente en ese mundo interior. De todos modos, celebró nuevamente que rompa con el molde de la biopic lineal e intente otra forma de contar la vida de Soledad Rosas.
El pasado del que huía en Buenos Aires, la chatura de su familia de clase media porteña, la búsqueda política, todos estos elementos quedan un tanto desdibujados en una película que privilegia lo emotivo sobre lo político.
Finalmente, el film depende de su capacidad de generar, con los elementos audiovisuales que ofrece, empatía con Soledad. Lo cual sospecho, demandará que los espectadores llenen los huecos con sus propias experiencias y expectativas, y hará de la recepción de la producción un prospecto cuanto menos variable.