El anticipado capítulo en la saga Skywalker llega las pantallas argentinas tras dos años de espera, y las expectativas no pueden ser más alta ¿Cumple con ellas Los Últimos Jedi?
La ansiedad siempre juega en contra. La primera media hora de Star Wars Episodio VIII: Los Últimos Jedi había pasado delante de mis ojos y me encontraba contradictoriamente decepcionado. Mi borrascosas expectativas, atribuibles mayormente a que Rian Johnson había guionado y se había sentado detrás de la cámara, no estaban siendo cumplidas. Esta no es la película que me habían prometido, o por lo menos la que me había imaginado.
El Despertar de la Fuerza de J.J. Abrams había calcado fielmente la fórmula de la Star Wars original, reuniendo un grupo de improbables aliados y destruyendo un arma de destrucción masiva en posesión de un imperio intergaláctico malvado. Consecuentemente, esperaba esta vez un homólogo del Imperio Contraataca, ese film tenebroso donde descubrimos que el villano es el padre del héroe, y rara ocasión en que los buenos pierden en una película de hollywoodense.
En particular deseaba una zambullida profunda en la mitología de la Fuerza, prefigurada en el místico entrenamiento Jedi que Yoda imparte en Episodio V (mi momento favorito de Star Wars) y que la llegada de Rey (Daisy Ridley) a la isla del ermitaño Luke Skywalker (Mark Hamill) prometía. “Do or do not, there is no try” en esta película no hay. En su lugar, Johnson nos regaló con algo que no sabía hacía falta, y que Star Wars había perdido hace mucho tiempo en una galaxia muy lejana: su corazón.
El planteo inicial es sencillo, tanto que al tradicional texto inicial le sobra un párrafo por lo menos. Inmediatamente luego del final de Episodio VII, la Primera Orden ha descubierto la locación de la base de la Resistencia, y Leia (Carrie Fisher) con su gente intentan evacuar antes que arribe la destrucción inminente. Esta retirada, como el viaje hacia el lugar verde en Mad Max: Fury Road, es el movimiento que motoriza la trama y la película entera. Mientras tanto, Rey se encuentra con Luke, he intenta persuadirlo de que regrese a pelear por la restauración de la República.
Construido con maestría, del guión solo puedo objetar que me pareció lento en el arranque (quizás solo porque me ganaba la mencionada ansiedad). Pero una vez que gana velocidad Los Últimos Jedi no puede detenerse por nada. Llena de momentos inesperados y giros súbitos, son bien empleadas las más de dos horas y media que hacen a la más larga de todas las Star Wars. (Para los preocupados, este es un film muy susceptible al spoiler, así que naveguen con cuidado antes de ir al cine). Visualmente y sonoramente impecable, no podía ser de otra manera, el mayor elogio que puedo darle al guión de Johnson es que sus personajes aparecen tan realizados y sus relaciones tan vivas que el deseo de saber que les iba a pasar absorbió toda mi atención y no me dejó de sobra para apreciar los detalles técnicos.
Los cuatro protagonistas introducidos en El Despertar de la Fuerza son desarrollados y se los dota de tres dimensiones. El entusiasmo inocente y un poco monótono de Rey es redefinido como una convicción cabal cuando se enfrenta a problemas moralmente complejos. Asimismo, el lloriqueo de Kylo Ren (Adam Driver) cobran nueva vida a la luz de la relación con su tío Luke Skywalker y con Rey. Inesperadamente, se podría argumentar que son los arcos narrativos de Poe (Oscar Isaac) y Finn (John Boyega) los que le dan el centro emocional a Los Últimos Jedi. El personaje de Isaac, poco relevante en Episodio VII, transita un desarrollo significativo en el trayecto de la película y le abre cancha al actor para que haga lo que sabe hacer mejor.
El viaje de Finn y Rose (Kelly Marie Tran) al planeta casino Canto Bight no solo provee el terreno para que el primero continúe su camino del héroe, sino que además introduce una dimensión social a la lucha rebelde que nunca antes había sido articulada tan directamente (por lo menos en el cine). Este “giro a la izquierda” de Star Wars ciertamente puede leerse como la intención del cineasta y su equipo de dotar de relevancia política a Los Últimos Jedi. Triunfa porque en lugar de poner un alienígena naranja parecido a Trump, va al hueso y desnuda la desigualdad que se oculta detrás de la opulencia y el lujo de los ricos espaciales. En el proceso, actualiza la misión de la Rebelión/Resistencia y le da una carnadura que siempre es nombrada pero poca vez tan elocuentemente mostrada.
En Canto Bight, Finn, Rose y BB-8 también conocen a DJ (Benicio Del Toro) un oportunista mercenario que nos invita a volver al mundo moralmente ambiguo del crimen intergaláctico que nos estuvo vedado desde la introducción original de Han Solo (y que se mantuvo vivo en las series animadas Clone Wars y Rebels). Él, Rose y la Vice Almirante Holdo (Laura Dern) son bienvenidas nuevas caras en Star Wars, y todos ellos tiene varias ocasiones para robarse la película. Genuinamente uno desea volver a verlos, lo que es una buena noticia teniendo en cuenta los planes de Disney de continuar produciendo largometrajes en este universo para siempre.
También vale destacar la pericia técnica empleada en crear al Líder Supremo Snoke, otro paso más en la cruzada de Andy Serkis por reemplazar a todos los actores con personajes digitales. El diseño de los alienígenas en general es más esmerado que en Episodio VII, aunque no cabe ninguna duda que los Porgs fueron introducidos en la producción por el gerente del brazo juguetero de Disney. Indigna solo pensar en la cantidad de peluches que van a vender.
Un detalle que no pasa desapercibido es que las lecciones más importantes que contiene la historia no son impartidas por poderosos (hombres) Jedi sino por los personajes femeninos como la Vice Almirante Holdo o la misma Leia. Nuevamente atento a los tiempos en que vivimos, Johnson nos muestra una cara del empoderamiento de la mujer que difiere de la doctora de Harvard con cuerpo de modelo de Victoria’s Secret que Michael Bay nos ofrece en Transformers 5 (y van…). El guionista y director pone en Los Últimos Jedi a las mujeres en lugares de poder y sostiene en ellas la cámara mientras llevan adelante su liderazgo.
En Episodio VIII podemos realmente apreciar el lugar central que ocupa Leia Organa en la Resistencia, solo descrito y sugerido en El Despertar de la Fuerza. El rol que la General goza en Los Últimos Jedi realmente echa sal en la herida de la pérdida de Carrie Fisher. Nunca me detuve demasiado en Leia como personaje (más fascinado como niño con Yoda o Han Solo), pero aquí la actriz es dotada con suficiente material para explayarse y darle carnadura al personaje. Es clara la intención de que su rol ampliado continuará en Episodio IX, lo que es un problema que Abrams tendrá que resolver con gran cuota de gracia.
Hamill también se luce como un Luke Skywalker ermitaño y derrotado, renuente de abandonar su exilio autoimpuesto. El uso de los personajes de la trilogía original, así como de los varios guiños a los films originales, ilustra la diferencia en los aproximamientos de Johnson y Abrams. En la ausencia de un guión sólido, la nostalgia de Episodio VII aparece simplemente como una pátina destinada a generar el placer fácil de la repetición y lo conocido. Aquí, en el contexto de relaciones y dinámicas interpersonales mejor logradas, los elementos traídos del pasado tienen un impacto más resonante. El paso del tiempo y sus efectos en las relaciones no se ve solo en lo arrugado de los actores, sino en sus miradas y las palabras dichas para enmendar los errores cometidos.
Finalmente, cuando todo está dicho y hecho, Los Últimos Jedi cumple su rol como capítulo del medio de la tercer trilogía. Pero en lugar de repetir la derrota aplastante de El Imperio Contraataca, cuyo potente efecto se debió en gran parte a su novedad, aquí el conflicto necesario del nudo narrativo es reinterpretado como una oportunidad de aprendizaje. En el caso de Episodio VIII, esta oportunidad significa (re)descubrir el corazón de la Resistencia, y de Star Wars. Al final del túnel, como suele ser, hay una luz de esperanza. Una esperanza que Abrams, e incluso Lucas, se empecinaban en decir pero que Rian Johnson es capaz de mostrar, y por eso hacer del momento algo más potente. Una esperanza en la razón por la cual los héroes luchan (y en la posible calidad de la decena de películas de La Guerra de las Galaxias que se vendrán inevitablemente en las décadas que siguen).