La serie sufre un cambio drástico de tono y estilo con Thor: Ragnarok, y el diagnóstico es más que positivo.
La máquina de Marvel sigue marchando aceitada. Thor: Ragnarok, la decimoséptima película del MCU, es la prueba fidedigna de ello. La serie siempre había sido el eslabón más débil del universo cinemático, faltándole la personalidad que caracteriza a sus compañeros, e incluso salva a entradas menores como Ant-Man. A sabiendas, Kevin Feige y las cabezas del estudio contrataron al neozelandés Taika Waititi para que inyectará de humor y personalidad a esta tercer parte, claramente usando como modelo la exitosa Guardianes de la Galaxia. El estudio se afianza aquí como una productora de cine entretenido y adictivo, pochoclo del más alto orden, que sabe a que apunta y lo hace de manera certera.
Waititi no demora en poner las piezas en su lugar. El comienzo de la película encuentra a Thor (Chris Hemsworth) capturado por Sutur, el gobernante del reino de fuego Muspelheim, dos años luego de la batalla en Sokovia. Luego de derrotarlo en un montaje al ritmo de “Immigrant Song” de Led Zeppelin, la vertiginosa primera media hora ata todos los cabos sueltos de entregas anteriores y escenas poscréditos, y estable un nuevo status quo. El héroe descubre que Loki (Tom Hiddleston) está personificando a Odín (Anthony Hopkins), y juntos van a la búsqueda de su padre en la Tierra. Lo encuentran sin retraso, cameo de Benedict Cumberbatch mediante, e inmediatamente “muere” (tan muerto como puede estar un personaje de historieta) dejando libre a su hija primogénita, Hela (Cate Blanchett). La diosa de la muerte deja en claro su poder e intenciones rápidamente, destruyendo a Mjolnir con una mano sola y tirando por el Bifrost a sus dos hermanos menores.
El lugar de destino es Sakaar, que oficiará de escenario para la mayoría de la película. Quien haya leído la historieta Planet Hulk, de la cual el guión toma elementos, recordará que ese el mundo donde el gigante esmeralda lucha como gladiador y lidera una revolución a lo Espartaco. Por suerte para el espectador, en el universo cinemático Sakaar no es representado como un desierto de inspiración orientalista y paleta de colores terrosa, sino una ciudad inmensa y colorida sacada de un afiebrado sueño de Jack Kirby. Su gobernante es el Grandmaster (Jeff Goldblum ), uno de los Antiguos del Universo junto al Coleccionista, que auspicia en su planeta luchas de gladiadores intergalácticas.
El diseño de la ciudad y sus habitantes, inspirada de forma directa en la psicodelia cósmica de Kirby, es un bienvenido cambio de escenario. Colmando más que Xandar, Asgard o cualquier otra locación que hemos visto en las películas Guardianes de la Galaxia las posibilidades de un planeta alienígena de historieta. Para resaltar el tono exótico, el diseño de indumentaria, el maquillaje e incluso las costumbres locales, como la escena del desfile y sus polvos de colores, toman elementos hindúes y asiáticos.
Además, este Sakaar kirbyano se presenta como un buen teatro a las batallas que tienen como protagonista a un Thor ya sin martillo. En cuanto al diagramado de la acción, la película está a los estándares de Marvel, aunque no sea este un punto por que cual destaque particularmente. Waititi, un primerizo en el género tanque millonario, en momentos abusa de la cámara lenta, que combinado al extensivo uso de CGI hace recordar a una película de Snyder. Por suerte el guión viene al rescate, resolviendo las peleas de manera ingeniosa y desmarcándose de caer en lo repetitivo.
Un departamento donde Thor: Ragnarok mejora sin lugar a dudas es el musical. Más allá de los compilados de los Guardianes, las bandas sonoras han sido señaladas a menudo como uno de los puntos más flojos del estudio. Marvel se propuso remediarlo, contratando compositores de renombre para sus últimas producciones. Si bien Michael Giacchino hizo un buen trabajo en Doctor Strange, su música incidental no fue tan distintiva y pegadiza como la que escribió Mark Mothersbaugh para la secuela. Un colaborador habitual de Wes Anderson (e integrante de Devo), Mothersbaugh incorpora sintetizadores a la orquestración, acordes a la onda ochentosa de Sakaar, que distinguen la musicalización.
En cuanto al guión, al igual que Guardianes de la Galaxia 2 (y la saga de Toretto y compañía) Thor Ragnarok usa una historia de conflicto familiar como nudo de las aventuras. Esta decisión es acertada porque en el fondo lo que siempre mejor funcionó de la mitología de Thor es su relación con su hermano Loki. A la que se suma ahora la venganza de la primogénita Hela y la revelación de un pasado oscuro oculto acerca de como Odín construyó Asgard.
Como personaje, Thor continua siendo el más flojo del plantel de héroes de Marvel, sin el conflicto definido y arquetípico que define al Cap o Tony Stark. Es insulso en el mejor de los casos, denso en el peor. Waititi y los guionistas Eric Pearson, Craig Kyle y Christopher Yost ensayan dos estrategias para solucionarlo. Primero, minimizan los tonos trágicos que han definido al personaje hasta ahora, destacando un sentido del humor que siempre estuvo pero nunca tan marcado como en Thor: Ragnarok.
Segundo, lo rodean de un elenco de personajes secundarios deliciosos, con los cuales alimentar un ida y vuelta que no para nunca. A Loki se suma Tessa Thompson como Valkyrie, que tiene mucha más química con Hemsworth de la que nunca tuvo Natalie Portman. Karl Urban como Skurge también suma, con un buen arco para su personaje. Pero quienes se roban la película con sus intervenciones son el Grandmaster y Korg, interpretado por captura de movimiento por el mismo Waititi. Goldblum de regodea en el papel del amo intergaláctico, imprimiendo un magnetismo perverso, acorde a la impunidad de la que disfrutaría alguien de su posición. Korg, por otro lado, tiene un puñado de intervenciones memorables que hacen parecer a Drax un personaje juicioso.
En cuanto a Hulk (Mark Ruffalo), diré que hubiese disfrutado mucho más su aparición de no haber sido tan anunciada por todo el material promocional (aunque obviamente era un gancho demasiado atractivo para dejar pasar). Si bien el arco de su personaje queda un tanto inconcluso, se agrega nuevas capas de complejidad al gigante esmeralda que son bienvenidas. Según Ruffalo, el desarrollo que enfrenta su personaje aquí es el comienzo de un viaje que será continuado en las próximas dos secuelas de los Avengers.
A quien esperaba que Cate Blanchett fuera la solución al problema de villano que aqueja al Universo Cinemático de Marvel, lamento decepcionarlo. Si bien hay un intento de profundidad a Hela en Thor Ragnarok, dotándola de un pasado que explica su deseo de conquista universal, el desarrollo es demasiado trunco para que el espectador empatice con ella. Obviamente Blanchett, como lo hizo Mads Mikkelsen en Doctor Strange, elevan el personaje más allá de la chatura de la escritura con su actuación, pero persiste el gusto a poco. El Kingpin de Vincent D’Onofrio continua sin contrincantes.
Si bien al comienzo las similitudes con Guardianes de la Galaxia son demasiado evidentes, el encanto de los personajes y lo propulsivo de la trama logran desmarcar a la película, y al espectador atornillarlo a la butaca. Con Thor: Ragnarok, Waititi triunfa reinventando la serie en la vena de la más divertida esquina cósmica del MCU, y se encolumna a seguir los pasos de James Gunn y los hermanos Russo. Lo peor, como suele ser el caso con Marvel, es saber que hay que esperar hasta el 2018 para saber como continúa la historia.