Luc Besson apuesta todo en una adaptación cinematográfica de la historieta de Jean-Claude Mézières y Pierre Christin, Valerian y la ciudad de los mil planetas.
Una filmación granulada y verídica, que el texto en pantalla nos señala como propia de 1975, nos muestra el encuentro histórico de dos tripulaciones de astronautas en una estación en órbita alrededor de la Tierra. Sobre esta escena, el acople de las naves y el apretón de manos, se construye una secuencia que inicia con un encuentro entre rusos y chinos en un casi presente y se estira siglos en el futuro mientras Space Oddity suena de fondo dando inicio a Valerian y la ciudad de los mil planetas.
Propios y extraños van arribando a la estación espacial, primero diferentes culturas y luego alienígenas cada vez más diferentes a nosotros. Con cada incorporación, la estación crece, como una constelación de civilizaciones apenas fuera de la atmósfera terrestre. Finalmente, la ciudad de los mil planetas alcanza tales proporciones que se decide independizarla de la órbita terrestre, para que pueda seguir creciendo.
Estos primeros minutos de la película capturan la esencia de Valerian y la ciudad de los mil planetas. Los diseños y la puesta en escena sorprenden con su originalidad. La canción de Bowie, es tanto una elección obvia, pero al mismo tiempo efectiva (por lo menos en un fan como quien escribe). Pero por sobre todo, la secuencia invocó en mi un asombro casi inocente, como si volviera a ser niño y viera El Quinto Elemento por primera vez. Ambas películas son producto del director y productor francés Luc Besson, y se nota.
Destaca el diseño de los alienígenas, las naves y las locaciones, un punto fuerte de Besson y de la película. A la escala y colores de los paisajes espaciales que nos tienen acostumbrados Guardianes de la Galaxia, o la misma Star Wars, Valerian agrega una cuota extra de imaginación que constituye un mundo ficcional que visualmente es mucho más rico y sorprendente que sus pares norteamericanas. Desde una raza de medusas conscientes que se mueven en robots salidos de una revista de los años cincuenta a un bazar de inspiración árabe multidimensional que existe en un plano paralelo, cada detalle y personaje en el fondo representa una invitación para deslumbrarse.
No todo el crédito de esta visión puede asignarse a Besson. El film esta basado en una larga serie de historietas francesas reunidas bajo el nombre Valérian y Laureline, creado por Jean-Claude Mézières, Pierre Christin y Évelyne Tranlé en 1967. El último álbum se editó tan recientemente como 2010. Una de las historietas y obras de ciencia ficción más populares de Francia, se mantuvo sin embargo lejos del reconocimiento masivo fuera de Europa.
Al igual que John Carter, basado en novelas escritas de Edgar Rice Burroughs desde 1912, su naturaleza de obra temprana e influyente le podría jugar en contra ante el espectador casual. Quien vea a Alex, la nave espacial de Valerian similar al Halcón Milenario, podría pensar que nos encontramos ante una copia del clásico de George Lucas. En realidad, la verdad es más bien opuesta, ya que sin la obra de Mézières, Christin y Tranlé, Star Wars y todo el futuro espacial en la cultura pop se vería bien diferente.
La historia salta luego cuatro siglos, para ubicarnos en el lejano siglo 28. Un planeta paradisíaco de arena blanca y agua turquesa esta habitado por seres del color de las perlas, que habitan en una comunidad idílica hasta que una lluvia de metal y fuego comienza a caer del cielo. Esta segunda escena prueba todo el potencial de Besson cuando realiza la decisión narrativa correcta. Con un ojo etnográfico, se nos muestra la vida de estos seres sin subtítulos, ocultando deliberadamente información que será vital al desarrollo de la historia. Pero al mismo tiempo, el naturalismo de la puesta nos lleva a encariñarnos en cuestión de minutos con estos alienígenas y su estilo de vida benigno, afectándonos por el horrible fin que depara a su mundo.
El devenir del planeta Mül, que Valerian (Dane DeHaan) ve en un sueño, será el meollo de la aventura que él y su compañera Laureline (Cara Delevingne) atravesarán a lo largo de la película. En cuanto a los protagónicos, el saldo es dividido. Cualquiera que haya visto la tercera temporada de la serie de HBO In Treatment, sabe de sobra que Dane DeHaan sabe actuar y muy bien. Sin embargo, como el titular personaje, el actor no termina de encontrarse en un rol que requiere más carisma que dotes dramáticos. DeHaan simplemente no es convincente como un héroe encantador y demasiado seguro de sí mismo, que un Tom Cruise veinteañero hubiese hecho carne a la perfección.
Por otro lado, Cara Delevingne si se siente cómoda como Laureline, una sargento que va al grano y no tolera ningún tipo de condescendencia. Con la misma seguridad con que desarma a dos oficiales usando solo sus manos lidia con los corteses pero incesantes avances de Valerian. En una época donde se celebra las heroínas capaces, Laureline calza en el molde y luego da un poco más.
Es de lamentar que como contrapeso a todo lo destacable en el film, se encuentren otras decisiones narrativas no tan inspiradas. El principal problema de Valerian y la ciudad de los mil planetas es su duración, estirándose hasta las dos horas y quince minutos. En particular, la larga secuencia del secuestro de Laureline y su rescate por su compañero junto con la metamorfa Bubbles (Rihanna) arrastra la película, y la hace perder ritmo justo en el momento donde tendría que comenzar a encarar el desenlace. De hecho, si un editor amateur quitara de cuajó estos veinte minutos o media hora de metraje, la cinta no sufriría problemas de continuidad porque nada importante a la trama central sucede durante el desvío.
Luc Besson, el fan de la historieta triunfa sobre Luc Besson, el director de cine, negándose a perder personajes e historias en pos de hacer el film más ágil. De la misma manera, la investigación llevada adelante por el General Okto Bar (Sam Spruell), un mecanismo narrativo para exponer datos de la trama sin ser demasiado obvio, termina por ralentizar el ritmo, y presentar explícitamente puntos argumentales que un director debería confiar sus espectadores pueden dilucidar por su cuenta.
Pero por toda la interrupción al ritmo narrativo que presentan estas decisiones directoriales, no logran ahogar el asombro de un diseño de producción vibrante y secuencias de acción ingeniosas. La película incluso se reserva el derecho de presentar un mensaje antibélico y de respeto por otras culturales. Sobre todo, como en El Quinto Elemento, resalta el valor del amor como la mejor ética. Si bien estos temas mayores no se encuentran tan desarrollados como podrían estarlo, por ejemplo, en un film dramático o de autor, le agregan otra capa más a una película cuyo objetivo principal es sorprender y maravillar visualmente. Lo cual cumple con soltura. Aún más, con su extrañeza y originalidad atrae con una visión del futuro lúdica que despierta parte de la emoción infantil por el imaginario de las naves espaciales y la exploración interplanetaria. Por lo pronto, a mi me dieron ganas de volver a soñar con el espacio.