La carrera por erigir universos compartidos continúa sin pausa. Esta vez es el turno de Sony, que a falta de Spider-Man inaugura su franquicia arácnida con Venom.
¿Cómo se hace una buena película de superhéroes? Esta es la pregunta que desvela a todos los ejecutivos e inversores de Hollywood desde 2008, año en que Christopher Nolan hizo prestigioso al género con The Dark Knight y Iron Man puso el primer ladrillo de la serie cinematográfica más exitosa de todos los tiempos. Es un género que podía ser criticado con justicia por ser formulaico, y sin embargo parece no poder reducirse a una fórmula infalible, por más cameos de Stan Lee y escenas postcréditos que agreguen. Venom es prueba de ello, aún otra producción poco inspirada realizada al ritmo de las maquinas que cuentan billetes y una fecha de estreno pautada antes de que se escribiera una coma en el guion.
Lo de Venom fue cuesta arriba desde un comienzo. Acechados por el decreciente interés con que eran recibidas sus películas de Spider-Man tanto en taquilla como en crítica, Sony poner al personaje al cuidado de Marvel Studios a cambio de que este recibiera el tratamiento MCU. Por lo tanto, el proyecto de un universo compartido arácnido, que la productora venía construyendo desde The Amazing Spider-Man 2, quedó reducido al prospecto de una franquicia de superhéroes sin el superhéroe en cuestión. La solución planteada fue construir la serie cinematográfica en torno al simbionte, uno de los villanos más populares en la historieta, devenido en antihéroe en el canon desde hace algunos años.
Quizás para guardar esperanzas de un futuro crossover con el Peter Parker de Tom Holland, la acción se muda a San Francisco, donde Eddie Brock (Tom Hardy) es un periodista de investigación con cierto renombre que vive feliz con su prometida Anne Weying (Michelle Williams). Sin embargo, después de un fallido intento de exponer al magnate pseudo Elon Musk llamado Carlton Drake (Riz Ahmed), Brock se queda sin trabajo, sin carrera y sin prometida. Lo que él no sabe, es que en esos mismos laboratorios se realizaban pruebas humanas con seres extraterrestres descubiertos de manera fortuita en una expedición espacial. Cuando el periodista, por pedido de la científica arrepentida Dr. Dora Skirth (Jenny Slate), ingrese en las instalaciones para revelar esa trama oscura, se pondrá en contacto con el simbionte que lo convertirá en Venom, el único capaz de salvar la Tierra del plan de Drake.
Si esta descripción del planteo inicial de la película da la impresión que hay demasiada trama antes que Hardy se convierta en el titular personaje, es porque la hay. La historia trastabilla durante una hora completa, intentando desarrollar sus personajes con motivaciones caricaturescas y diálogos inverosímilmente acartonados, antes de que suceda aquello por lo cual los espectadores han pagado la entrada.
Pero más allá de la historia genérica, los personajes bidimensionales, y una trama enredada innecesariamente, todas cosas perdonables en el género si la ejecución es buena, el pecado capital de Venom es simplemente no saber qué tipo de película quiere ser. Ruben Fleischer, trabajando de seguro con el aliento de los accionistas en la nuca, creó un film que oscila entre el drama acartonado de una de acción de los ochenta, una sitcom con risas enlatadas y la comedia accidental de un guion al que le faltó bastante pulido.
El director, más conocido por Zombieland, parece haber querido hacer una comedia negra en la vena del cine de Shane Black y haberse encontrado en la sala de edición con la necesidad de hacer una de acción genérica para vender juguetes a los chicos de diez años. La esquizofrenia tonal se intensifica cuando el Brock y el simbionte se unen, produciendo una suerte de pareja dispareja concentrada en un solo cuerpo, con mucho gag.
Los actores, encargados con tratar de darle vida a líneas inverosímiles y relaciones sin mucha química, aparecen entre confundidos y desganados. Esto es especialmente cierto en el caso de Michelle Williams, una actriz capaz de encarnar las emociones más desgarradoras (si no me creen miren Manchester by the Sea) que aquí aparece incomoda y perdida en una rara actuación mercenaria.
La excepción quizás sea Hardy, que fiel a su legendaria vocación actoral de inmersión total, se zambulle en una caracterización de Eddie Brock cargada de tics y afecciones. Que el actor haya declarado recientemente que sus escenas favoritas fueron eliminadas del corte final es indicio que en realidad fue mucho más a fondo en una actuación entre cómica y paródica que ya divide a los críticos.
El último clavo del ataúd es la acción, poco inventivas y genéricas. Lejos de las batallas claras y épicas del mejor Marvel, donde el espectador ve superadas las expectativas y puede comprender todos los movimientos que realizan los cuerpos en escena, Fleischer abona a un estilo caótico y de “cámara movida” en escenas que fueron diagramadas sin mucha imaginación.
Los efectos especiales mediocres no ayudan, producto seguro del cronograma de producción apresurado. Si bien las texturas de Venom y su integración en el metraje ya va delatando que no estamos ante un gran trabajo de CGI, la pelea final entre dos simbiontes termina por poner en evidencia las miserias de los valores de producción, asemejándose a una escena de interludio de un juego de Playstation 3.
En definitiva, Venom es otro ejemplo de una superproducción creada a las apuradas por orden de ejecutivos que quieren subirse al tren de Marvel. Sin un proyecto claro, o producto de uno que se fue perdiendo durante le ejecución, el resultado final es una película con demasiadas ideas a medio desarrollar y mal integradas. Olvidable en tiempos donde los cines rebalsan de superhéroes más competentemente llevados a la pantalla.