Disney afloja con las remakes de sus propias películas animadas y elije una conocida novela adolescente como la fuente para su nueva superproducción.
Ver cine, como consumir cualquier objeto cultural, es antes que nada una experiencia visceral. Si lo que estas viendo te gusta, te o genera rechazo, aparece como una sensación. Una crítica debe desmenuzar esa sensación y argumentarla. Si en embargo cuando tanto de una película no cuaja a tantos niveles esta tarea se vuelve difícil e ingrata. Ese es el caso de Un Viaje en el Tiempo, la nueva superproducción live-action de Disney.
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En este caso, la decepción es empeorada por las expectativas. El film está basado en A Wrinkle in Time (Una arruga en el tiempo) de Madeleine L’Engle, novela para público preadolescente publicada en 1962 que ganó todos los premios literarios del género. La directora Ava DuVernay, quien demostró su talento en Selma y el documental The 13th para Netflix, se pone al mando de la producción de cien millones de dólares como la primera mujer negra en manejar un presupuesto tan alto en la historia de Hollywood. El elenco está compuesto por actores conocidos y talentosos como Reese Witherspoon, Mindy Kaling, Chris Pine, Michael Peña y Zach Galifianakis.
Todo ese talento volcado a realizar una historia de ciencia ficción para chicos que promete celebrar la diversidad y el empoderamiento femenino parece un prospecto imbatible. Sin embargo, aquí la suma de las partes no hacen más sino menos, dejando al espectador con la certeza que para hacer el mejor cine no alcanza con buenas intenciones.
Un Viaje en el Tiempo nos invita a acompañar a Meg (Storm Reid), una adolescente con problemas para adaptarse socialmente, su precoz hermano Charles Wallace (Deric McCabe) y su interés romántico Calvin (Levi Miller) en la búsqueda a través de tiempo y espacio de su padre científico perdido Alexander Murry (Chris Pine). Para hacerlo contarán con la ayuda de las guerreras de luz llamadas Señora Cuál (Oprah Winfrey), Señora Qué (Reese Witherspoon) y Señora Quién (Mindy Kaling).
Con su aparición, estas mujeres revelan todo un universo desconocido al ser humano que se encuentra envuelto en una lucha entre la luz y la oscuridad. Mediante el acto de teserear, verbo que viene de la figura de cuatro dimensiones conocida como Teseracto (No, no es ese otro Teseracto), estos seres pueden viajar distancias siderales con solo ajustar su frecuencia. Justamente este fue el descubrimiento del Dr. Murry, quién quedó atrapado en el planeta de origen de la maldad más fuerte del universo, Camazotz.
Esta intrigante premisa de Un Viaje en el Tiempo, que L’Engle explotó en dos series de libros, se disuelve en la pobre ejecución de la película. DuVernay tambaléa en el salto desde el drama a la aventura renderizada, presentándonos una serie de paisajes alienígenas que se sienten más conoce pequeñas maquetas en una pantalla verde que parte de un planeta entero diferente al nuestro. Simplemente no se siente que estamos acompañándolos en un viaje a través de la galaxia. El CGI no ayuda, que da a plástico. El villano final, cúmulo de mal con terminaciones que brillan, recuerda otras célebres nubes como Parallax en Linterna Verde o Galáctus en Los Cuatro Fantásticos 2.
La directora filma las escenas emotivas con planos cerrados, buscando cargar de intensidad dramática, pero termina por desorientar o poner en evidencia la falta de oficio de los protagonistas más jóvenes. Si bien los niños actores con su falta de prejuicio a menudo se pierden en sus roles con abandono que los adultos no pueden, en este caso en ningún momento se terminan de meter en la piel de Meg, Charles Wallace y Calvin. En particular McCabe exagera afecciones a un punto que más que poner en pantalla la excentricidad de su personaje se vuelve molesto.
Para cuando la tercera canción pop irrumpe en la pantalla queda claro el esfuerzo desmedido puesto por Disney para hacer de Un Viaje en el Tiempo un producto que apele a niñas de once o doce años. Pero todo el valor que tiene el mensaje del film sobre amor propio y no sucumbir a la presión del grupo para ese grupo demográfico se pierde en un diálogos incómodos que verbalizan demasiado.
Quizás la falta de vergüenza en ser cursi de Un Viaje en el Tiempo, repitiendo la palabra amor mil veces y atreviéndose a su renunciar al mandato de ser cool como un superheroe de Marvel pudieran haber sido sus cartas de presentación distintivas si la ejecución hubiese estado a la altura de las ídeas. Lamentablemente la falta de habilidad narrativa para comunicarlas con acciones obliga a ponerlas la boca de la Oprah, la Susana Gimenez yanki, en forma de un sermón interminable sobre que esta bien y que esta mal. A los adolescentes no le gustan los sermones.