Con ocasión de la muerte de Stan Lee, aquí en Geeky nos tomamos un momento para recordar sus mayores logros y también las sombras en su legado.
Quien quiera evaluar la estatura que ha alcanzado hoy la figura de Stan Lee, no tiene que hacer más que recorrer su muro en Facebook o Twitter. Desde todos los portales de noticias se informa de su deceso, desde los rincones más dispares de internet se lamenta su muerte.
Sean fans casuales que lo conocen por sus cameos en las películas de los Avengers, o fanáticos rabiosos del noveno arte, todos conocen y estiman a ese abuelito que tanto le dio a la cultura pop, creador de personajes que mantienen vigencia décadas luego de su lanzamiento y que no pierden nada de lustre sesenta años después de su debut.
Por supuesto, ninguna ser humano existe sin defecto, y ninguna figura histórica deja detrás un legado impoluto. Stan Lee no es la excepción. En un debate que de seguro hará eco en años a venir cuando se escriba la historia del medio, ha sido acusado por estudiosos de la historieta y sus colegas más allegados de haber distorsionado el relato de los años de oro de Marvel y no haber dado el rédito (y el dinero) suficiente a otros artistas que participaron en sus creaciones.
¿Quién entonces fue Stan Lee? ¿La menta más creativa de la historieta norteamericana o un mitómano que dijo hacer más de lo que hizo? Como exploraremos a continuación, todo parece indicar que ambas. Lo que también es cierto, y nadie puede negar, es que sin él, la cultura pop del siglo XX y XXI, se hubiese visto muy diferente.
El padre de todos los héroes
La leyenda es bien conocida. Después de languidecer durante más de diez años en el purgatorio de la impopularidad en el mercado norteamericano, los superhéroes volvieron a producir buenas ventas a fines de la década de los cincuenta, gracias especialmente a la innovación de DC Comics. Martin Goodman, editor en jefe de Marvel, le encarga a Lee que cree superhéroes nuevos para subirse a la moda. Debido que el título que más vendía de DC era la Liga de la Justicia de America, un combinado de los personajes más populares de la “edad de oro” de la editorial, el escritor decidió inventar un equipo con ayuda del dibujante Jack Kirby: Los 4 Fantásticos.
Sobre ese cimiento más que exitoso, a lo largo de la década siguiente siguió la creación de la mayoría del elenco que hoy reconocemos como protagonistas del universo Marvel: también con Kirby creó a Hulk, a Thor, a Iron Man, a Black Panther, al equipo de los Avengers y a los mutantes X-Men. Junto a Bill Everett creó a Daredevil. Con Steve Ditko ideó tanto a Doctor Strange como Spider-Man y buena parte de su elenco de villanos, serie que se convertiría en la insignia de la editorial.
Dos razones fueron clave en el triunfo comercial, pero también artístico, del Marvel de Lee (y ninguna de ellas es el truco de poner nombres y apellidos pegadizos que comienzan con la misma letra). La primera de ellas fue la decisión de enraizar el mundo fantástico y ficticio de los superhéroes en una realidad más verosímil, donde no solo las ficticias ciudades Gótica y Metrópolis dejaron lugar a la Nueva York natal de Lee, sino donde también los problemas políticos y sociales contemporáneos informaron a las historietas.
Por un lado, esto le permitió cargar con mayor urgencia y actualidad a los conflictos que aquejaban a los personajes. Ya mucha tinta se ha gastado en relacionar la lucha de los mutantes por su supervivencia con los movimientos sociales que demandaron mas derechos para las minorías negras durante los mismos años sesenta, relacionando la vía pacífica de Charles Xavier con Martin Luther King y al más incendiario Magneto con Malcolm X. Del mismo lugar nació Black Panther, con Wakanda como sueño aspiracional de una cuna africana perfecta.
Por otro, el mundo más verosímil le dio el marco en el cual narrar la historia de Peter Parker, quien tenía mucho más en común con los lectores de las historietas del género que ningún otro personaje anterior. Mientras que los superhéroes de la “edad de oro” de las décadas de los treinta y los cuarenta eran hombres perfectos a los que los niños podían admirar, como Superman o Capitán América, Parker era un adolescente no mucho más grande que ellos, que además de superpoderes tenía problemas similares a los de ellos, como la escuela, el dinero y juntar la autoestima suficiente para hablar con la chica que le gusta.
La segunda clave del éxito fue desarrollar la noción del universo compartido. De ninguna manera Lee inventó este concepto en la cultura pop (antes estuvo Lovecraft, Tolkien, Asimov, etc.) y ni siquiera fue pionero en los comics, ya que como mencionamos antes que los 4 Fantásticos fueran siquiera concebidos todos los superhéroes de DC compartían las páginas en la historieta de la Liga de la Justicia.
Sin embargo, al hacer habitar a todos sus personajes en las calles de Nueva York, las relaciones y los equipos entre los miembros del elenco de Marvel se dio de manera mucho más orgánica. Cualquier aventura de un héroe podía llevar a las páginas de la historieta de otro. El villano que hoy le causaba problemas a Spider-Man podía frustrar mañana una cita de Johnny Storm, y dos de los mayores enemigos de los Avengers como Scarlet Witch y Quicksilver eran mutantes hijos de Magneto.
Estas dos características del universo superheróico de Marvel lo distinguieron de DC, y lo transformarían en uno de los emprendimientos creativos más importantes de la cultura pop del siglo XX. No hace falta ver más lejos que el imperio cinematográfico (y de merchandising) montado por Kevin Feige y Disney, así como su plétora de imitadores, para comprender que estas ideas de Lee son una gallina que no para de poner huevos de oro e influenciar a generación tras generación de creativos.
Comerciante de sueños
Los críticos de Stan Lee a menudo empiezan con un elogio: él fue un tipo emprendedor, y por sobre todas las cosas, fue un gran vendedor. Lo primero fue cierto desde una temprana edad para Lee, quien había nacido en Manhattan como Stanley Martin Lieber el 28 de diciembre de 1922 y debió crecer en una familia con poco dinero en tiempos de la gran depresión del ‘29. De hecho, la creación del universo de superhéroes de Marvel y la fama que le brindó no le llegó hasta bien entrado en sus años maduros, debiendo pasado toda su juventud como un empleado de poca nota en diferentes editoriales y el ejército norteamericano.
Que fue un consumado hombre de negocios tampoco puede ponerse en duda. Aprovechando que su nombre es una potente marca en sí mismo, lucró con él de todas las maneras posibles a lo largo de los años, desde la colaboración con el anime Heroman a la poco recordada serie animada para adultos protagonizada por Pamela Anderson llamada Stripperella. Este espíritu empresarial lo ha llevado a verse involucrado en fiascos creativos y malos tragos comerciales, como los que rodearon a sus empresas Stan Lee Media y Pow!, ambas fundadas junto a Peter Paul en torno al año 2000 y que lo vieron a Lee declarar bancarrota y trabado en juicios varios tanto como demandante y demandado.
Pero si sus críticos destacan sus dotes en los negocios lo hacen para reducir su rol mitológico como padre creador del universo Marvel a aquel de un talentoso editor en jefe que tenía muy buenos planteos generales y bosquejos de ideas, pero cuya ejecución corría más por cuenta de la habilidad de los dibujantes, quienes vieron su aporte invisibilizado debajo del relato fundacional grandilocuente de la editorial y del mismo Lee.
En este sentido, esta imagen del Lee no es disímil a aquella que los entendidos promueven sobre Steve Jobs, un genio del marketing que sabía interpretar los deseos del mercado como ninguno, pero cuyas huellas dactilares no se encuentran ni remotamente cerca de la ingeniería e inventiva necesaria para llevar a la realidad las ideas que todo el mundo asocian con su nombre y marca.
Esta trama de acusaciones queda al desnudo en un artículo de investigación realizado por Abraham Riesman para la New York Magazine, de lectura obligatoria para los fanáticos de la historieta (que sepan inglés). Allí, el periodista reconstruye como el rol de Lee en la creación de los personajes atribuidos fue cuanto menos “profundamente ambigua”, y argumenta que tanto él como la empresa jugaron un rol “demostrable- y casi imperdonable- en disminuir la contribución vital realizada por los colaboradores que trabajaron con él durante el apogeo creativo de Marvel”.
Según el propio Lee, “a él se le ocurrió el concepto de todos los personajes, bosquejó los argumentos, le dio dichos argumentos a los artistas para que los dibujaran, y luego tomó el arte terminado para escribir [en los globos] el diálogo verborrágico característico de sus personajes”. Pero Ditko y Kirby disputan este relato. El primero, recluido y desengañado con la industria de la historieta, afirma que Lee “solo proveyó de la descripción más somera de Spider-Man”, y que fue él quien desarrollo al personaje que todos conocemos, además de desmentir que los argumentos fueran del editor. Kirby fue más lejos, jurando y perjurando “desde se fue mal de Marvel en 1970 hasta su muerte en 1994” que fue él “quien ideó a Hulk, Iron Man, Thor, y el resto de los personajes”, y que Lee simplemente fue un “mentiroso”.
Sin ser tan incendiarios como los desengañados y maltratados cocreadores del universo Marvel, historiadores de la historieta y artistas como Gerry Conway, Mark Evanier y Roy Thomas concuerdan en que Lee ha recibido demasiado crédito en esas creaciones, y que viceversa, se ha oscurecido el rol de dibujantes como Ditko y Kirby, quienes hicieron mucho más que dibujar, contribuyendo conceptos, giros narrativos y argumentos completos.
Estos alegatos, muy discutidos en la academia y el mundo de las historietas, ponen mucho del peso de la ejecución, y no solo visual sino también argumental, en dibujantes que no recibieron el justo crédito. Un detalle importante porque no solo se les negó el crédito que les corresponde (¿Cuántos de los fans del MCU que buscan el cameo de Lee en cada película saben quiénes son Kirby y Ditko?), sino de probablemente mucho dinero. Sobre todo, teniendo en cuenta que en ese momento los derechos de autor se los quedaba la empresa (o sea que ni Lee los posee).
Como un lector atento notará, ninguna de estas críticas quita potencia a los elogios elevados a los conceptos editoriales revolucionarios de Lee de un mundo ficcional más verosímil, anclado en la realidad y compartido. Según los allegados al escritor, incluso aquellos que reconocen los reclamos de Kirby y Ditko, tampoco quita que sea una buena persona y alguien muy querible, aunque tendiera a engrandecer su propia figura.
Lo cierto es que aunque se dispute el grado, nadie puede disputar que Stan Lee, quien ha dejado la Tierra ayer, fue una parte integral de la masa crítica creativa que se alcanzó en el Marvel de los años sesenta, donde no solo se crearon personajes que nos acompañan hasta nuestro días, haciendo las delicias de tres generaciones, sino que innovaron en nuevas maneras de contar historias que siguen al día de hoy revolucionando la industria cultural.