De la mano de la productora sueca Frictional Games llega esta entrega de terror existencial para Playstation 4 y PC, que está situada en el fondo marino post-apocalíptico y viene a romper con varios moldes en el género.
Muchos recordaran el éxito de Amnesia: The Dark Descent, uno de los juegos de terror más vistos recientemente. Pero si el susto en Amnesia residía en la mecánica de esconderse y evitar monstruos, en su supuesta heredera espiritual SOMA el miedo aparece de una manera más sutil, basándose más en una narrativa inquietante y perturbadora que en momentos concretos de pánico y terror.
Nuestro personaje, Simon Jarrett, arranca como un tipo cualquiera que va al médico para un estudio. Hasta ahí todo ok. El tema empieza cuando despierta después de haberse hecho el estudio en el medio de una especie de nave, solo como un hongo y sin entender nada. Es entonces cuando no tenemos otra, más que mandarnos a explorar y el panorama con el que nos encontramos no es nada bonito. A lo largo del juego vamos a ir tratando de descular que fue de la humanidad como la conocemos en sus últimos años de existencia. Y también como llegamos a caer en ese quilombo, claro.
Los requerimientos de PC que necesita el juego son más bien básicos pero no por eso deja de verse lo más bien, con gráficos bastante realistas. Las mecánicas del juego incluyen nuevamente la capacidad de manipular prácticamente cualquier elemento de cualquier manera (lo cual faltó en algún Amnesia y fue duramente criticado por ello) y la carencia de cualquier barra de salud de cualquier tipo. No tenemos un contador de nada, por lo que no tenemos idea de cómo repercute el golpe de un enemigo o que tan en peligro estamos si nos atacan. Lo cual es un poco extraño, considerando que tenemos estaciones de restauración de HP (o algo así) diseminados por todo el mapa. Pero la idea es que se nos permite enfocarnos en la exploración de los ambientes y en avanzar la historia, que parece ser el punto focal de SOMA. Esto se ve reforzado a nivel gameplay por las acciones y puzzles diseñados para contribuir a una narrativa coherentemente.
Nuestro objetivo es encontrar y salvar el último remanente existente de la raza humana, que fue condensada en una especie de base de datos por Catherine, una antigua ingeniera que trabajaba en la base cuando ésta aún estaba activa, y el único IA con el que tendremos trato de una manera semi-permanente. Habría que aclarar que Catherine nos va a acompañar estando cargada en una herramienta portátil (sospechosamente parecida a un gameboy) desde el cual se va a poder comunicar solamente estando enchufada a una computadora.
Simon va a buscar interactuar con la mayor cantidad de IA posible y muchos de los que iremos encontrando serán enemigos de los cuales habrá que cuidarse, pero muchos otros simplemente van a ser pobres tipos que están iguales o todavía peor que vos. Una mecánica interesante es que al encontrar un cuerpo vamos a poder acceder a los últimos segundos de interacción que esa persona tuvo antes de morir. Esto nos va a ayudar a reconstruir hechos pero también nos va a dejar ver los momentos más vulnerables de varios personajes y sus distintas reacciones.
Este método, junto con otra información que vamos a ir encontrando (notas, diarios, etc.), nos va a ayudar a reconstruir la historia previa al arranque del juego. Debido a un cataclismo natural, la superficie de la Tierra está completamente destruida por lo que lo último vivo del planeta sólo sobrevive en lo más profundo del océano. O sea, estás en el fondo del mar, literalmente.
Salvo contados casos, no se recuerdan demasiados juegos de horror/terror planteados en un ambiente submarino. Y SOMA lo explota de una manera excelente. El uso del sonido contribuye a un clima sutilmente espeluznante y los paisajes del fondo marino totalmente explorables son igualmente hermosos e inquietantes. Esto contrasta con escenas de crimen en el interior de las bases donde claramente las cosas salieron mal si la sangre nos indica algo. Todo nos transmite de alguna manera el pánico del final, la tristeza de la pérdida y la inmensidad de un mundo que sigue con su vida aunque la humanidad como tal ya no exista.
Solemos olvidarnos que el mundo existió mucho antes que el hombre llegara y que probablemente siga mucho después de nuestro final como especie. Y SOMA nos lo recuerda de la manera más implacable.
Por Mechi Di Paola