El cine está de luto. El actor británico Christopher Lee falleció por problemas respiratorios a los 93 años. Nos abandonó una de las grandes leyendas del séptimo arte, pero dejó en el haber de la cultura cinematográfica más de 250 producciones.
Hizo su debut en la pantalla grande en 1944 con un pequeño papel en La Extraña cita, y poco a poco comenzó a hacerse un nombre propio dentro de la industria. No solo por su indiscutido talento, sino también por su imponente físico. 1,96 mts de altura lo hacían una llamativa atracción para muchos y diversos papeles.
Los primeros vestigios de fama los obtuvo tras su papel en la película Frankenstein del año 1957 pero alcanzó el estrellato el año siguiente, cuando interpretó a Drácula en el film homónimo de Terence Fisher bajo la órdenes de Hammer Productions. Esta productora fue una de las principales responsables del prestigio que logró Lee a lo largo de su vida.
Luego de varios años participando en diversos films con roles protagónicos, se produjo un bache en su carrera que se extendió durante el fin de la década del ‘70 y se extendió por más de 15 años. Llevándolo a papeles extremadamente secundarios, alejados de la época dorada en su carrera.
Sin embargo, hubo tres grandes directores que se encargaron de devolverle a Lee el lugar que se merecía. Ellos fueron: Peter Jackson, otorgándole el papel del mago blanco Saruman durante toda la franquicia del Señor de los Anillos; George Lucas incluyendolo en Star Wars Episodio II y III encarnando al Lord Sith Conde Dooku (se rumorea que Lucas le puso ese nombre al personaje debido al parecido fonético que tiene con Drácula); y Tim Burton, con el que participó en cinco films, incluyendo Sleepy Hollow y Charlie y la fábrica de chocolates.
Se fue un artista de la vieja camada del cine mundial y, a pesar de haber representado en la mayoría de sus actuaciones a personajes malvados, siempre será recordado con afecto y emoción.