Si bien esta versión de Saint Seiya llegó para captar a un nuevo público, hay ciertas fallas conceptuales que difícilmente puedan ser justificadas.
Que difícil es juzgar esta remake, sobre todo por ser una serie que supo marcar a una generación de jóvenes allá por los ’90, que creció de la mano de Saint Seiya. Para poder hablar de lo hecho por Netflix es necesario pararnos desde un punto donde entendamos que lo que estamos por ver es una nueva versión, independiente de la original, y que busca captar una audiencia distinta. Así y todo, hay cuestiones de mitología y canon que esta adaptación dejó increíblemente de lado y otros tantos absurdos que no tienen razón de ser.
Los Caballeros del Zodiaco que nos trae el director Yoshiharu Ashino ya cuenta con una concepción distinta en cuanto a los personajes. Para esta nueva versión se ha decidido obviar el origen de los personajes donde todos eran compañeros de orfanato, y solo se ha profundizado escuetamente en el pasado de Seiya.
De cualquier modo, esto puede ser ser aceptado como un cambio narrativo en pos de captar a las nuevas generaciones. Donde sí presenta algunas fallas más graves es cuando entramos en el terreno de la mitología creada por Masami Kurumada. En la serie original, publicada a partir de 1985, uno de los Santos de Athena era Shun de Andromeda, personaje que siempre tuvo en discusión y tela de juicio su orientación sexual. Al adaptar el show a 2019, un mundo que sin lugar a duda busca ser más inclusivo que el de hace 30 años, es casi incomprensible como Ashino deja pasar la chance de realizar un personaje abiertamente gay para transformarlo en mujer. Algo que además hace cargándose un tema muy clave en cuanto a la historia de los Saints.
Con respecto a la historia de los Caballeros, solos los hombres eran permitidos de luchar junto Athena, la diosa que generación tras generación renace para salvar la tierra. Si bien en un principio no había mujeres en tareas relacionadas con el santuario, con el correr del tiempo se les permitió unirse a la lucha si abandonaban su feminidad ocultando su rostro tras una máscara. Justamente la máscara es algo que lleva Marin de Aguila, pero ¿Y Shun? ¿Shaina? Nada. Al parecer un tema tan icónico como este ha quedado únicamente en un accesorio estético.
Otro detalle no menor son las armaduras. Si bien todos recordamos con anhelo las cajas enormes, el cambio por la medalla es algo que podemos entender y hasta aceptar como lógico. Ahora, lo que sí es incomprensible es por qué los personajes llevan las armaduras que en la serie de los ’90 debutan en la Saga de Asgard (o de Poseidón en el manga). Recordemos que tras la saga del santuario, Seiya, y los demás Caballeros de Bronce terminan con sus armaduras destrozadas las cuales son reparadas con la sangre de los Santos de Oro, volviéndolas más fuertes y poderosas.
Una cuestión que además me gustaría remarcar es la velocidad con la que avanza la serie, como si estuviera apurada. En seis capítulos el show de Netflix recorrió desde el Torneo galáctico hasta el enfrentamiento con los “Caballeros negros” (usamos comillas porque es una falta de respeto lo hecho con estos personajes, los primeros en poner en serios aprietos a los Santos de Athena) y la batalla con Ikki de Fenix, algo que originalmente supo llevarse los primeros 22 episodios del show, ¿se nota lo que digo?
De cualquier modo no todo es crítica con esta adaptación. Vale la pena destacar el regreso de algunas voces del doblaje original como las de Ikki, Shiryū y algunos más. El doblaje al español es bastante correcto, no así la traducción norteamericana que utiliza nombres como Patricia en lugar de Seika (?).
No quedan dudas que la serie dejó mucho que desear, sobre todo porque Saint Seiya, o Los Caballeros del Zodiaco, fue un anime que hizo historia convirtiéndose junto con Dragon Ball y Pokémon en los símbolos de la animación de una época. Que lindos mis Santos, se rompieron mis Santos.