La esperada co-producción, Al final del Tunel, llegó finalmente a las salas.
El cine argentino vuelve a traernos, en coproducción con España, un film de calidad que nada tiene que envidiarle a las grandes producciones norteamericanas y europeas. Al final del túnel es la tercer película realizada por el director Rodrigo Grande pero la primera donde incursiona en el género de suspenso. Además es la primera participación de Pablo Echarri como productor de cine.
El protagonista es Joaquín (Leonardo Sbaraglia), un paralítico que vive solo en una casa enorme y lúgubre. Una locación que ha tenido momentos mejores y menos melancólicos. Un accidente lo dejo en esa terrible condición, pero que en el mismo perdió algo mucho más importante.
La misma rutina se había vuelto costumbre en él: Un técnico informático que pasa sus días en un sótano, al que accede mediante un pequeño ascensor, arreglando computadoras y dejando que la vida lo consuma lentamente como la excesiva cantidad de cigarrillos que fuma diariamente.
Pero todo cambia cuando decide poner en alquiler una de las habitaciones en desuso que tiene en la casona para obtener un mango extra. Es entonces cuando Berta (Clara Lago) junto con su hija Betty se presentan respondiendo dicha oferta. Aunque al principio él se niega de manera rotunda, ellas terminan por convencerlo e irrumpen de manera positiva en la vida de Joaquín, dándole como única opción sociabilizar y fraternizar nuevamente con personas bajo un mismo techo.
El film se desarrolla con rapidez durante la primera parte, para introducir el gancho y nudo de la película de manera temprana, permitiendo al espectador sumergirse con facilidad en la trama.
Una noche mientras Joaquín trabajaba dentro de un marco de absoluto silencio y concentración, empieza a escuchar ciertos ruidos. No era el agua que fluía a través de las cañerías de la casa o el sonido de los grillos; eran voces. Voces y ruidos de martillos y cinceles.
Del otro lado se encuentran Galereto (Pablo Echarri) y su banda, que están ni más ni menos que en medio de la excavación de un túnel que los lleva a la entrada del golpe de su vida: la bóveda de un banco.
Con todas las anteriores cuestiones mencionadas, podemos sentenciar que Al final del túnel es una película que cumple con creces las expectativas, pese al prejuicio instalado en relación al cine argentino. El suspenso, como dijimos anteriormente, está repartido en el 70% del film y, mezclado con un sutil humor negro y una pizca de drama, mantiene atento e interesado al espectador durante las 2 horas de película.