La reciente ola de despidos sonados en las producciónes de Star Wars, Marvel y DC vaticina cómo esta cambiando la manera de realizar el cine de estos tiempos.
El martes 5 de septiembre de 2017, un posteo en StarWars.com informó que Colin Trevorrow no dirigiría la próxima película de la saga, llamada todavía Episodio IX a la espera de un título oficial. Trevorrow había conseguido el trabajo inmediatamente luego de que Jurassic World, escrita y dirigida por él, probara ser un éxito arrollador en la taquilla mundial para Universal en 2015. Sin embargo, el destino mucho más mezquino de su siguiente producción, The Book of Henry, lanzada este año, fue el comienzo de una novela mucho más amarga para el director. Rotten Tomatoes le asignó un 22 por ciento de podrido, la gente no fue al cine a verla, y los fanáticos de Star Wars comenzaron a clamar por que se lo destituyera del cargo.
El comunicado oficial de prensa que anunció la decisión atribuyó el deterioro de las relaciones a “diferencias creativas”. Este término es un clásico de la prensa hollywoodense, un concepto difuso con el cual abarcar desde rencillas personales a problemas de presupuesto. Aquí en específico parece que el conflicto deriva de la incapacidad de Trevorrow y su socio Derek Conolly de producir un guión que fuese del gusto de los jefes de LucasFilms y Disney. Hace solo un mes se había anunciado que un nuevo escritor se traería a bordo, con el fin de ayudar a terminar la escritura de la película.
Pero lo que resulta más interesante es que las “diferencias creativas” parecen ser moneda corriente en la galaxia muy, muy lejana de Star Wars. Phil Lord y Christopher Miller (Lego: La Película, 21 Jump Street) fueron separados del spin-off de Han Solo cuando la filmación estaba casi terminada, siendo reemplazados por el veterano Ron Howard (Apollo 13, El Código Da Vinci). Rogue One también enfrentó problemas de producción, incorporando a Tony Gilroy (Micheal Clayton) para ayudar a Gareth Edwards con el final del film. Josh Trank ni llegó a comenzar a preparar la abortada Boba Fett que se quedó sin trabajo tras la desastrosa recepción de sus Cuatro Fantásticos.
Este no es un problema restringido a Star Wars. Los vecinos Marvel Studios, también propiedad de Disney, han tenido una serie de altercados bien documentados, siendo los más sonados el alejamiento de Joss Whedon tras la experiencia de Avengers: Age of Ultron, y la renuncia de Edgar Wright (Scott Pilgrim contra el mundo) antes de comenzar a filmar Ant-Man.
En la contra, DC Films y Warner Bros, la puerta giratoria no para de dar vueltas. Como ejemplo podemos ofrecer el caso de Flashpoint (originalmente The Flash) que contó en diferentes momentos con Phil Lord y Chris Miller, Seth Grahame-Smith, Greg Berlanti, Rick Famuyiwa, Robert Zemeckis y de nuevo Lord y Miller como directores asociados a la producción. Como podrán imaginar, el problema atribuido sigue siendo las “diferencias creativas”.
¿Pero “diferencias creativas” con quién? ¿Quién tiene la autoridad de decirle al director, la mente creadora, como hacer su propia película? La respuesta es una sola y es sencilla: quien tiene la plata. El estudio o los productores son quienes tienen la última palabra acerca del producto, porque ellos están pagando por él. Esperan que sea una inversión que genere ganancia, y no un fracaso que devenga en solo gasto. Esto siempre ha sido así. La novedad, quizás, es la aparición de un nuevo tipo de productor más creativo. Este se presenta al público como el verdadero hacedor de las películas, quién “cuida” al producto.
Mas el denominador común detrás de cada película del Universo Cinemático Marvel no es un director sobrehumano que dirige tres cintas por año, ni un actor de fama mundial sobre quien se ha construido el producto. El gran arquitecto es Kevin Feige, productor de todos los films y cabeza de Marvel Studios. Es su “visión” sobre la de cualquier otro individuo la que vemos cada vez que vamos al cine a ver Iron Man, Guardianes de la Galaxia o Thor.
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Para darle contexto a la transformación, hace falta un poco de historia. Por su misma naturaleza, el cine siempre ha sido un arte industrial. Mientras el pintor o el escritor puede plasmar su arte con poco, crear una película requiere técnica, logística y capital. Por eso mismo, desde los albores de la industria cinematográfica mundial los productores, quienes llevaban adelante esa maquinaria, fueron la figura central. Esto era ciertamente así también en Hollywood. Es por eso que al día de hoy cuando un film gana el Oscar a Mejor Película la estatuilla se la lleva el productor, y no el director, quien tiene un premio separado.
Esto comenzó a cambiar a fines de los ‘50 y los ‘60 en Francia, cuando un grupo de directores conocidos como la Nouvelle Vague (Nueva Ola en francés) propuso en teoría y en práctica una nueva manera de hacer cine. Alain Resnais, Jean-Luc Godard, Éric Rohmer y François Truffaut, entre otros, crearon películas marcadas por una voz autoral visible e única, la del director.
En los ‘70, una nueva generación de directores norteamericanos, influidos por esta y otras escuelas de cine, fundarían lo que se ha llamado el Nuevo Hollywood. Ahora el director tomaría las riendas creativas de forma total en la industria más grande. Entre sus filas se cuentan autores reconocidos como Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Stanley Kubrick, Ridley Scott y Woody Allen, entre muchos otros.
También fueron de la partida Steven Spielberg y George Lucas, quienes mezclaron dirección actoral, manejo de cámara y FX para crear el blockbuster moderno. Esta generación acostumbró al público a buscar el nombre del director como garantía de calidad. La gente ya no iba solo al cine porque le gustaba el actor, o porque estaba basado en un libro favorito. Iba también porque era la nueva de Spielberg.
Hoy, la balanza esta cambiando nuevamente, y los aspectos más industriales del arte pesan más. Primero fue la novedad del modelo Pixar. El excelente estudio de animación cuenta con un “consejo de sabios”, compuesto por sus creativos más exitosos, cuya opinión pesa más que la del director de la película. Ellos también han tenido problemas de “diferencias creativas”, removiendo directores de Ratatouille, Valiente y El Gran Dinosaurio. Luego el vino el padre del “universo extendido”, Kevin Feige, y creo con las propiedades intelectuales de Marvel la franquicia más exitosa de todos los tiempos.
Kathleen Kennedy, directora de LucasFilms y veterana productora con decenas de éxitos bajo su cintura, dirige el mundo de Star Wars como Feige. Es su visión, y no la de Abrams, Lord y Miller o Howard la que prima en asuntos artísticos. Claro los directores son fuerzas creativas también. Por eso Episodio VII tiene los amados “destellos de cámara” de J.J. Pero todas las decisiones se deben alinear con el proyecto que Kennedy concibió para la franquicia. Si esto no es posible, ahí esta la puerta, te vas a causa de “diferencias creativas”.
Esta concentración de poder creativo tiene sentido desde un punto de vista logístico. Cuando la unidad mínima deja de ser un film y pasa a ser una serie de películas o franquicia (con secuelas, precuelas, reboots, etc.) se hace necesario una persona que supervise todo el aparato, y el productor es quien está en mejor posición de hacerlo.
De alguna manera, el cine ha copiado el modelo de la televisión, siendo cada estreno un capítulo más en una serie abierta. De la misma manera, quien tiene la decisión creativa en, por ejemplo, Game of Thrones son sus “showrunners” David Benioff y D. B. Weiss, no los directores de cada episodio individual. El labor del director allí es plegarse al estilo de la serie, que fue decidió sin ellos mucho antes de su llegada a la producción.
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Discutir pros y contras de este modelo llevaría otra nota entera. En el mejor de los casos, este modo de crear películas produce de manera consistente y pareja, aunque algo monótona. El caso del Universo Cinemático de Marvel es ejemplo de ello. Se lamenta la pérdida de originalidad, de voces fuertes e individuales. Christopher Nolan de seguro no hubiese podido producido The Dark Knight con Kevin Feige respirando en su nuca. Los resultados de esta unificación de criterio empeora cuando el capitán no esta a la altura. Si, te miro a vos Zack Snyder.
En todo caso, ya lo saben. La próxima vez que se encuentren disconformes con un film de Star Wars, Marvel o DC (o el Dark Universe de Universal, X-Men de Fox, Harry Potter, Transformers, etc., etc., etc.) y quieran desquitarse para sus adentros, no busquen el nombre del director en los créditos. Busquen mejor quien produjo la película.