Hacemos un repaso por estos nuevos ocho capítulos, analizamos la evolución de la serie y valoramos por qué nos sigue encantando.
El pasado 4 de julio se estrenó la tercera temporada de Stranger Things y la fecha ha servido como disparador para una historia que se aleja de los límites del instituto, para adentrarse en las celebraciones del Día de la Independencia estadounidense y aprovechar un verano que viene cargado de todo eso que nos gusta de la serie. La física cuántica, el capitalismo y la Guerra Fría son pilares en el desarrollo de la trama que en ningún momento pierde su foco puesto en el amor, la amistad y los increíblemente atractivos años 80.
Para desmenuzar con acierto a Stranger Things hay que entender ante lo que estamos parados. Podría resultar fácil viajar un poco por el catálogo de Netflix, toparnos con series como Dark y volver al territorio de Eleven y compañía con la vara puesta en el lugar equivocado. Es que cuando uno ve ST tiene que entender que no hay segundas lecturas, que es entretenimiento puro y que la fórmula es la de siempre, tan sencilla como infalible.
En esta tercera temporada Hawkins y toda su gente vuelve a regalarnos un viaje exquisito por la década del 80, como pocas producciones han conseguido hacerlo hasta ahora. Con sus productos, sus canciones, sus looks y sus programas de televisión hacen un guiño constante a la cultura popular de una de las décadas más atractivas de la historia de la humanidad. No terminamos de entender el porqué, pero para la mayoría aquellos años inspiran todo tipo de sentimientos positivos, aún cuando no los vivimos en carne propia. Entonces, dar un paseo por esa mágica época de la mano de personajes increíblemente entrañables siempre es razón más que suficiente para volver a un pueblo en el que las amenazas no parecen cesar.
Porque, como era de esperar, las más extrañas fuerzas sobrenaturales siguen dando vueltas por este -ya no tan tranquilo- pueblo estadounidense. Esta vez los problemas comienzan de la mano de la amenaza soviética, que ha viajado a tierras norteamericanas para reabrir el portal que con tanto trabajo había cerrado Eleven en el final de la temporada anterior. En todo este despliegue, incluyendo la aparición del Desuellamentes (Mind Flayer) que apenas se había mostrado anteriormente a través de una sombra, se nota el salto de calidad en una serie que claramente ha aumentado su presupuesto a favor de regalar unas criaturas mucho mejor creadas y de un tamaño más colosal, al igual que unas locaciones variadas e igualmente atractivas.
Esta temporada es más oscura que las anteriores, tal y como lo anticipaban los adelantos, pero no por eso pierde esa gran característica que le permite mezclar a la perfección el terror y el humor. Todos estos problemas que acechan a Hawkins dan lugar a la aparición de todos esos grandes personajes que conocemos y que, contrario a lo que se podría pensar, han evolucionado de forma considerable. Es bueno ver que no han querido mantener a los más jóvenes como niños, sino que han aprovechado a la perfección su salto a la adolescencia trazando un camino claro de cara al futuro. Elle, Mike y Hopper forman un trío encantador, mientras que la dupla Dustin-Steve (con una gran participación de Robin) seguramente sea la favorita de muchos. Es bueno ver como aún con una trama enrevesada de fondo que mezcla criaturas y soviéticos, Stranger Things se sigue centrando en pilares mucho más humanos como la amistad y el amor.
También es bueno ver como la serie continúa incorporando elementos, sin perder esta esencia de historia que tiene lugar en un pueblo pequeño y pasa desapercibida a los ojos del mundo. Es curioso como todos los nuevos personajes se amalgaman a la perfección al universo de ST (contrario a lo que paso con la hermana de Eleven en la temporada 2) y como algunos viejos conocidos cobran roles más importantes, caso claro el de la irreprochable elección de Billy como el antagonista principal. El Starcourt Mall es otro de los elementos claves en la historia, no solo por lo fantástico que es ver toda esa concentración de cultura pop y lo bien que hace de escenario para el desenlace, sino también por como marca una época en la que las pequeñas tiendas empezaban a perder lugar frente a las grandes corporaciones. ¿El puntapié para una cuarta parte ambientada en los 90’s? Lo veremos.
Y por último, no podemos dejar pasar todas esas cosas tan Stranger Things que hay por acá y por allá. Todos esos guiños a la época, esos detalles que nos encantan. La escena de Dustin y Suzie es simplemente épica: no solo corta un momento de absoluta tensión para regalar una secuencia cómica que no incomoda para nada, sino que ese dúo musical cantando “Never Ending Storie” de la película La Historia Sin Fin es un hermoso golpe a la nostalgia. Pero la serie también se fija en los elementos más imperceptibles, como en los alocados estilos de Elle o el reloj-calculadora que usa Mike. Un sinfín de recursos que siguen permitiendo que la producción de Netflix sea un representante perfecto de la cultura pop y, como tal, un viaje audiovisual alucinante.
En fin, no le vamos a pedir peras al olmo, ni a Stranger Things que nos presente una historia súper profunda repleta de giros inesperados, que nos deje pensando después de cada episodio. Queremos entretenimiento, queremos los años 80, queremos personajes increíbles, una mezcla perfecta de terror, tensión y humor, monstruos asquerosos, el foco puesto en la amistad y el amor, el pueblo de Hawkins evolucionando y guiños y más guiños a la época. Por suerte, todo eso sigue estando en esta tercera temporada y esperamos ansiosos una cuarta.